Pico de cera, las paredes oyen*

Por  El Tiburón (Juan A. Escobar C.)
La libertad de expresión es un derecho fundamental, un derecho humano señalado en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y consagrada en los artículos 6° y 7° de la Constitución General de la República. Pero, estimados amigos, ¿qué es la libertad de expresión? ¿Existe en realidad?  Cuando hablamos de libertad de expresión, nos referimos al derecho que se le reconoce a usted para opinar de manera libre sobre cualquier tema… Bueno, siempre y cuando su punto de vista no “ataque a la moral, la vida privada, o los derechos de terceros; provoque algún delito o perturbe el orden público…”. Si usted puede hablar sin incurrir en alguno de esos supuestos, es libre de decir lo que quiera.
Claro que la interpretación de su opinión no dependerá de usted, sino de la policía, de las fuerzas armadas, de los agentes del ministerio público, del presidente, de los funcionarios o de esos señores a los que llaman integrantes de los “poderes fácticos”, denominados así en este espacio para que no se enteren que estamos hablando de ellos.
Veamos cómo opera el ejercicio de la Libertad de Expresión: Si a alguien no le gustó lo que usted dijo y tiene mucha suerte, a lo mejor lo llaman al M.P. y le aplican una multa; pero si trae el santo de espaldas y perdió usted el estilo al hablar, todo, todo puede pasar. Es posible que le manden un mensaje cariñoso a su teléfono celular para usted y su mamá y le adviertan que puede pasar el asunto a otros niveles si vuelve usted a creer que es cierto eso de la libertad de expresión; puede ocurrir que consideren que está usted muy frío y que necesita un poco de calor que ellos están dispuestos a proporcionarle en el momento que se ofezca, o de plano lo lleven de paseo sólo con boleto de ida.
Esto no ocurría antes con tanta frecuencia, pero las cosas han cambiado mucho en nuestro país. Hace algunos años, si alguien le daba un golpe a su coche, se bajaba usted del auto, le gritaba algunas leperadas al conductor infractor y llamaba a la policía y si no resultaba que el chofer fuese hijo de algún influyente, a lo mejor conseguía un poco de justicia.
Ahora, le chocan su auto y se muere del susto por que no sabe si del otro vehículo va a bajar un tipo con un cuerno de chivo y los va a convertir en coladera a usted y a su coche. Y ni puede llamar a la policía por que no sabe si, en realidad, lo que quiere hacer, traerá como consecuencia que le lleguen refuerzos a su contrario.
En tiempos pasados, era común encontrarse en la calle con los amigos y quedarse un rato a platicar y comentar sobre los asuntos importantes como el cadencioso caminar de nuestra vecina o cosas menos trascendentes como el desastre que ha provocado la contaminación de nuestras playas, en relación con los presupuestos inflados de las obras públicas o de plano sobre el “desgobierno” que padecemos. Pasábamos buen rato comentando sobre la vecina y de pasada criticábamos acremente la conducta de nuestros gobernantes; acordábamos tirarles dos o tres “periodicazos” y hasta apostábamos que veríamos rodar cabezas con el escándalo. Muy seguido no pasaba nada, pero por lo menos aparecían nuestras notas y artículos.
 Hoy en día, luego de que terminas de platicar con tu cuate en torno a las tremendas pantorrillas de la vecina y pasas a lo de los presupuestos inflados, de inmediato te para tu amigo: “cállate güey, pico de cera porque aquí las paredes oyen y la neta ya no sabes ni con quien estás hablando, así que mejor ahí la dejamos; y ya me voy porque me está esperando mi vieja para ver la telenovela”. Y se acabó la plática. Esa es la realidad de la libertad de expresión. Me parece que hemos ido hacia atrás.
Bueno, pero me dirá usted que una cosa es hablar y otra es escribir y publicar; añadirá usted que, ya hablando de publicar estamos tratando de otra cosa muy diferente, pues ahí se involucran también, además del derecho a la libre expresión, el derecho a la información y el derecho a la libertad de prensa; tres derechos en uno y un montón de artículos en las declaraciones universales y en la constitución, como para tirar hacia arriba. ¡Ah!  –proseguirá usted- además hablando de publicar la cosa cambia porque ya entramos nosotros en la escena, aparecemos los periodistas, los héroes que dan más voz a los que ya la tienen y se la quitan a los que de por sí no tienen nada… perdón, perdón, la formulación es al revés: Entran en acción los héroes que dan voz a los “sin voz” y confrontan sus poderosos e intrincados razonamientos con los elementales y burdos pensamientos de los canijos opresores que son los únicos que ahora se hacen oír.
