LAS HUELLAS DE LA VIDA


Por Raul Roman

 DON SALVADOR ESPINO GONZÁLEZ “EL FUNDADOR DE ZIHUATANEJO”

En diversas ocasiones y momentos y, por medio de muchísimas personas, escuchamos los comentarios, acerca de la importancia comunitaria que tuvo la personalidad la presencia y el desenvolvimiento de don Salvador Espino González, en los municipios de Petatlán y, sobre todo, de José Azueta, por lo que de manera inmediata se inició la tarea para encontrar el testimonio más fiel acerca de su vida y obra, en Zihuatanejo.

 No se tuvo que investigar mucho, ya que varias amistades concentraron su sugerencia de que fuera su hijo: Salvador Espino Guido, el que diera este recuento familiar para que la historia costeña rinda un modesto homenaje a uno de sus fundadores, fisicos y morales, de nuestro bello puerto.
 Con Salva nos ha unido una gran amistad que el deporte se ha encargado de profundizar; desafortunadamente siempre hemos sido rivales en buena lid, pero él se comporta dentro y fuera de las canchas de manera elegante, caballerosa y digna, teniendo un desempeño más que destacado; pero iniciemos con la remembranza de un hijo amoroso, agradecido y orgulloso del ejemplo que le dio su padre.
   “Mi padre nació en Petatlán, una hermosa mañana del 4 de febrero de 1903, en un hogar modesto pero feliz. 
 Pasaban diecisiete años de su existencia cuando decide irse a estudiar a Chilapa... directamente al seminario, donde se mantuvo por algún tiempo bajo una orden religiosa.  Para esto habría que apuntar que el trayecto entre Petatlán y Chilapa se realizaba en caballo y, más o menos, se llevaba entre quince y diecisiete días de camino, cruzando ríos en creciente caudal, bordeando cerros inmensos y durmiendo en camino breñoso... ya sabrán.
  Cuando venía de vacaciones, sus estancias eran muy cortas pues consumía hasta treinta días entre venir y regresarse, por lo que a sus padres nomás los veía dos o tres días y . . . ¡vámonos!; en una visita a éste puerto le dieron un empleo que le agradó, ya que el había adquirido algunos conocimientos con los que aventajaba, académicamente, a los muchachos y a algunos adultos de la región, y ese detalle permitió que la compañía que administraba los barcos copreros que aquí comerciaban, le depositaran su confianza y fue así como decidió quedarse a residir en este lugar, dejando truncados sus estudios eclesiásticos pero detonando su voluntad en el servicio, siendo uno de los primeros pobladores del Zihuatanejo de 1920. Así empezó a controlar las entradas y salidas de la carga, a administrar su transporte y a reportar las incidencias propias de estas actividades marítimas y comerciales, acrecentando su experiencia.
Al paso del tiempo y con su proceder se fue ganando la confianza de los lugareños, incluidas las personas que bajaban de la sierra, porque además de sembrar y cuidar su huerta de cocos estableció una tienda donde vendía de todo los productos que se necesitaban para la casa y el trabajo, y a donde llegaban a concentrarse la mayor parte de los visitantes, con lo que su círculo de amistades fue creciendo de manera significativa.
  Pasaron los años, nuestra casa se encontraba ubicada frente al edificio de los anteriores ayuntamientos, desde donde desarrollaba las actividades propias de esta región, hasta que junto con don Darío Galeana vieron y participaron en la creación del nuevo municipio que tenía como cabecera a Zihuatanejo, allá por el año de 1953.
 Ya para 1956 le corresponde desempeñarse como presidente municipal azuetense, desde donde se desencadenan una serie de acontecimientos, nombramientos y experiencias muy gratas para la familia Espino.
