LAS HUELLAS DE LA VIDA

Por Raúl Román
El colonialismo español en la costa
Dejando atrás aquel viejo cuento de la oficialidad histórica, que a los niños decían que la reina empeñó sus joyas para financiar los viajes de Colón, es menester afirmar y reafirmar que dichas empresas marítimas fueron subsidiadas por los empresarios de la época, en esa nueva configuración neo-capitalista, a cambio de diversas prerrogativas económicas, materiales y financieras para los círculos capitalistas dentro de la Revolución Industrial, y en la búsqueda de rutas comerciales que enriquecieran el horizonte inversionista europeo para ensanchar sus mercados cautivos.
De esta manera se llegó a descubrir, a conquistar y a usufructuar los recursos naturales y sociales que las “nuevas tierras” descubiertas aportaban a los peninsulares ibéricos e indirectamente a los europeos. Una vez que se consolidó el “encuentro de dos mundos”, en 1492, y que la caída de Tenochtitlán el 21 de agosto de 1521 determinó la conquista de Mesoamérica, nuevamente se volvieron a configurar los procesos políticos, sociales, económicos y culturales en todo el territorio mexicano, dando paso a una nueva jerarquización política-económica y religiosa-sacerdotal, que de igual forma sometió a las culturas étnicas a los mandamientos de la corona española, que legales o ilegítimos en su tiempo, cumplieron con los propósitos de las culturas europeas: la de conquistar territorial y económicamente nuevos y mejores espacios que los proveyeran de dominios, hegemonía, mercados, rutas y comunicaciones. Si bien los españoles eran en muy poco número para poder desarrollar la conquista, se debe de dejar de pensar que este proceso siempre estuvo sometido a enfrentamientos armados y violentos, pues la mayor parte de la colonización novo-hispana fue de manera pacífica, ya que bastaba que Cortés mandara a dos o tres de sus oficiales o soldados acompañados de uno o dos guías indígenas, con el dicho que eran los nuevos señores que habían dominado a los Mexicas y que llegaban a imponer un nuevo orden social… sobre lo que realmente querían que era la producción aurífera y mineral de toda la región mesoamericana y americana, como se cita consecuentemente… “Estando Cortés y otros capitanes con el gran Montezuma teniéndole palacio […] le preguntó que a qué parte eran las minas, y en que ríos, y cómo y de qué manera cogían el oro que le traían en granos, porque querían enviar a verlo dos de nuestros soldados, grandes mineros. Y Montezuma dijo que de tres partes, y de que de más oro le solían traer que era de una provincia que se dice Zacatula que es a la banda del Sur y que está de aquella ciudad andadura de diez o doce días, y que lo cogían con unos xicales, y que lavan la tierra para que ahí queden unos granos menudos, después de lavado”… De esta forma y en una persistente acción de conquista, llegaron a la “Mar del Sur”; con las disposiciones de Hernán Cortés se mandó a Gonzalo de Umbría a Zacatula a “lavar” la tierra para sacar los granos de oro, tan ansiados como buscados por los cuadros de conquistadores y con un gran contingente de carpinteros, herreros, armadores, técnicos y soldados construyeron un astillero al mando de Juan Rodríguez, Juan Álvarez Chico y Alonso de Ávalos, para hacer carabelas y bergantines y poder explorar y conquistar las poblaciones humanas que vivían del lado del Pacífico, creando la Villa de la Concepción sobre las ruinas de Zacatula, después de haber apaciguado una insurrección de los aborígenes costeños, ante la injusta explotación humana de los encomenderos y proponiéndose hacer un puerto para propiciar el paso de la especiería y la captación de todo el oro posible de la región costera. Ya en plena penetración de conquista, Cortés envía a Juan Rodríguez de Villafuerte a poblar Zacatula y su zona de influencia, situación que se fue complicando mucho por la belicosidad natural de los indígenas, pues aunque de forma efímera combatieron contra los españoles, matando a varios de los soldados y negándose a dar sus tributos, Cortés mandó a apaciguar la zona en referencia y hasta Colima, con