LAS HUELLAS DE LA VIDA

Por Raul Roman
Don Luis Hernández Lluch investigador, historiador y cronista de San Jerónimo, de Juárez

Visitar San Jerónimo de Juárez es un verdadero placer, se encuentra ubicado en el corazón de nuestra querida Costa Grande de Guerrero; bajo un sol incandescente, en medio de una lujuriosa extensión de palmeras y un calor intenso, que hace valorar los tejados de barro, las casas de palma, los corredores externos de las casas y la sombra de almendros, tamarindos y cocoteros, por la frescura de su naturaleza.  De la misma forma, ahí se han sembrado muchas amistades, entre las que se encuentran, las de los profesores y maestras: Jesús Sánchez, Manuel Jacinto, Araceli Recilla, Angélica del Río, Hortensia Gómez, Medardo, Alejandro y, mi hermano del alma: Oscar, el artesano de la piel  y también profesor del nivel secundario.
   En una ocasión, ya habíamos intentado, junto con Hirvin, al que nos une indisolublemente un compadrazgo histórico, pasar a platicar con el Sr. Luis Hernández Lluch, cronista de la ciudad, pero nos enteramos que había estado un poco enfermo y desistimos en nuestro propósito inicial, pero jamás olvidamos, que esa entrevista resultaba obligada, no tan sólo por ser el papá de Omar, el connotado y tan querido médico del Centro de Salud, de nuestro amado puerto azuetense, ni por ser tío de Pepe Serafín, sino porque la experiencia, sapiencia y amor a la Costa Grande de don Luis, así lo exigía; por lo que llegó, por fin, la oportunidad, tan anhelada,  de entrevistarnos con él.
   Saludamos, nos identificamos, a su hija le expresamos el motivo de la visita y, sin más exigencias nos pasaron a la recámara de don Luis; lo encontramos acostado, con una banda sobre los ojos, para defenderse del reflejo solar e inmediatamente se levantó, como impulsado por un resorte y, al enterarse de que somos amigos de Omar, su felicidad no tenía cabida en su pecho y, todavía más, una vez que supo el motivo de nuestra visita, pidió, con tonos ansiosos, sentarse fuera de la cama y. . . a darle que es miel en penca.
   Don Luis, hábilmente, de inmediato tanteó el terreno y cuestionó . . .
   -¿En qué fecha se creó el Estado de Guerrero? -  tomándonos con la guardia abajo.
   -El 27 . . . de octubre de . . . 1849 - contestamos, entre balbuceos, rápidamente.
   -¿Cuál fue su primera capital – atacó, sin piedad.
   Y ahí pues sí, de volaaadaaa - ¡Iguala querida, la Iguala de mis amores¡ - rematamos estruendosamente
   -Y  la segunda? - atacaba sin miramientos, don Luis.
   -Chin . . . este . . . este: ¡Tixtla¡- contraatacábamos.
   -¿La tercera?- arreciaba el vendaval.
   -¡Chilpancingo de los Bravos¡- utá . . .  c . . .  salí apenitas- pensé con alivio.
   Ya más tranquilizado, pero con la misma emoción, nuestro ya querido amigo, nos refirió su biografía, misma que, orgullosamente citamos:
Don Luis Hernández Lluch, es originario de San Jerónimo, en aquel entonces, dentro del municipio de Atoyac, nace un 14 de diciembre de 1910, sus primeras letras las recibe del Profr. José Ramírez Pérez, a la postre, padre del mejor compositor que ha tenido nuestro amadísimo estado guerrerense José Agustín Ramírez, de ahí emigra a Tres Valles, Ver. , pasa a residir a la cd. de México, donde egresa de la primaria, mediante un examen a título de suficiencia, en la Esc. “Belisario Domínguez” ubicada en Héroes y Mina, en el centro de la capital mexicana; más tarde, ingresa a la vocacional, ubicada en la Ciudadela, edificio de tristes recuerdos por la batalla, donde, derrotaron a los maderistas y, más tarde, en el palacio federal,  apresan y asesinan al presidente Madero; ahí se recibe como radiotécnico, en 1943.
   Al regresar a su terruño, imparte diversas academias, tanto en el nivel primario, como en el secundario y desde ahí, se interesa por la historia de su tierra, hasta conformar el primero y único  trabajo monográfico del municipio y ciudad de  San Jerónimo.    La obra fue escrita a lo largo de 229 páginas, con máquina manual, reconocida por autoridades estatales y locales, abordando apuntes geográficos, históricos, políticos, sociales y culturales, primordialmente.
   Contiene reseñas, croquis, entrevistas, testimonios, fotografías y, una extensa bibliografía, tanto nacional como local. Recorre pasajes desde la época prehispánica, la Colonia, la Independencia de México, la Costa Grande y la Revolución Mexicana y toda la vida contemporánea de su tierra natal.
   Destaca los aportes comunitarios de Juan N. Álvarez, del Gral. Silvestre Castro “El Ciruelo”, de Agustín Ramírez, del Profr. Alfonso Ramírez Altamirano y de Benita Galeana, aquella vieja luchadora social de la izquierda mexicana, desde épocas del Gral. Plutarco Elías Calles hasta tiempos actuales.
