¿Qué somos dentro de la madre tierra?
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Uno a uno, todos somos seres humanos perecederos; sin embargo, unidos
formamos la humanidad y ya somos perpetuos. Sería bueno que esta lección de
vida la considerásemos cada mañana. Al final el rastro humano es colectivo,
somos lo que hacemos, no lo que pensamos ni lo que sentimos. Y así, tampoco es
lo que hacemos, es lo que nos queda por hacer. De igual modo, no es el tiempo
el que nos resta, somos nosotros los que le restamos a él. En definitiva, que
nada es lo que parece, y lo que parece un sueño está rodeado de vivencias,
conveniencias y apariencias. Al final de tanta fábula, el peor enemigo reside
cuerpo adentro, por lo que la humanidad puede destruirse ella misma.
Bajo este triste faro de realidades, y a pesar de la huella dejada por
el ser humano sobre el rostro pálido del planeta, sabemos que hacemos bien poco
por promover la armonía con la naturaleza. En el fondo somos un desastre. Nos
mueve la explotación en vez de la exploración. Nada parece estremecernos. Cada
año celebramos el Día Internacional de la Madre Tierra (22 de abril), renovando
el respeto de boquilla, porque la situación es bien distinta. El planeta, único
hogar que tenemos, lo hemos sembrado de situaciones absurdas, contrapuestas a
los recursos naturales, que han afectado gravemente a la propia existencia de
todos nosotros. Hace tiempo que se habla de promover de manera más ética la
relación entre la humanidad y el propio mundo, la misma comunidad
científica ha documentado la evidencia
de que nuestra forma de vida actual es insostenible, pero lo cierto es que el
futuro cada día se encuentra más degradado.
El desprecio por la naturaleza, por sus procesos sustentadores de vida,
ha hecho que la biodiversidad, que es garante de bienestar y equilibrio en la
biosfera, sea mucho menor. Sin duda, cada día, por nuestra mala cabeza, tenemos
descenso de capital natural. Está visto que el auge de parte de la humanidad en
tiempos pasados ha convertido en desolación el planeta de hoy. Hasta que no
reconozcamos como valor supremo la conservación y protección de nuestro
hábitat, difícilmente vamos a mejorar las relaciones interconectadas entre los
sistemas humanos y ambientales. Por momentos, la evasión es tan incuestionable,
que es tan urgente como preciso adoptar una nueva forma de observar, para
cuando menos poder reparar y desarrollar entornos más armónicos.
Naturalmente, hemos de evolucionar hacia otros modelos de conductas,
hacia otras escalas de valores, para conferir otro espíritu de acción más
considerado con el universo y con la naturaleza que rodea a todos los seres
vivos. Realmente, nos hallamos en un contexto límite, aunque se nos diga lo
contrario, los daños causados al medio ambiente son tremendos para la
humanidad. Las grandes economías del mundo lo han basado todo en la producción,
sin importarles el deterioro ambiental, hasta el punto que el "desarrollo
sostenible" se ha convertido en otro cuento más. Desde luego, pienso que
el motor de progreso tiene que combinar el desarrollo económico con la
consideración de la naturaleza. Aún no hemos convenido que la humanidad, toda ella,
sin exclusiones, formamos parte intrínseca de la naturaleza.
Indiscutiblemente, más pronto
que tarde, pagaremos nuestra necedad consumista, motivada por la promesa
ilusoria de la felicidad ilimitada. En un tiempo de superficialidades es
verdaderamente complicado, tener una idea de la vida en armonía con lo que nos
circunda. Queremos vivir a lo grande, no en pequeño. Buscamos la vida fácil, no
la de servicio, el triunfo de manera egoísta, para embriagarnos de un falso
sentimiento de satisfacción, porque al final nos hacemos esclavos y sentimos la
necesidad de derroche. Resulta muy triste ver a una parte de la humanidad harta
de todo, pero débil; y a la otra hambrienta, pero fuerte para luchar. Hemos
perdido el equilibrio, andamos tan contaminados de todo tipo de ociosas
brutalidades, que deberíamos recapacitar y decir no a la cultura de lo
antinatural, del usar y tirar, pues necesitamos asumir responsabilidades y
afrontar los grandes desafíos de la vida.
Es evidente, que dentro de la Madre Tierra, además de ser pieza
fundamental el ser humano, tenemos que aceptar la naturaleza como nuestra
fuente de orientación para acabar con tantos desajustes e injusticias. Debemos
volver la vista atrás para aprovechar la sabiduría de civilizaciones antiguas,
analizar el presente, para ver que este viaje, que hoy nos corresponde a
nosotros como especie humana, debe forjar un porvenir esperanzador, crecido por
el buen hacer y mejor obrar, para que lo armónico renazca alrededor de la
soleada isla de la vida. Además de conducirnos por la reverencia hacia la
naturaleza, estimo que tenemos que establecer un nuevo calendario que active la
conciencia mundial de intentar ser libres en relación con las cosas. Lo
esencial, en ocasiones, no es el ruido, sino el que perturba el silencio. Por
desgracia, la naturaleza hizo un planeta y nosotros los destruimos, en lugar de
fortalecer la alianza, del cual procedemos y hacia el cual caminamos.
Nos faltan claridades para divisar esa blanca luna, serena, que versa
sobre las olas del mar poemas interminables. También nos falta luz para trenzar
ese equilibrio natural que todos nos merecemos. Sí la propia existencia no es
aceptable a no ser que el cuerpo y el espíritu vivan en buena sintonía, igual
sucede con la naturaleza, han de avivarse movimientos que concilien, que nos
acerquen a la naturaleza. Por consiguiente, no se trata de expresar únicamente
preocupación, tenemos que conocer que muchos antepasados nuestros gozaban de una
conexión simbiótica entre los seres humanos y la naturaleza, y que hoy, sin
embargo, permanecemos pasivos ante multitud de amenazas contra nuestro propio
espacio natural, como si la futura supervivencia no fuese con nosotros. La
naturaleza no admite mercadeos, vive de la poesía y en la poesía, amasa
acercamiento de un verso a otro, es el corazón el que construye abecedarios
inconfundibles.
Conquistemos, pues, otro mundo menos cruel con su natural morada. Sabemos
que algunos pueblos y ciudades celebran el Día de la Madre Tierra,
embelleciendo los paisajes naturales y eliminando las especies invasoras de los
sitios naturales, en otros se plantan árboles, o se enseña a reciclar los
residuos correctamente. Cualquier gesto es importante. Hay muchos suelos
desnudos que precisan de cubiertas vegetales, algo verdaderamente esencial para
el uso eficiente de recursos naturales cada vez más escasos, en momentos que
crece la población mundial que hay que alimentar. Estoy convencido de que el mañana
será nuestro en la medida que seamos capaces colectivamente de aprender y
cambiar de actitudes. Por eso es necesario dar la máxima prioridad a los temas
educativos y avivar el entusiasmo por volver a conectar con la naturaleza, lo
que implica que el ser humano vuelva a sentirse parte de ese mundo que le envuelve.
A lo mejor precisamos como la violeta, tan sólo una brizna de hierba para
discretamente vivir las auroras que nos dejaron nuestros progenitores.
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