un mayor número de elementos y armas, lográndolo con cierta y relativa celeridad. Aunque la encomienda fue rechazada por órdenes reales, Cortés encontró, manipuló y ejecutó de acuerdo a su albedrío las posiciones de encomiendas, sosteniendo que “era físicamente un mal necesario”, puesto que sin ese sistema político no habría alicientes para “la conservación de la tierra“. Se mantuvo la consigna de premiar a las huestes cupulares del ejército español con una extensión excesiva de terrenos y una significativa cuota de indígenas, que pasaron a un sistema de relativa pero obligada sumisión y dependencia, bajo la propiedad del nuevo amo, esto aun contrariando las decisiones de la corona española, que bien aceptaba con “vista gorda” estas malas atribuciones. En un recorrido realizado por Juan Álvarez Chico y Francisco de Garay entre Coyuca y Zacatula, fueron reafirmando y confirmando la información requerida por Cortés acerca de la riqueza material de esta región; por lo que en 1524 don Hernán mandó a Pedro de Alvarado a la aventura de conquista, como se cita en su cuarta Carta de Relación, que a la letra dice que:“... trajese, con toda la más cierta relación y secretos de la tierra que pudiese saber; el cual vino y le trajo, y cierta muestra de perlas que halló; y yo repartí, en nombre de vuestra majestad, los pueblos de aquellas provincias, a los vecinos que allá quedaron, que fueron veinte y cinco de caballo y ciento y veinte peones. Y entre la relación que de aquella provincia hizo, trajo nueva de un muy buen puerto que en aquella costa se había hallado, de que holgué mucho; porque hay pocos; y así mismo me trajo relación de los señores de la provincia de Ciguatán, que se afirman mucho haber una isla toda poblada de mujeres, sin varón alguno y que en ciertos tiempos van de la tierra firme hombres, con los cuales han acceso, y las que quedan preñadas, si paren mujeres las guardan, y si los hombres los echan de su compañía; y que esta isla está diez jornadas de esta provincia, y que muchos de ellos han ido para allá y la han visto. Dícenme asimismo que es muy rica de perlas y oro; yo trabajaré, en teniendo aparejo, de saber la verdad y hacer de ello larga relación a vuestra majestad”. En 1525 se envió a una nueva expedición a estas costas. Ya que sus riquezas fueron conocidas, Cortés se interesó y actuó con mayor empeño explorador y conquistador. En el año de 1527 habilitó tres barcos y los ofreció al rey de España: Carlos IV. Dichas naves marítimas fueron construidas por carpinteros de rivera españoles, aprovechando las maderas que de forma excesivamente fértiles se extraían en la floresta costeña, como el cedro rojo y el roble. Aquellas embarcaciones fueron bautizadas como “La Florida”, “Espíritu Santo” y “Santiago”, que tuvieron la gran aventura al cruzar el Océano Pacífico, mar extenso y poco explorado por estas latitudes y tiempos. La nueva flota partió de Zihuatanejo, adonde anticipadamente participaron de la eucaristía y zarparon el 31 de octubre de 1527 con tres carabelas y cien hombres rumbo a las Filipinas; el intento marítimo fracasó ante las inclemencias del tiempo puesto que sólo la embarcación “La Florida” fue la que llegó a su destino asiático pero desafortunadamente sin su capitán Saavedra y Cerón. Con este suceso se abrió la visión para un intercambio cultural y comercial entre América y Asia, que desembocaron y reforzaron los viajes de La Nao de China hacia Acapulco, contrayendo un intenso ritmo de transportación y comercialización de productos entre los dos continentes, intercambiando conocimientos culturales así como enriqueciendo la percepción cosmogónica que se tenía del mundo. Por otro lado, con las expediciones españolas en la costa guerrerense se mejoraron las técnicas de cultivo sobre todo del cacao, el algodón, la vainilla y el maíz, que eran producciones eminentemente indígenas. Surgieron las propiedades de los aventureros europeos que fueron aprovechando la tierra, en especial, en donde explotaban las maderas preciosas y útiles como el cedro, el roble, el granadillo y el bocote, que fueron transportadas a Europa