Bueno, es cierto; en tiempos pasados la ciudadanía creía (y algunos ingenuos siguen creyendo) que los periodistas somos una especie de súper héroes capaces de enfrentar a los más feroces enemigos de la cristiandad. Todavía se escucha por ahí, cuando alguien quiere hacerse respetar, frases como las siguientes: “Lo voy a echar al periódico, señor diputado” o también “cálmese señor gobernador, que soy amigo del periodista Miguel Angel Mata y ese sí se lo va a chingar y De Frente, me cae”. Con razón, en aquellos tiempos en los que decían que existían tres poderes, solían llamarnos “El cuarto poder”. Hoy dicen que no tenemos poder “ni en el cuarto”. Hoy que ya quedó claro que existe un solo poder y que no le importa precisamente impartir justicia, los desheredados han quedado solos. Se acabó la fama de nuestra capa justiciera. A menos que se trate de un asunto de comadres o de borrachitos.
Con los cambios, cuando se refieren a nosotros, se escuchan cada vez más frases como las siguientes: “pinches periodistas vendidos”, “cabrones chayoteros”, “lambiscones” y una gran cantidad de calificativos muchos de los cuales no puedo pronunciar en este sagrado recinto.
¿Qué ha pasado con aquellos periódicos y periodistas del ayer que hacían temblar las estructuras del poder? ¿Dónde se encuentran aquellos enormes maestros de la pluma que llegaban pateando las puertas de las oficinas del presidente municipal, al que luego y por entrar sin tocar, agarraban abrazado con la secretaria o con el secretario, según fuera el grado de refinamiento de los gustos del munícipe en cuestión? ¿Dónde quedaron las poderosas plumas que no se inclinaban ante ningún hombre por poderoso que fuera? Veamos no cómo se encuentra, sino cómo veo el panorama periodístico de hoy.
Bueno, ustedes saben que hay quienes siempre han dicho que la única manera de entender a los periodistas y a los periódicos es comprendiendo que cada uno de ellos es mitad luz y mitad obscuridad; mitad energía divina y mitad fuerza del demonio, que sólo así se explica que, por un lado, veamos geniales artículos en las páginas de los diarios y luego los encontremos en la nómina de la presidencia de la república, en la del gobierno del estado o en la del más humilde municipio.
Me parece que de aquel gremio de periódicos y periodistas del pasado, una parte, desde luego se ha ido para no volver, pero de los que quedamos vivitos y coleando, un buen porcentaje ha optado por quitarse de problemas y sólo publica artículos o notas que no molesten a ese monstruo que es el poder de hoy y que, aunque se nos presenta con cuatro, cinco o seis caras, es uno solo. Si aparece por ahí alguna pluma incómoda pues simplemente se pierden las colaboraciones o de plano las pasan a revisión con los duendes que habitan en todas las oficinas de redacción para que le den una pequeña “corregida” al estilo del autor y “sanseacabó”. La cuestión es sobrevivir en estos tiempos aciagos y lo consiguen pues siempre está seguro el “convenio publicitario”, o por lo menos está vigente mientras el monstruo siga ejerciendo el poder. El monstruo es benigno y hasta generoso con aquellos que no le buscan “chichis” a las culebras. Al monstruo le encanta que uno ande todo el tiempo oliéndole el trasero; pero es implacable cuando alguien se atreve a criticar sus objetivos, sus métodos y lo que representa.
Otros periódicos y periodistas siguen apareciendo con la dualidad blanco y negro. Hoy los vemos divorciados del monstruo de múltiples cabezas y mañana figuran como sus escuderos. Pareciera una lucha sin fin caracterizada por el amor y el odio. Un día hay libertad de prensa y al otro campea la censura o la autocensura. Cuando se exceden en el uso del derecho, vienen las amenazas o las represalias económicas o de plano las acciones represivas, sin faltar las desapariciones transitorias o permanentes. El “convenio publicitario” se vuelve intermitente. Se premia el alineamiento, se castiga la rebeldía.
Desde luego hay periódicos y periodistas más valientes que se la rifan todos los días tratando de ejercer con responsabilidad su derecho a  la libre expresión e informan con responsabilidad a la ciudadanía. Desde luego, su decisión de caminar por ese sendero tiene un precio y, desafortunadamente lo vienen pagando puntualmente.
Por último quiero mencionar y hacer un reconocimiento a los periodistas más valientes, a los más comprometidos, a los que jamás venden ni han vendido su pluma, a los que nunca han sabido lo que es un “sobre” con unos billetes dentro, a los que jamás se han arrastrado ante los poderosos, a los que no hay ríos embravecidos que puedan detener… ¿Me preguntan ustedes que de qué planeta son esos periodistas de los que estoy hablando? Son de este planeta, son ustedes, compañeros, los que se decidieron a venir a este encuentro a pesar de las tormentas de todo tipo que nos amenazan y se atrevieron a participar en este ejercicio reflexivo que busca mejorar las condiciones de los periodistas de Guerrero. ¡Adelante compañeros! ¡Nada tenemos que perder más que nuestras cadenas y el “chayote”! ¡Gracias a los organizadores!
*Ponencia leída en el Quinto encuentro sobre libertad de prensa en Guerrero, celebrado el domingo 11 de mayo de 2014, en el salón ejidal de Zihuatanejo, Gro.

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