LAS HUELLAS DE LA VIDA

Por Raúl Román
  El maestro Fidencio Molina Zamora y “la alegría de vivir”

Hoy es un día muy especial para un puñado de personas que hemos convivido alrededor del maestro Fidencio, que se convierten como un vergel florido en medio del alma. Y tal parece que los astros naturales, enuncian su belleza con el deseo de convertir y extender nuestra alegría, cuando se rinda este documento a la luz pública, pues se han vestido de gala, el sol, el cielo y el mar dentro de sus máximas expresiones naturales, plenos de colores, de formas y tamaños y en toda su hermosura. Aún más, las coordenadas de los meridianos del pretérito se cruzan admirablemente con los paralelos del presente, para dar paso a una doble distinción e inenarrable coincidencia:

Fidencio se desarrolla felizmente en un plano incomparable de existencia humana, pleno de amor, cariño y amistades y a casi cuatro admirables decenios de vocación educativa, que lo han distinguido como uno de los maestros más connotados del suelo mexicano, que se convierte en una caricia al corazón; es más, cientos de alumnos se congratulan por este pequeño homenaje, para un ser humano extraordinario y que sin duda alguna ha marcado, indeleblemente, el alma de gratificaciones de los niños, los corazones adolescentes de sus discípulos y la vivencia grata con adultos que han disfrutado de su sencillez humana, pues Fidencio ha pasado por la transmisión de sus conocimientos, la magia de su sonrisa y la convivencia diaria de este excelente profesor. Todos sabemos su historia, pletórica de éxitos profesionales, de triunfos institucionales y satisfacciones magisteriales, como cuando se toca con las manos el cielo, y sólo tuvimos un agradable encuentro para corroborar esta bella historia. El patio escolar de la siempre combativa, rebelde e insurrecta Escuela Primaria “Aquiles Serdán”, ubicada en el mero corazón de la colonia El Embalse, fue testigo de nuestras remembranzas y sin tener otra necesidad histórica citamos su recuento. El maestro Fidencio Molina Zamora nació en plena sierra guerrerense, específicamente en Villa Xóchitl municipio guerrerense de Heliodoro Castillo, un hermoso día del florido mes de mayo, que regó de infancia y travesura. Su madre, la maestra María Elena y sus hermanos Próspero y Leli complementaban la felicidad de una familia muy pobre materialmente entendido, pero plenamente enriquecido de amor maternal, como son todos los hogares de los profesores en el mundo. La necesidad familiar los llevó a la capital estatal, en donde estudia la educación básica en las escuelas que hoy ya son legendarias en Chilpancingo, como la Primaria “Lauro Aguirre” y la ESFAID. De ahí, tiene que desplazarse a una institución que no necesita presentación alguna, la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” del mero Ayotzinapa, semillero de profesores denotados pedagógicamente y de enormes luchadores sociales y magisteriales, por la gracia de pertenecer a hogares modestamente económicos. El profe Molina Zamora quedó impactado por la cátedra y el ejemplo pulcro y profesional del maestro Ramiro Basilio, que les va moldeando las personalidades de manera majestuosa; convive en las aventuras normalistas que se han vuelto tradiciones: ir a cazar “grupillas” a la medianoche, que son una especie de gallinas silvestres y bañarse en la madrugada en las heladas aguas de los ríos del centro del estado; también ha sido un ritual recibir los uniformes color caqui, con botas que nunca eran a la medida de los portadores y los cobertores que, como chorizos de mi tierra, a la primera lavada se encogían, cual tela sanforizada... y lo que se fuera acumulando. El tiempo se cumple y se convierte en Profesor de Primaria... habría que emigrar a cumplir “donde sus servicios educativos sean necesarios” como reza la pantalla burocrática. Su destino de debut es en la zona número 34, específicamente a la población de La Estancia, pero imagínensela hace treinta años; de ahí se mueve a Zorcúa de hace treinta calendarios, con la compañía de su gran amigo Arturo Tapia, que era el director de la primaria; de ahí pasa al Sandial adonde destila enseñanzas y actividades pedagógicas, llega a Lagunillas adonde siembra y cosecha amistades; pronto llega a Pantla, derivado como “lugar de pantanos” y esta población le depara una sorpresa espacio-temporal, la más dulce de su vida: dios reúne a dos hermosos seres, pues los une en un precioso y perenne sentimiento amoroso, indestructible y eterno: la maestra Nicte-ha une su destino al de Fidencio y de esta comunión de amor nacen los dos hijos más hermosos, traviesos y bizarros, bajo el cielo de Guerrero: Julián y Maximiliano, decidiendo dejar pendiente la niña. De ahí, la Escuela Primaria “Primer Congreso de Anáhuac” del Coacoyul recibe su aporte catedrático y tiempo después llega adonde ha sido su segunda casa magisterial, donde en su transitar cotidiano forja y cincela cada día la amistad que vale con sus amigos del alma: Chucho, Nelly, Eréndira, Perla, Delfino, Socorro y Socorrito, Fernando, Miguel, Mauro y Quique, con los que ha compartido dolores y felicidad, quebrantos y alegrías, pero demostrándose todos el valor de la amistad pura y sincera. A la vez que logra el título de maestro de inglés por la Escuela Superior de la Universidad Autónoma de Guerrero, logra tiempos de gloria en el ZCIE, brilla con luz propia en colegios particulares y es líder indiscutible, primero como brillante alumno y luego como experimentado asesor en la Universidad Pedagógica Nacional, con sus irrebatibles sentimientos de nobleza y gratitud. Recuerda eternamente y con cariño a Juan Berdeja, a Ángeles, Pancho y Esther; rememora sus constantes viajes a la Unión Americana, Cuba y los lugares mexicanos más atractivos naturalmente, adonde preserva su autodidactismo y preparación académica. En sus andanzas quijotescas cita que en la escuela el director les hacía señas de sarcástica puntualidad, al indicar con énfasis el reloj de pulso; y aquella vieja anécdota que, cuando sonó el timbre para regresar a clases: Chucho, Patiño, Fidencio y el escribidor se encontraban sobre una banca de madera, cuando uno de ellos exclamó -¡joto el que se pare!- por lo que el tiempo transcurría y ellos se encontraban montados y jineteando sobre el mueble rústico de madera... agarrados hasta con las uñas... porque nadie quería cambiar su sexo... ¡ja,ja,ja,jaaaaaa!... - sonaban con estruendo las carcajadas de la vacilada ya histórica. Y así, hoy estaremos rindiendo nuestra amistad a nuestro entrañable hermano espiritual, con una fructífera vida de ensueño, satisfacciones y el inconfundible orgullo de ser maestro… ¡un merecidísimo homenaje por sus décadas de servicio magisterial al maestro Fidencio Molina Zamora y su alegría de vivir!.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario