LIC. ALBERTO MOJICA MOJICA

Solo con obras, se gana el reconocimiento de la gente
No fue, aunque así lo pareciera, Zeferino Torreblanca quien inauguró la modalidad de construir obra pública a gran escala como forma de convencer a los electores para que le dieran su voto, a él y a lo que él representaba. Antes de él lo hicieron los hijos de la Revolución que gobernaron este país durante el periodo conocido como El Milagro Mexicano, cuando la economía mexicana creció al ritmo en que ahora lo hace la de China, por ejemplo. Fue la época cuando los gobiernos construyeron las grandes obras del México moderno y fundaron instituciones que pronto se convirtieron en pilares de la nueva nación. Eso es lo que le dio validez al régimen, a pesar de su autoritarismo, de su corrupción, de su simulación y de su represión. La gente seguía votando por el PRI, a pesar de todo, porque, entre otras cosas, había obras que generaban empleo e ingresos y la esperanza de un futuro mejor.
Claro, ese esquema terminó por agotarse porque al final se impusieron las ansias de libertad de una sociedad tratada como menor de edad por el régimen, y el tiro de gracia se lo dio el neoliberalismo, cuya filosofía, en pocas y llanas palabras, podría expresarse así: “toda la ganancia posible para el menor número posible, a costa de lo que sea, y que todos los demás se rasquen con sus propias uñas”.
Y fue entonces, después de varias crisis económicas causadas por esta nueva visión hegemónica del mundo, que empobrecieron a las clases medias y dejaron en cueros a los pobres, cuando en Guerrero se alzó con el poder público un hombre, el primer gobernante postulado por un partido distinto al PRI, quien retomó la antigua forma de hacer las cosas: construir mucha obra pública, que avivara la sensación de confianza de la gente en el gobernante y en el futuro, y, en consecuencia, le hiciera darle su voto en busca de continuidad.
Y la fórmula funcionó. Por eso en el 2003, el PRD arrasó con las presidencias municipales y las diputaciones locales, y en el 2006 se llevó todas las diputaciones federales.
Ahora Acapulco, la ciudad más importante del estado en términos de población y de generación de riqueza, vuelve a ser objeto de atención de los hombres del poder. Y vuelven las obras: por estos días se desarrolla una remodelación integral de la zona Tradicional del puerto con recursos del hombre más rico del mundo, el mexicano Carlos Slim Helú. Y también se pavimentan con 60 centímetros de concreto hidráulico las principales avenidas, en preparación de la llegada del Acabús, un moderno sistema de transporte urbano de pasajeros que dará otro aspecto a esta ciudad.
Pero también se anuncia el Macrotúnel, con tres kilómetros y medio bajo tierra y otros tres kilómetros a cielo abierto; una obra con al menos 20 años de retraso, pues debió construirse cuando la unidad habitacional El Coloso ya se había convertido en la concentración vecinal más grande de Latinoamérica, y más necesaria incluso que el Maxitúnel, porque éste en tres minutos pone al viajero al otro lado de la montaña, pero por la carretera –que ampló Zeferino Torreblanca cuando fue alcalde– el viaje directo dura ocho minutos: un costoso ahorro de cinco minutos.
En cambio, el Macrotúnel sí que ahorrará un tiempo considerable al usuario.
Y oteando al futuro, en poco tiempo será imprescindible la construcción de un puente levadizo en la bocana, porque las vialidades de Acapulco no crecen a la velocidad que lo hace su parque vehicular. Esa obra sería un gran alivio para quien ahora tiene que viajar desde la península de Las Playas hasta el aeropuerto, área diamante o inmediaciones. Seguramente tendría que ser concesionada a particulares por un largo periodo, porque las finanzas públicas no están a la altura de tal monto de inversión.
Ahora que el gobernador Ángel Aguirre está interesado en recuperar la imagen de Acapulco a nivel nacional e internacional y ha logrado la participación del hombre más rico del mundo: Carlos Slim Helú–, no estaría de más que explorara las posibilidades de esta obra.
Como quiera que sea, el sistema está funcionando: con obras, los que tienen el poder pretenden seducir a los electores para que les den sus votos. Es algo lógico en un sistema democrático. Ésa debe ser la manera de “comprar” los votos; no con chivos, gallinas o marranos, ni con míseras despensas que le quitan a la gente el hambre una semana, pero no construyen futuro, ni dan esperanza.

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