por las vías marítimas ya conocidas. De esta manera, la encomienda se convirtió en el medio de control y explotación de las poblaciones indígenas, que se presentaron inicialmente como una de las líneas sociales para beneficiar la cristianización, la castellanización y la protección de los indios, a cambio de los tributos y el servicio comunitario por parte de éstos; de esta forma se aseguraba la fuerza de trabajo baratísima y causaba un reposicionamiento social interno, ya que a partir de 1550 hubo una nueva formación jerárquica española en la que surgieron nuevos personajes que fueron desplazando a los encomenderos, pues la nueva burocracia europea iba llegando poco a poco a controlar las contribuciones fiscales de la época… En primer término, se estructuraron y organizaron gobiernos provinciales, que eran determinadas regiones para controlar los eventos políticos, económicos, fiscales y administrativos de la autoridad española, cuyos gobiernos, corregimientos y alcaldías mayores eran para los colonizadores españoles de nuevo cuño, o bien, para sus hijos mayores e influyentes, dándose un molde social como de cono invertido… así se veían desfilar virreyes, oidores, fiscales, relatores, escribanos, oficiales de haciendas, corregidores, alcaldes mayores y estableciendo un estado virreinal con más política y menos militarismo, como se pudo demostrar. Ahora bien, como otro medio de control menos ríspido, se fueron creando las repúblicas de españoles y las repúblicas de indios, de donde se desprenden autoritarismos, cacicazgos, controles de comunidades y de sus habitantes, principalmente indígenas. Uno y otro grupo tenían como regla no mezclarse más que para la producción de los bienes naturales, de la administración y tributación de impuestos y la prestación de servicios técnicos y domésticos. Así también se encontraba el acuerdo expreso y tácito de domesticar a los indígenas, castellanizarlos y evangelizarlos, con el fin de homogeneizar, concentrar y controlar los centros indígenas de la región. Entonces surgen y se aplican en sus cometidos los Gobernadores de Indios, que mantenían el control étnico por saber sus costumbres, tradiciones y los tiempos de su cotidianeidad, los recaudadores de tributos cuya función era mantener una hacienda recaudadora de los impuestos en metales y especies, los auxiliares de repartidores de la mano de obra que conocían los espacios más útiles y productivos y los mayordomos de las festividades religiosas que mantenían vivos los festejos, ahora paganos, y avivaban la fe religiosa. La nueva orden jerarquizada dominaba ambas lenguas y fungían como intermediarios entre los españoles y los indígenas, teniendo el derecho ocasional de montar en los caballos importados de Europa así como el uso de espadas y una relativa amplitud e influencia personal en el momento de maniobrar el control laboral y tributario. El proceso de una nueva culturización fue largo, paciente, constante e insistente, pues poco a poco se fueron cambiando los valores culturales de los indígenas por las formas de pensar y vivir de los colonizadores, bajo las nuevas condiciones sociales, culturales y humanistas. Los núcleos autóctonos, paulatina pero seguramente, fueron hispanizados tanto en su habla como en sus costumbres; las congregaciones religiosas evangelizaron todos los espacios geográficos del virreinato, convirtiendo las fiestas religiosas en costumbres paganizadas, en esa mágica amalgama de escenarios naturales americanos y las creencias cristianas, hasta encumbrar nuevas tradiciones del santoral católico. Sobre estos ejercicios comunitarios, se hace un paréntesis temporal, para reconocer el ensamblaje social que persistió durante el virreinato, sobre todo en las comunidades indígenas más apartadas del centro neurálgico de la Nueva España, pues a través de los fundos legales, las autoridades virreinales trataron de regular la posesión de tierras y el usufructo de ellas para los indígenas, ante el avorazamiento y la arbitrariedad de los caciques españoles y de los indios entronerados como piezas de autoridad, ya sea para solapar los