SALINAS Y CALDERÓN ¡CUESTIONADOS!, ¿SERÁ AHORA JOSEFINA?

En los tiempos recientes, tras la estabilización del país después de la Revolución, sólo dos resultados electorales han sido cuestionados con dureza por la oposición política al PRI (pues en ese partido militaban los candidatos supuestamente ganadores). El primero de ellos fue Carlos Salinas de Gortari, quien fue declarado vencedor en una elección que se desarrolló bajo normas y en circunstancias sumamente inequitativas, diseñadas para perpetuar al tricolor en el poder. Eran tiempos en que –con honrosas excepciones– prácticamente todos los medios de comunicación estaban uncidos al poder político y obedecían ciegamente los dictados del presidente de la República; el organismo organizador de las elecciones, denominado Comisión Federal Electoral, estaba presidido nada menos que por el secretario de Gobernación y la elección no era calificada en última instancia por un tribunal independiente, sino por los propios diputados recién electos, que para tal efecto se constituían en colegio electoral. La inmensa mayoría de los legisladores era priista... imagine usted si descalificarían su propia elección, la de su candidato a presidente del país y las de sus candidatos a todos los otros cargos de elección popular.

Eran, además, tiempos en que el neoliberalismo económico experimentaba, como filosofía y modelo, una vigorosa expansión por todo el mundo, probada la ineficacia del sistema socialista (el bloque socialista estaba, por esas fechas, a punto de desmoronarse), y en México tocó al presidente en turno, Miguel de la Madrid Hurtado, abrirle la puerta y hacer las reformas legales y constitucionales que le permitieran sentar sus reales.
Así, la división del PRI, el crecimiento y la multiplicación de los partidos de izquierda, y la rebelión popular no fueron mera reacción a la ineptitud, el autoritarismo y la antipatía de De la Madrid Hurtado, sino, más bien, consecuencia del neoliberalismo.
Adicionalmente, el día de la jornada electoral, cuando se estaban contando los votos y todo indicaba que Salinas de Gortari perdería ante Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, ocurrió algo insólito: “se cayó el sistema” de cómputo electrónico de los sufragios, y cuando fue restablecido resultó que el ganador era el que iba perdiendo.
Con todo eso, al sistema PRI-gobierno le resultó imposible ocultar del todo la victoria de Cárdenas, y tuvo que reconocerla en los estados de Baja California, México, Michoacán y Morelos, así como en el Distrito Federal.
En 1988, el secretario de Gobernación era Manuel Bartlett Díaz, quien hace poco fue felizmente aceptado como militante del PRD por el candidato presidencial de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador. Al respecto, se hace necesarísimo un comentario: al aceptar acríticamente en las filas perredistas al operador de aquel fraude electoral, el tabasqueño indirectamente está reconociendo al producto de ese fraude: Carlos Salinas de Gortari, a quien, sin embargo, nunca menciona por su nombre porque es “innombrable”, según él.
Contra todo aquello batalló Cárdenas, y entonces, como ahora, en la sociedad cundió la certeza de que él ganó la elección, pero fue víctima del más grande fraude electoral de la historia de México. Sin embargo, eso ya nunca podrá comprobarse porque los paquetes electorales fueron quemados, por así disponerlo la ley.
El otro caso corresponde a la elección presidencial del 2006, de la que resultó oficialmente vencedor el actual presidente Felipe Calderón Hinojosa, quien ganó por 0.58 por ciento de los votos.
Es entendible que una victoria por menos de un punto porcentual despierte suspicacias, de modo que su contrincante, el perredista López Obrador, denunció fraude, que no pudo probar porque la ley electoral de entonces no preveía el conteo voto por voto y casilla por casilla, como lo demandaba él. El tabasqueño alegó que se trató de un fraude sumamente sofisticado, para el cual se empleó un programa de computadora basado en algoritmos, que hacía innecesaria la manipulación directa de los resultados.
El hecho es que en cada uno de los dos casos descritos la causa de la inconformidad es distinta. Y ambas han sido subsanadas, incluso –en esta última ocasión– con excesos legislativos.
Hoy ya está previsto el conteo voto por voto y casilla por casilla en caso de que la diferencia entre el primero y el segundo lugares de la votación sea muy reducida. La ley, sin embargo, ha mostrado deficiencias descomunales que no previeron los legisladores que la redactaron, influenciados por los sucesos alrededor de la polémica elección del 2 de julio del 2006.
A seis años de eso, no hay que confiarse, a pesar de que no parece haber intenciones autoritarias del poder (a no ser alguna expresión desafortunada del presidente Calderón), y de que López Obrador se muestra confiado en que esta vez no habrá fraude, sobre todo porque, dice, ahora sí tiene infraestructura para contrarrestarlo.
Ya una vez el PRI cometió fraude para hacer ganar a su candidato; ya una vez un presidente panista se entrometió ilegal y burdamente en un proceso electoral que terminó en resultados severamente cuestionados por una parte de la sociedad. ¿Qué garantiza que Felipe Calderón no cederá a la tentación de manipular la voluntad popular para hacer presidenta a Josefina Vázquez Mota para que el PAN conserve el poder?
Lic. Yeshica Esmeralda Melo de Mojica
enlaceconjessy@hotmail.com

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