LAS HUELLAS DE LA VIDA

Por Raúl Román Román

Don Alberto Blanco Valdovinos hombre de tres siglos 

La amistad con la familia Blanco es profunda y entrañable; la visita sabatina es deliciosa y placentera y, en el intercambio de observaciones, experiencias y comentarios, salió a relucir la entrevista que habíamos aplazado ya… en la que un puñito de personas se encuentran muy interesados en rescatar una de nuestras raíces comunitarias el testimonio de don Alberto Blanco Valdovinos, el hombre que sembró una de las primeras huertas de coco y tuvo uno de los primeros automotores en Zihuatanejo.

 Con ese objetivo nos trasladamos a su casa, en el mero corazón geográfico de nuestro puerto; una persona de mente y personalidad brillante nos abrió la puerta… Danilo Valencia, en vivo y a todo color, nos recibe con efusividad, hace la invitación para pasar, se pone de acuerdo con don Alberto y con doña Idalia, compañera sentimental y espiritual del protagonista y de pronto vimos aparecer al señor Blanco con su andar pausado y sus ojos ausentes de luz, pero con una fuerza corporal admirable y ciento cinco años de puras experiencias y vivencias humanas, por lo que lo convierte en esta historia increíble. Y así empezó un hermoso e inextinguible monólogo.
   “Nosotros vivimos con mis abuelos y mis padres en Valle Grande, allá con los límites con Coahuayutla, en la mera Sierra Madre del Sur, con mucho ganado y vida campirana, entre pinares y parotales; mis padres fueron Victoriano Blanco y María de los Ángeles Valdovinos y mis hermanos: Custodio, Antonio, Alejandra, Nicanor, Tirso, Natividad, Francisco, Felipe, Victoriano y María; pasar el tiempo y por cuestiones propias de espacio para trabajar, nos tuvimos que mudar de residencia a El Zapote, hacia arriba del Mineral de Guadalupe”- recuerda con emoción don Alberto. 

 Entonces cada persona cargaba su “piedra de lumbre”, que la vendían los huacaleros,  porque no había cerillos y prendían su hoja de tabaco ya envuelta; no había maestros ni escuela, la gente era analfabeta, aunque más feliz que ahora y ganaba dos reales (diez centavos de peso c/u) a la semana o real y medio, unos zapatos costaban un peso, una vaca  diez pesos, una chiva gorda y bonita un peso, había medio y cuartilla  (la mitad o la cuarta parte de la medida, que podía ser cántaro, arroba o fanega) los minerales del Real lo bajaban a puro lomo de burro y a los ladrones que agarraban, se iban a “la cuerda” y de ahí a las Islas Marías” – afirmaba con convicción
  Después de algún tiempo y buscándole a la vida, decidí venirme a Zihuatanejo; del Zapote a esta tierra se hacía dos días caminando; aquí, en ese entonces, era una laguna llena de lagartos y con muchísimos cedros todo alrededor; la vida de los pobladores era en Agua de Correa, ahí se hacían los bailes y pasaba la brecha.
 Era el tiempo de don Porfirio Díaz, con muchos atropellos, hasta que llegó Francisco I. Madero y cambió todo. Y salieron “Los Pronunciados” que eran iguales, vestían igual, sólo que se ponían de acuerdo con cuatro o cinco del pueblo y en la madrugada gritaban “Viva fulano de tal... jijos de la c...y saqueaban el pueblo, quitaban carabinas, mulas, burros, caballos y dinero y a las muchachas las querían como pan caliente, se iban a Petatlán y se presentaban con el general y ahí les daban el grado aunque ya no había soldados, puro capitán para arriba... aquí una vez se robaron a muchas muchachas y en la noche siguieron a un fulano, hasta que descubrieron que las tenían en “Las Gatas” y se regaba la voz, “ya perengano se pronunci... ya saquearon a zutano... se robaron a fulana.  
 Por aquí se levantó Perfecto Juárez y Reyes, que lo mataron en Atoyac en una pelea, y don Eduardo Izazaga, de los de Coahuayutla, mandó un recado a mi papá para que mandara a mi hermano, que era su ahijado, a la revolución, a mi hermano lo mataron por cuestiones de los partidos; y entonces tomaron el nombramiento Homero y Héctor F. López, a éste lo querían mucho porque era muy buena persona, se fue a la Revolución y regresó como general, él fue el que impulsó a Acapulco… las cosas se calmaron hasta 1917 - rememoraba con avidez, nuestro gran amigo.
  Entonce,s aquí la gente vivía de la pesca y de la agricultura, pero eran sembradíos de humedad, como el melón, la sandía y la papaya, y cuando llegué aquí y compre unas tierras,  hice una de las primeras huertas de cocos que hubo, por el apoyo de don Lázaro Cárdenas que repartió las haciendas de Inguarán y del Coacoyul; una huerta la sembré en Barrio Viejo y la otra más para allá de dónde está el hotel “Flores”; para Michoacán nos íbamos caminando hasta Uruapan y de ahí en tren para Pátzcuaro, Morelia y México y para Acapulco además de caminar y usar las bestias, nos íbamos en los barcos que fueron tres los que venían: “El Oviedo”, “El María Martha” y el “Tecoanapa”; había dos hermanos Pepe y Benjamín Cañedo, eran españoles, habían comprado unos terrenos dónde estuvo el campo aéreo, que se le llamaba “El Cangrejal” y uno cargaba aquí la mercancía y el otro la esperaba y vendía en Acapulco y México; ese campo de aviación lo hicieron los soldados del 8º. Batallón y volaban aquí “Las Líneas Aéreas de Michoacán”; me acuerdo del primer vuelo porque se reunió muchísima gente y el aviador se equivocó de pista, se bajó en Ixtapa y después aterrizó aquí; también a una avioneta se le rompió la hélice, entonces otro aviador que se sube a su nave, que se va para México y al otro día ya estaban reparando la avioneta descompuesta; la brecha para Petatlán la abrió don Pablo Ocampo y de ahí se empezaron a abrir más caminos – reafirmaba con énfasis el señor Blanco Valdovinos.
  Más tarde, la valija del correo venía de La Huacana a La Unión, de ahí a Petatlán y entregaban en Tecpan, se hacía a lomo de mula y aquí paraban a descansar en Agua de Correo, nomás que ahora le dicen La Correa; yo empecé a hacer este servicio, traje uno de los primeros carros a Zihuatanejo, pero como no había puentes, pues se bajaba uno al río, le quitábamos las piedras más grandes, vadeábamos y pasábamos... y en el otro río igual y así veníamos... era duro. 
 Cuando viajábamos a la Unión, una camioneta estaba de este lado del río de La Salitrera y otro carro del otro lado, porque si estaba crecido pues se ponía uno la valija en la cabeza, cruzábamos y nos íbamos en la otra camioneta y así cumplíamos nuestro trabajo... - concluía su relato con evidente emoción y deleite.
 Todavía, don Alberto recordaba la historia de la familia Blanco, y en el rostro denotaba una gran satisfacción y una dignidad admirable, puesto que su vida honorable, honrada, valiente y ordenada le permitieron remontar ciento cinco años, y pocos, pero escasos seres humanos, pueden dar cuenta de la vida de tres siglos diferentes y por estos motivos este ejemplo existencial es y será, eternamente, un capítulo incandescente de nuestra historia costeña, por su referencia de tres siglos.
Desde el hermoso “lugar de mujeres” Raúl Román Román

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