abusos de los encomenderos, ampliar sus dominios o adentrarse en nuevas posesiones. Vamos al juicio de la historia, extrayendo su jugo y composición comunitaria de ese tiempo y a través de la copia original del fundo legal de Coahuayutla, del 20 de enero de 1531, transcrito en la misma población… siguiendo con atención el camino de la legislación española en sus colonias americanas…“En presencia de la justicia cabildo y regimiento juraron no desamparar el pueblo ni la posesión de sus terrenos […] en señal de perpetua posesión y amparo cavaron la tierra tiraron piedras cortaron árboles buyeron el agua de los ríos y cavaron los nacimientos de los pozos de agua y en todas partes de sus terrenos linderos colmaron a la majestad del señor emperador don Carlos V ofreciendo vasallaje por todos los postres de sus tiempos ellos por sus familias sucsesores nacientes tremolaron el estandarte dándose por recibido de sus tierras ofrecieron a los caciques en nombre de su pueblo seiscientos ducados de oro común y veinticinco marcos de plata pura para la real corona de su majestad ofreciéndoles vasallaje por todos los postrer de su tiempo […] quedando las penas impuestas si los españoles o racionales hicieran despojos violentos para la tierra de los indios”… De esta forma se puede vislumbrar que se llevaba una correcta legitimación en la entrega de las tierras a los naturales coahuayutlenses, bajo una reciprocidad indígena entregados en lo que sería una fortuna, para el tiempo que correspondió esta vivencia, por lo que cada lector juzgará el acatamiento de la ley, y más, el pago justo o no de sus contribuciones… Pero habrá que arribar a una nueva redacción oficial. “[…] queremos y encargamos que a los indios no les cause daño perjuicio ni vejaciones que sea contra las leyes mandamos a la justicia y jueces que si los turbasen sus tierras por el presente instrumento se les restituyan poniéndolos en posesión perpetua y que sean sus usos y costumbres los que ejerzan con entera libertad sus derechos en señorío y dominio de sus perpetuas y libres posesiones”… Pues sólo no queriendo ver y comprender la legislación virreinal se dejaba de respetar tal disposición, sobre el analfabetismo y mono-lingüismo indígena, pero las líneas son claras sobre el devenir de las tierras originarias de nuestro pueblos indígenas. De forma inevitable, el espectro político, económico, social, cultural y humanístico de los habitantes del “nuevo mundo” se amalgamaron a los nuevos cánones de la vida virreinal, mientras los conquistadores españoles se empeñaban en expandir sus dominios, conociendo y reconociendo las mejores expectativas de explotación natural y promoviendo las formas de la recaudación hacendaria, los indígenas trataban de asimilar la tendencia de abandonar sus credos y adoptar una simbología ajena a sus pensamientos y a su formación cosmogónica… ¡fue brutal el impacto cultural y religioso! en donde los pueblos originarios, a pesar de que se oponían tercamente a estas formas de pensar, finalmente fueron forzados a cambiar sus principios de cosmogonía y cultura. En el rodar de las circunstancias y avatares, en el año de 1538, los administradores españoles establecen corregimientos y alcadías mayores, distribuidos de la forma siguiente: en el sur, las de Acapulco, Iguala, Chilapa, Tlapa y la Alcaldía Mayor de Zacatula, todavía perteneciente al estado de Michoacán. A continuación se presentará el estado socio-político y organizativo en que fue diseñada la región de Zacatula… Esta región era la más despoblada pues sólo la habitaban 890 indígenas y 375 no indígenas lo que totalizaban 1265 personas que se distribuían entre Atoyac, Tecpan, Petatlán y Coahuayutla. Según la interpretación del maestro Rubí Alarcón en la región costanera había 56 repúblicas de indios de las cuales 34 estaban en la influencia provincial de Zacatula y las otras 22 en sus Motines, o sea, sobre la costa michoacana. De Zacatula hacia el sureste 13 eran encomiendas y 22 bajo el dominio de la corona española, que fueron: Cacaopisca Pochvtla Chepila Toliman Tomaloca o Tomaloacan Ciguatlan Huaytalota Açapoteca