   La recámara de don Luis Lluch, como lo conocen desde Coyuca hasta Zihuatanejo, casi familiarmente, está colmada de libros de todos los temas, tamaños, sabores y colores, empastados, desgastados, nuevos y antiguos, pero mayor bagaje cultural, trae en su mente, totalmente lúcida y brillante, activa y de reacción instantánea, a pesar de que ya tiene 94 años, puesto que nació en el año del inició de la revolución; nos dio una lección de historia, tanto la local, como la nacional y, aún más, la internacional.
   Y la plática siguió y siguió, don Luis abordó los temas de los Griegos, los Romanos, pasó a “El Capital” de Carlos Marx, abominó de los sistemas capitalistas y de las religiones, paseó sus recuerdos por don Hermenegildo Galeana y la aparición de ese apellido en México, citó que cuando, siendo amigo de don Darío Galeana, en Zihuatanejo, éste le refería las visitas y los encuentros, en su casa, que tenía con el mejor presidente que ha tenido nuestro país: don Lázaro Cárdenas del Río, sintiendo orgullo con esta distinción y . . .  el tiempo pasaba y pasaba.
   Y de repente, me sorprendió.
    –Bueno y tú ¿ de qué partido eres? – arremetió.
   A lo que entre dudas, de que haber si le parecía la respuesta, contesté:
   -Soy apartidista, pero el pensamiento y la práctica izquierdista me han robado el corazón, desde que cursé el sexto grado de primaria, pero no porque si nada más, sino por el cinismo, los saqueos y miopías priístas, por el ultraje a los indígenas, por el entreguismo presidencial, por el 68, por el analfabetismo -  remataba, ya encarrerado.
   Don Luis estaba verdaderamente emocionado, aplaudía y me indicaba que debía interpretar la historia, plantearme supuestos, atacar frontalmente su registro, no aceptar las injusticias, buscar la verdad, descubrir a los impostores, hipócritas y malos gobernantes, purificar el alma y ser genuino . . .
   Sus hijas entraban, don Luis me presentaba como amigo de Omar, lo invitaban a comer y salían; en los planes de don Luis, no aparecía la alimentación en ese momento.
   -Para otra ocasión, te vienes desde la mañana, para revisar todo- espetaba.
   Indicó a su hija que me regalara una monografía y unos apuntes periodísticos sobre la mujer, la envidia y el origen del apellido Galeana. Me fijé en el reloj, habían pasado cuatro horas; buscaba yo no parecer malagradecido, para despedirme; le recordé que le habían llamado a comer, para lo cual me indicó:
   -Llama a Mari - salí a la puerta y su hija y su nieta, creo que del mismo nombre, se acercaron. El Sr. Lluch ordenó, con sobrada actitud.    -Sírvanle, lo que tengan – indicó.
   Yo pensé - ¡chín, que pena siento¡ - y comenté – ¡gracias, pero yo me retiro, ya es tarde y todavía tengo que pedalearle para Zihuatanejo! .
   -De ninguna manera, tú vas a comer conmigo – ordenaba.
   A lo que no me quedó otra opción y al ver el platillo, los ojos se me iluminaron, -¡pollo asado¡, con tortillas hechas “a mano”, voy a venir más seguido-. A don Luis le dieron caldo de pollo desmenuzado y galletas canelas y no paraba de platicar.
   Me dijo que alguna vez desafió a los maestros de la región a un debate público, llevando como tema central, la historia de México y de la región, en el centro social de la población y, nadie se animó. Inmediatamente, el corazón se me hizo chiquito:
   -¡Uf, que bueno que no estuve, si no, que joda nos acomoda, es que nos lleva mucha ventaja- aseveré con respeto, pero con el orgullo herido.
   Terminamos de alimentarnos y me despedí, verdaderamente emocionado y agradecido. A lo que el hombre sabio sólo me invitó:
   -Me dio mucho gusto conocerte, me saludas a Adrián Abarca, no se te vaya a olvidar, ahí le dices a Omar, también que no vaya a ser la última vez que vengas, a lo mejor me muero al final del mes, pero no importa, no vayas a fallar a mi sepelio- dijo, sin temor alguno a la vida o, mejor dicho a la ausencia de ésta.
   Me sentí orgulloso, verdaderamente, de haber cosechado un nuevo amigo: sincero, leal y luchador. De que su obra se la dedicó a doña Micaela, su esposa y a sus hijos: Elitania, Dante, Libertad, Fraternidad, Ma. Luisa, Octavio, Omar, Ruth, Horacio, Víctor y Luis.
   Así fue el encuentro con un hombre mítico, sabio y sencillo, que ama a su pueblo y a su gente, que ha sido un amante esposo, un ejemplar padre y un abuelo erudito; que desde una humilde cuna, se creció hasta escribir su propia historia y registrar, para la eternidad, la historia y presente de su tierra.

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