 Teniendo la mayor representatividad política en el municipio, gestionó, por la gracia de don Lázaro Cárdenas del Río, la creación de la Esc. Prim. “Vicente Guerrero”, que hoy viste de orgullo a todas las generaciones que estudiamos ahí; realizó los trámites para que se creara y reconociera, legalmente, al ejido local, como una organización comunitaria, siendo uno de sus primeros comisarios y entregando los títulos ejidales registrados a  sus beneficiarios; más tarde emprendió la tarea de gestionar y donar los terrenos para que funcionara la Escuela Secundaria “Eva Sámano de López Mateos”, que ha sido nuestra institución formativa de la adolescencia; asimismo fue administrador de “La Líneas Unidas del Sur”, luego pasó a ser gerente del banco de México y desempeñó diversas comisiones y responsabilidades comunitarias, hasta tener una plena y satisfactoria identificación con los pobladores.
 Una vez que la gente depositó su confianza en mi padre, se hacían transacciones verdaderamente gratas, como por ejemplo: cuando se acordaba la compra-venta de algún terreno, con mi papá se depositaban el dinero y los papeles de la propiedad, hasta consolidar el acuerdo; los giros o envíos telegráficos que venían a recoger las personas de la sierra, eran avalados y entregados por él; en cualquier negociación honesta, siempre fue el depositario moral y físico de los negocios, es más, muchas veces llegaron personas que no eran conocidas que le pedían un préstamo, y mi papá, con confianza, se los prestaba, aclarándole que lo desconocía pero que regresara a pagárselo, cosa que siempre sucedía sin reclamo alguno; su firma y aval era garante de compromiso y seriedad.
 Había ocasiones en que llegaba de la huerta, atendía su tienda y se pasaba a despachar al ayuntamiento, con una actitud de atención y respeto; eso sí, cuando mi padre empezaba a tomarse los pantalones a la altura de la cintura y a contornearse, era señal inequívoca, de que su paciencia se había agotado, pero eso sucedía muy de vez en cuando y cuando era ya imposible hacer entender a la gente.
 Cuando había lluvias intensas y dejaba la basura, tierra, troncos o piedras en las calles y caminos, él se metía, al igual que el resto de la población, a trabajar con su pala, su pico, su escoba y su esfuerzo a limpiar, a componer y a aportar, físicamente, su “granito de arena”, nunca se quedaba nomás mirando u ordenando a pesar de su representación presidencial; casi siempre llegaba a levantarse a las cinco o seis de la mañana y a dormirse a las once o doce de la noche, bajo intensos ritmos de trabajo.
 Recuerdo que si alguna familia le pedía prestado un terreno para construir su casa, inmediatamente aceptaba, con la condición de que le fuera pagando como pudiera, sobre todo, por aquí por donde ahora es la colonia “Vicente Guerrero”, por lo que hoy, lo que el sembró con su actitud, yo lo estoy cosechando, por las muestras de gratitud de las personas puesto que cuando mis paisanos saben que soy hijo de don Salvador Espino, inmediatamente me dicen: 
-¡Gracias a tu papá, yo tengo una casa.
 -¡Gracias a don Salvador, mi familia tiene un terreno 
Y aunque no se le falta a la humildad y a la discreción, nos sentimos muy satisfechos, mis hermanos y yo, por esas muestras de agradecimiento.
 También recuerdo que todos los días y hasta que pudo, íbamos a apagar la planta de luz desde lo que ahora es el centro de la ciudad hasta la Noria, ya como a las diez de la noche.
 Con el paso del tiempo llegó a servir, de manera muy discreta, como consejero de las autoridades en turno, siendo tomada su opinión y su influencia para el beneficio comunitario. 
  De la misma manera, llegó a trabar amistad con diversos presidentes de México, con los gobernadores de Guerrero y Michoacán y con personas reconocidas y anónimas, siempre con la actitud de servirles y congraciarse con el ser humano. Esa es la herencia más grande que nos dejó mi padre”
  Y con la emoción de ambos cumplimos con la justicia que hace la historia, al reconocer la sencillez, la humildad, el sentido de pertenencia y el servicio que prestó a su gente, un gran hombre como don Salvador Espino González, quedando, en el ambiente el dulce sabor que conlleva el amor de un hijo agradecido, trabajador e igualmente sencillo. 
                                             Desde el hermoso “lugar de mujeres”. Raúl Román Román.

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