o Xaputica Tequepa (Tecpan) Huiztlán Mitla Coyuca y Mezcaltepec Al paso del tiempo, se reconocieron la creación de las villas de españoles en Zacatula y San Luis y la construcción de astilleros en Zacatula, Petacalco, Zihuatanejo y Acapulco, mientras el afán de conseguir oro y las enfermedades importadas de Europa fueron abatiendo las poblaciones de indios en estas tierras, hasta casi extinguirlos, lo que impactó que fueran desapareciendo las comunidades originarias… y el tiempo fue dando cuenta de la historia… Años más tarde, mediante la ordenanza real del 4 de diciembre de 1786, las alcaldías mayores fueron denominadas “partidos” y subordinadas a distintas intendencias, así, Acapulco, Iguala, Taxco y Chilapa pasaban a la Intendencia de México, Tlapa a la de Puebla, y Zacatula, con los pueblos de Zirándaro, Pungarabato y Cutzamala dependían de la Intendencia de Valladolid. Aun así, se puede sostener que la presencia española en las costas guerrerenses no fue definitiva ni prolongada, sino más bien pasajera, pues la raza española aparece en los pueblos costeños cuando se generaliza la fiebre por el “oro de placer”, con el propósito insoslayable de enriquecerse, y desaparecen físicamente de ellas cuando se bajan o se acaban las reservas auríferas, abandonando paulatinamente sus zonas mineras sin dejar algún rastro arquitectónico por estos caminos de Dios. Sumando a las definitivas y fuertes razones anteriores, hasta este momento se puede observar y comprobar que en las costas de Guerrero nunca hubo ni ha habido edificaciones determinantes, durables y de estilo de arquitectura que enuncien la presencia española de manera definitiva y permanente. Por otro lado, dentro de las consideraciones y condiciones orográficas de la vertiente del Pacífico se estima que no se llegó, ni en tiempos del dominio mexica ni en los de la colonia, a establecer lazos estrechos y determinantes con las partes geográficas centrales de México, ya que la gran extensión del Pacífico hacía más difícil organizar a los pueblos que vivían en sus costas; además, los llamados ahora Eje Volcánico y la Altiplanicie Mexicana, que se presentan como la columna vertebral de nuestra tierra mexicana, pasaban a constituirse como una verdadera y difícil barrera natural que obstaculizaba las comunicaciones y los traslados humanos y materiales, sobre todo de los comerciantes y sus mercancías, o bien, el envío y establecimiento de políticas progresivas para esta geografía, ya no se diga la vigilancia y el control oficial de la corona y los virreinatos de la Nueva España. Mientras que del lado del Golfo de México se acrecentaba el interés de conectarse con Europa, del flanco del Pacífico sólo se observaba una inmensidad oceánica que la volvía ajena a la realidad mexicana y que paulatinamente fue perdiendo los elementos y significancias políticas, sociales y económicas hasta llegar a carecer de una unidad comunitaria que los beneficiara poblacionalmente. Así fue el pasaje colonial que se presentó en tierras costeras y las influencias virreinales que recibieron puntualmente, donde hasta la fecha se encuentran pruebas y testimonios fehacientes de su cultura que se atesoró en el tiempo. La presencia española marcó un parte-aguas en la historia de nuestro país, de América y del mundo, ya que las ciudades virreinales, los conocimientos industriales y la cultura europea le cambió el espectro espacial y temporal a las tierras americanas; pero a la vez las culturas del “viejo continente” se vieron impactadas por el gran cúmulo de conocimientos indígenas y el vasto bagaje cultural del que hacían gala, enriqueciendo sin lugar a dudas, a la cultura y a los suelos europeos hasta tener una resonancia altisonante en las culturas asiáticas. De esta manera, el mundo entero modificó sus expectativas humanas, sus visiones temporales y las concepciones espaciales, corrigiendo sus troncos humanísticos, sus ramajes sociales y sus frutos culturales, pero sintiéndose enormemente orgullosos de sus raíces autóctonas americanas, mesoamericanas y costeñas.

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