Enlace con Jessy Mojica

No solo los maestros necesitan seguridad
Usted puede verlos sentados alrededor de la glorieta de La Diana, sobre la mampostería, sin importarles que la piedra esté almorrígena de caliente por efecto de los ardientes rayos del sol de Acapulco. Son maestros, pero escriben con faltas de ortografía y de sintaxis elemental –o, al menos, la exhiben al mundo sin rubor alguno–: sostienen una lona rotulada con una consigna en letras muy grandes: “¿Guerrero Seguro? Seguro Secuestros y Extorciones”.
Y la muestran con orgullo, por todo lo alto, pues, sobre todo cuando cerca de ahí pasa alguna patrulla asignada a la Operación Guerrero Seguro.
No siempre están ahí; sólo en horas y días laborables. Pero no en todas las horas ni en todos los días laborables –igual que en la escuela, pues–. El resto del tiempo se dedican a sus asuntos personales, entre los que seguramente incluyen descansar, ir de compras, ir de paseo o mirar la tele en casa.
Son maestros acapulqueños en paro por la inseguridad pública, de la que –dicen– ellos son blanco predilecto.
El gobernador Ángel Aguirre primero les advirtió que les descontaría los días que no laborasen. Pero luego– le fue bajando al tono y a la animosidad. Sin embargo persiste la amenaza de que habrá sanciones si no regresan a dar clases.
¿No podría el gobierno enviar sus altos funcionarios a atender las demandas de seguridad pública de los demás ciudadanos, los honrados, los respetuosos de las leyes, los de buen vivir? Porque no sólo los maestros sufren la inseguridad y las acometidas de la delincuencia desatada. Una enorme cantidad de habitantes de esta ciudad –y de todo México– sufrimos secuestros y extorsiones (sí, extorsiones, con S), y también necesitamos que el supremo gobierno haga más por nosotros, nos cuide más y de mejor manera, y responda con más rapidez y eficacia a nuestro llamado.
¿Se imagina, usted, qué sucedería si todos los que, directa o indirectamente, hemos sido víctimas del delito decidiéramos dejar de trabajar por ese motivo e ir a plantarnos a alguna plaza pública para manifestar nuestras demandas? El país entero estaría paralizado.
Los periodistas –para no ir más lejos– diríamos algo así como: “Ah, pues como al jefe de Información de Novedades Acapulco, Marco Antonio López Ortiz, lo secuestraron y desaparecieron, ya no hay que salir a reportear, ni investigar, ni escribir. Que primero el gobierno nos garantice que nada malo nos ocurrirá”.
Todos los medios de todo el país estarían paralizados, porque donde no hay un secuestro, hay un asesinato, o balean un diario, o lanzan una granada a una estación de televisión, o incendian una instalación, o...
Igual sucedería con los propietarios y trabajadores de bares, centros nocturnos, discotecas, restaurantes, lavanderías, pollerías, carnicerías, jarcierías, ferreterías, gasolineras, papelerías y cuanto negocio ha sido y es blanco de extorsión de los delincuentes.
Que me disculpen esos maestros paristas, pero lo cierto es que los atentados que, dicen, han sufrido varios de ellos les cayeron como del cielo –como anillo al dedo, dice el refrán– para hacer lo que más les gusta y en lo que son más buenos: no trabajar. ¿Y los niños, sus alumnos? Que se fastidien por el resto de sus vidas. Porque una hora de clase perdida es una hora que ya no recuperarán, aunque sus profesores prometan lo contrario.
Imagine usted qué sería de esos niños si sus padres dijeran: “Pues, como balearon al valet parking del negocio de al lado porque no se dejó extorsionar, yo ya no voy a trabajar hasta que el gobierno me garantice mi integridad”. Si el hombre trabaja en la Secretaría de Educación, tendrá resuelto el ingreso, pero, si no, menudo problema se habrá conseguido.
Y, además, no es renunciando a nuestras obligaciones como se debe enfrentar el problema de la delincuencia, sino plantando la cara con todo lo que somos. El sentido de la vida está en la lucha, escribió Carlos Marx, pero ésta no tiene mérito si se da a costa del futuro de los niños y de los impuestos de los demás ciudadanos, igual de maltrechos en su economía y en su seguridad personal.
Porque la solución tampoco es meternos todos a trabajar a la Secretaría de Educación, pues, entonces, ¿quién generará la riqueza y pagará los impuestos con los que se pagan los salarios de los maestros?

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