Entre la verdad y la ficción

Por Jorge Luis Falcón Arévalo/ Grado Cero Press

Don Manolo Añorve, como el Mullá Nasrudin

Para podernos entender, habrá que hacer un poco de historia acerca de uno de los dos personajes que atañe esta historia, aunque los dos son claro ejemplo de lo que se hace o hizo, respectivamente.
Nasreddin, o Nasrudín, es un personaje mítico de la tradición popular sufí, una especie de antihéroe del islam, cuyas historias sirven para ilustrar o introducir las enseñanzas sufíes, se supone vivió en la Península Anatolia en una época indeterminada entre los siglos XIII y XV.
La médula lo es el vilipendiado y concluido asunto del Tianguis Turístico,  hoy en manos de la Secretaría de Turismo Federal (Sectur), creación del veracruzano Miguel Alemán Valdés, para darle al puerto la imagen que diseñó para sus amigos los guerrerenses y el turismo nacional y mundial. El ex presidente de la República fue un   vitalicio promotor de Acapulco. Hecho que al morir Don Miguel, ex gobernador de ese rincón jarocho, pues el puerto, ya no tuvo a un organizadory generador de corrientes de paseantes; pero además de un personaje que se erigiera como tal; sino que como a las prostitutas, fueron lenones con éste paradisiaco puerto.
A los verdaderos negociadores de este Tianguis, pues ya no les gustó el puerto y acordaron por trasladarlo a diversos puntos del país; pero Don Manolo Añorve Baños; pese a que el gobernador Aguirre Rivero, ya está tratando con diplomacia y finura este atropellado asunto. El alcalde de Acapulco, lo está complicando en demasía. ¡Ya hay consecuencias! Ya le mandaron un mensaje de cordura con la titular de la Secretaria de Fomento Turístico del Estado de Guerrero (Sefotur), Graciela Báez Ricárdez. ¿Lo entenderá?
Ahí les va el cuento:
Érase una vez un hombre sumamente estúpido -un loco o quizás un sabio- que, cuando se levantaba por las mañanas, tardaba tanto tiempo en encontrar su ropa que por las noches casi no se atrevía a acostarse, sólo de pensar en lo que le aguardaba cuando despertara. Una noche tomó papel y lápiz y, a medida que se desnudaba, iba anotando el nombre de cada prenda y el lugar exacto en que la dejaba.
A la mañana siguiente sacó el papel y leyó: “calzoncillos...” y allí estaban. Se los puso. “Camisa...” allí estaba. Se la puso también. “Sombrero...” allí estaba. Y se lo encasquetó en la cabeza.
Estaba verdaderamente encantado... hasta que le asaltó un horrible pensamiento:
-¿Y yo...? ¿Dónde estoy yo? Había olvidado anotarlo. De modo que se puso a buscar y a buscar.... pero en vano. No pudo encontrarse a sí mismo.

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