LAS HUELLAS DE LA VIDA


DARÍO EMIGDIO GALEANA FARFÁN “EL SEMBRADOR DE ZIHUATANEJO”

Con verdadera insistencia y determinación se inició la búsqueda de don José Antonio Vargas Galeana, para recabar algunos datos personales de don Darío Galeana; y en un día de suerte, por fin pudimos entrevistarnos con don Toño, en el interior de su carpintería, en el pintoresco y tranquilo poblado del Coacoyul, donde de manera muy trabajadora, reside nuestra nueva amistad.
Al entrar, inmediatamente, se da uno cuenta, que es un lugar donde se trabaja todo el día, con verdadera vocación y ahínco, acompañado de sus nietos, a los cuales quiere heredarles los secretos del arte de la carpintería; las piezas de madera que ahí se encontraban, tenían toques y retoques llenos de arte, sentimiento y experiencia, rodeados de sierras, lijadoras y herramientas propias de un  taller de alta escuela, entre los que se encontraban dos troncos de palmas cocoteras, debidamente trabajados, con grecas finamente acabadas.
 Una vez que expresamos el motivo de la visita, se notó que don Toño, alertó sus sentidos y, poco a poco, fue tomándole sabor a sus recuerdos...
 “Mi abuelo fue un hombre visionario e interesado en el desarrollo comunitario de Petatlán y, sobre todo, de Zihuatanejo.
Mi abuelito nació en un hogar muy fortalecido económicamente; durante su infancia y juventud gozó de la seguridad que da el tener capital, en dinero y en especie, ésta traducida a la posesión de huertas, terrenos en breña y un poco de ganado, que eran de sus padres: Francisco Galeana Galeana y doña Agustina Farfán, que procrearon, junto a Darío, a mis tías Antonia, Quela y Paila.
  Mi bisabuelo era dueño de los terrenos de la Madera y de la colonia que lleva el nombre de mi abuelo, de huertas en la playa Larga y, sobre todo,  en los que ahora está el centro turístico de Ixtapa, la que más tarde, mi abuelo Darío vendió a la familia de don Guillermo Leyva y, del producto de esa gran venta, es con lo que vivieron la familia Galeana Farfán.
 A pesar de su fama de líder, mi abuelo mantenía un sentimiento  de ser cohibido, propio entre la familia de los Galeana, ya que jamás asistía a las fiestas, por lo que algunas de mis tías, luego de saber que no iba a los aniversarios familiares me decía - eres Galeana, eres Galeana, eres Galeana - ; otra muestra más de este sentimiento era, cuando se trasladaba, caminando entre la casa del “Canaima” a la Capitanía, lo hacía por la arena seca, sin entablar plática con los transeúntes, más bien eludiéndolos y disfrutando de la playa; a pesar de sus altibajos económicos, aun así, entre ellos recuerdan que mis tías llegaron a comer en platos de plata.
 El abuelito llegó a ser Capitán de Puerto, que fue el puesto oficial que desarrolló la mayor parte de su vida y de lo que vivió siempre; más tarde encabeza, desde la presidencia local, al primer concejo municipal que representaba al recién estrenado municipio de José Azueta, allá por 1954 logrando, junto con don Salvador Espino, unir y conciliar a sus habitantes bajo la comunión de la tranquilidad y el servicio.
 Recuerdo que junto con don Carlos Barnart, gran inversionista que venía de Acapulco en una avioneta y era dueño del hotel El Mirador, desarrollaron una serie de donaciones de terrenos que beneficiaron a la población, ya que sirvieron para construir la actual parroquia de nuestra señora de Guadalupe, el primer campo deportivo de la población y le regalaron un terreno, en la Madera al cura Herrera.
 Con su carácter fuerte y reservado, mi abuelo trabó grandes amistades, como fueron con Alejandro Gómez Maganda, Gobernador de Guerrero y, periódicamente llegaba el yate llamado “El Sotavento”, en el que viajaba don Miguel Alemán y que, una vez que llegaba a Zihuatanejo, se entrevistaba con don Darío, por ser él el Capitán de Puerto y así sostener una gran amistad imperecedera; pero la compañía más connotada fue la del Gral. Lázaro Cárdenas del Río, que a la postre fue el que promovió grandes beneficios para esta región, como fueron: la creación de la Escuela Primaria “Vicente Guerrero”, la canalización, por gravedad, de agua potable desde Agua de Correa y la edificación de la “casa de piedra”, conocida como el palacio federal, donde, en tiempos pretéritos, teníamos la carpintería donde yo trabajaba, era, también la capitanía, la aduana y ahí estuvo la presidencia municipal, inicialmente.    
Mi abuelo Darío vivió y convivió con muchas compañías femeninas, pero lo que recuerdo muy claro fue que su nieto consentido fue Abel, que se convirtió en su más grande cariño, pero aun así, siempre nos protegió y nos trató amorosamente.
Aunque se pueda pensar lo contrario, él se fue desgastando, física y emocionalmente, por sus bajas económicas que fueron irreversibles y, junto con la edad avanzada y la diabetes llegó una mañana del mes de enero de 1957, cuando como a las diez de la mañana, le dio un infarto, del cual ya no se recuperó; pero, de todos modos, pues... fue mi abuelo, lo quise mucho y  su recuerdo nos dejó un cúmulo de sentimientos encontrados, pero su obra, ahí se encuentra y nos sentimos orgullosos de ello”.
 La entrevista cumplió su cometido, nos enteramos de otra historia que contar, hicimos un nuevo amigo y rescatamos una fuerte raíz petatleca y zihuatanejense, para regocijo de los costeños.

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