MANUAL PARA PERVERSOS

LA SOGA

“El suicidio sólo debe mirarse
como una debilidad del hombre,
porque indudablemente es más fácil morir
que soportar sin tregua una vida
llena de amarguras.”

Johann Wolfgang Goethe (1749-1832)
Poeta y dramaturgo alemán.

El silencio de su cuarto se interrumpe de pronto con un leve sollozo que le hace estremecerse por la decisión que ha tomado. Una lágrima, un grito ahogado en el nudo que amenaza con despedazar el último suspiro; después: nuevamente el silencio.

Clava su mirada en la soga que sostiene entre sus manos temblorosas, se sienta sobre el piso de barro viejo y se recarga con su espalda en el borde de la cama. Se acomoda los cabellos que cuelgan desde sus sienes −aún viste el uniforme de la escuela preparatoria en la que, hasta esa mañana, estudiaba el sexto semestre de bachillerato−. Sus libros y cuadernos yacen en desorden sobre la única mesa que hay en su cuarto. La computadora está encendida. Un mensaje rebota sobre la pantalla.
La vasija se rompe y el llanto contenido en ella toma cauce sobre sus mejillas. Con su lengua recupera el sabor salado de la corriente desbordada y lo lleva hasta su boca. De pronto, incorpora la cabeza y dispara hacia el techo la amargura aprisionada en un grito que rebota en las cuatro paredes de su habitación y que hace vibrar el cristal de la única ventana, cubierta con una cortina azul de flores y estrellas.
Temblando, se recuesta sobre el piso; abre los ojos y estira un brazo para alcanzar una bola de papel que estaba junto a una pata de su cama. La desdobla y logra ver, entre el llanto que empapa su rostro, el diez enorme, rojo, que obtuvo en su examen de matemáticas. Ella, la que siempre se quejaba por no entender nada a los maestros, la que rara vez entregaba los trabajos extra clases, la que, en las exposiciones de Historia, temblaba desde las uñas de los dedos de las manos, hasta los talones…
Todos se admiraron. Hasta Bety, su mejor amiga, la miró sorprendida cuando el profe entregó los resultados.
“¿Cómo le hiciste?”, le preguntó durante el descanso.
No contestó. Se limitó a levantar los hombros en una indefinida respuesta.
Ahora una mueca gris se dibuja en su rostro.
“¿Cómo le hice?”, expresa para sí misma, en voz baja, casi en silencio, con un nuevo suspiro y otra lágrima escurriendo por su mejilla derecha.
“Como hacemos todos los que nos avergüenza reconocer que no la hacemos para el estudio −se contesta−, pagando con cuerpomatic…”
Todos saben, pero nadie lo dice. En su escuela, el lobo de la corrupción ha mordido los límites y algunos maestros piden dinero, botellas de licor, libros, y otros “favores” a cambio de aprobar su materia.
Alguna vez, uno de sus compañeros, a quien su maestro le hizo propuestas sexuales, lo comentó con su abuela, con la que vivía y le sostenía los estudios, e hicieron una investigación tanto directivos como padres; pero, en encuesta con los muchachos, todos hablaron muy bien del maestro y el único que salió perdiendo fue el alumno que tuvo que irse a exámenes extraordinarios y perdió un año para poder recibir sus papeles.
Cecilia sabía que no era la primera en aceptar ser amable con el profe, a cambio de ese diez que le hizo tomar la decisión y ahora le incendia el pecho y le derrite las entrañas.
Por eso, cuando el maestro le dijo: “si quieres pasar mi materia, ya sabes cómo…”, no dudó en aceptar la invitación a “comer” y una tarde de mayo, cuando se acercaba el periodo de exámenes, dejó, discretamente, sobre el escritorio del profesor, el número de su teléfono celular para que le llamara y se pusieran de acuerdo para verse.
Ahora, con la mirada perdida, ausente, se incorpora dejando sobre el piso la huella de la humedad de su cuerpo, por el sudor y sus lágrimas. La tarde ha caído. Las primeras sombras de la noche inundan la humilde vivienda donde vive con sus padres, quienes trabajan en una farmacia, en el centro de la ciudad.
Este día salió temprano de clases. Los maestros se reunirían para organizar la fiesta de clausura del ciclo escolar.
Al salir de la escuela pasó al mercado a comprar el lazo; llegando a casa se encerró en su cuarto, encendió la sencilla computadora que sus padres pudieron comprarle a crédito y cambió el mensaje en el protector de pantalla; como pudo y con el rostro empapado por el sudor y el llanto, hizo un nudo corredizo en una de las puntas y se sentó a llorar su desventura.
Con decisión, empujada por la sensación de movimiento que percibe en su vientre desde que recibió los resultados de laboratorio que le confirmaron su embarazo, cuelga la soga de uno de los travesaños de madera que sostienen el techo de teja de su casa, ata la otra punta en el respaldo de la cama, sube a una silla que tiene junto a su mesa de estudio, acomoda la soga en su cuello y, con un leve puntapié, termina con aquella mala suerte que le orilló a entregarse a su maestro para no reprobar el examen final.
El mensaje de la computadora sigue rebotando; sólo dice: “Adiós papás”.


JOSÉ I. DELGADO BAHENA
PROFESOR, ESCRITOR Y POETA
SEMBLANZA

NACIÓ EN LA COMUNIDAD DE EL TOMATAL, MPIO. DE IGUALA DE LA INDEPENDENCIA, GRO. ES EGRESADO DEL CENTRO REGIONAL DE EDUCACIÓN NORMAL, DE ESTA MISMA CIUDAD, Y ESTUDIÓ LA ESPECIALIDAD DE LENGUA Y LITERATURA ESPAÑOLAS EN LA NORMAL SUPERIOR DE MÉXICO.

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2 comentarios:

  1. Buen mensaje...A veces confundimos lo trivial con lo verdaderamente importante...en esta vida no hay atajos para el exito...lo facil siempre termina costando mas...

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  2. ¡HASTA AHORA ME ENTERO QUE LO PUBLICARON! GRACIAS. ME HABRÍA GUSTADO ENVIARLES MÁS TEXTOS PERO NUNCA ME RESPONDIERON. DE CUALQUIER MANERA, GRACIAS A ANÓNIMO POR SU COMENTARIO.

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