LAS HUELLAS DE LA VIDA

Por Raúl Roman Roman

El Dr. Morales “por el amor a Zihuatanejo”

Dentro de las investigaciones periodísticas y comunitarias, se ha encontrado en la opinión generalizada de los pobladores nativos, de los años sesentas y  sus dos generaciones posteriores, la admiración y la gratitud que sienten por una figura humana, en el puerto, que revistió humildad, sencillez y servicio, para todas las personas y con un gran humanismo, sembró filantropía, regó amor y cosechó cariño, para orgullo de su familia; este día, esta modesta columna, se viste de luces para hacer un pequeño homenaje al médico Armando Morales Vallejo, que dejó un legado de vocación y atención médica, deportiva y comunitaria, por amor a Zihuatanejo.

En el apacible y luminoso crepúsculo costeño, doña Evangelina Velázquez, que es la mujer que convivió, amorosamente, los últimos treinta años con el Doctor Morales, cita esta historia, para rescatar, públicamente, la raíz que sostuvo la salud, en este hermoso rincón costeño.
“Armando fue un cúmulo de amor, tanto para sus hijos José Armando, Jorge y Nubia como para mí, ya que desde que nos conocimos, en el carnaval local de mil novecientos sesenta, en el jardín, nos amamos con intensidad, hasta que nos casamos, allá por 1967. Dentro de la convivencia con sus hijos, tomaban todos los alimentos juntos, iba a dejarlos y a traerlos a la escuela, paseábamos con frecuencia, en las playas, en el cine y en el pueblo, hasta que, cuando los hijos mayores tuvieron que irse a estudiar a la ciudad de México, él iba a atenderlos con solicitud.
   Armando nació en Veracruz, a los dos años residió en México, donde pasó muchas penurias para estudiar; quería ser ingeniero electromecánico, pero me contó que como todos sus compañeros se inscribieron en medicina, pues él también lo hizo;  dentro de sus dificultades para estudiar, me refirió la anécdota en que por falta de dinero, se dirigió a su compañero Mario Cruz Prieto, que cuando se decidió a ayudarlo, le dijo:  - mira, Armando, pues entonces tú estudias la mitad del libro y yo la otra –, acto seguido, que toma el texto y que lo parte en dos y que se reparten el contenido para estudiar.
   También sabía taquigrafía y, con ese recurso, pasaba los apuntes y en ocasiones los podía vender, para automantenerse. Más tarde, fue a cumplir su residencia al estado de Nayarit y regresó junto a sus padres Gabriel Morales Rosas y Engracia Vallejo y de sus hermanos, Miguel, Gloria y Mario. Una vez titulado, llegó a vivir a Acapulco y, por un tiempo más prolongado, se residió en Tenexpa, de dónde decide probar suerte en Zihuatanejo, por lo que el doctor Guerrero, que era un ex compañero de la escuela, le anticipó  -mira, yo no sé que vas a hacer allá, si es un puerto salinero, pero si te vas, llévate un petate, para que duermas en la playa, porque no hay hoteles – le enfatizó, pero Armando, sin arredrarse se vino y al llegar le preguntó a Poncho Valencia, que en ese entonces era un niño y ahora un médico, adónde había un hotel y Alfonso, dentro de su inocencia, le contestó – aquí no hay hoteles, pero si quiere yo le rento un cuarto o toda mi casa – al momento que lo incitaba a seguirlo y, efectivamente, por medio del padre de Alfonso, ahí donde está Tula, rentó la casa.
   Más adelante, en una plática con don Salvador Espino, le planteó el deseo de poner una farmacia, motivo por el cual, don Salvador le rentó una casita, la que hoy funciona como la discoteca “El Tequila” y de ahí compró este pedacito salinoso y lleno de huizaches -  refirió doña Evangelina, de la casa que actualmente habita, en el corazón de Zihuatanejo. Y de aquí salía a dar consulta en su bicicleta, siendo el primer médico titulado en Zihuatanejo, pues a pesar de que ya había habido un médico pasante, éste desafortunadamente murió en un accidente automovilístico, ahí por El Ocotito.
   Por otra parte, dentro de la casa, jamás le vi enojado, ni una mala cara para sus hijos ni para mí; cuando yo no le comunicaba algún suceso, me decía inmediatamente – fíjate que hiciste esto así . . . pero si lo hubieras hecho azado . . . te hubiera salido mejor – y eso bastaba para que yo me pusiera a llorar todo el día, pues sabía  que era la prueba fiel de una molestia personal.
   Como médico no cobraba las consultas, sólo ganaba en las ventas de las medicinas en su farmacia y, algunas veces, llegaba a fiarlas, perdiendo el dinero y el cliente; para ese entonces, estábamos rodeados de muchas rancherías, por lo que el trabajo nunca le faltó y, como resultado de su carácter, se fue convirtiendo en el amigo de todos y en el médico de cabecera de toda la población, al grado de que un niño, repetía con cariño – ¡cómprenme esha bolsha, porque yo shoy el dotor Moralesh¡-.
   Tiempo después, y a raíz de una vivencia en la playa, el Dr. Morales, observa que los jóvenes de ese tiempo, entre los que se encontraban Fidel Gutiérrez, Javier Rodríguez, “Chamberina” y “El Negro”, no encontraban sosiego, les sugiere jugar fútbol, situación que aceptaron inmediatamente, por lo que improvisaron, una pelota hecha de mecate, con el que se hacen las hamacas, con la que se inició el gusto en este deporte, que Armando mantuvo siempre y, por el cual, se fue de inmediato a México, a comprar un costal de balones, introduciendo, poco a poco, el amor, la organización y los equipos de fútbol, en este puerto y, una vez que él regalaba pelotas, playeras, pantaloncillos y zapatos deportivos, por cantidades industriales, se derivaba que afuera de la farmacia, siempre había seis o siete muchachos esperándolo y que todas las tardes y todo los domingos “se perdiera” de la casa, por lo cual yo me encelaba, pero que le hacía, era su pasión más grande, al grado de que yo tuve la siguiente vivencia: una vez que me gané un viaje a Dallas, Texas, por medio de la marca comercial de Meriké, los guaruras que nos cuidaban, más por el seguro de vida que teníamos que por nuestra existencia, notaron que un joven me estaba siguiendo y que se paraba donde yo me detenía, hasta que les reclamé, puesto que era penoso que me cuidaban hasta para ir al baño y, una vez que lo supe, decidí abordar al joven, que inmediatamente, me identificó y me dijo: - usted es doña Evangelina ¿verdad? yo me llamo Fernando y le traigo este llavero para que se lo dé al Doctor Morales, porque gracias a él, yo tuve mis primeros “tacos” y un uniforme de fútbol, por favor salúdemelo – recordaba con cariño y gratitud, y así fueron muchos los jóvenes, que por primera vez tuvieron zapatos deportivos, gracias a Armando y que le prodigaron una gran amistad. Por su iniciativa se crea el equipo “El Independiente”, con el que tuvo muchas satisfacciones y, también recuerdo uno femenil, donde abrió una brecha social para las mujeres.
   Diariamente iba al cine, aquí, en el Janeiro, por lo que dando las seis o siete, yo le decía – ya vas a dejarle la cena a don Pepe – refiriéndose al sobrino de don Beto Tena, dueño de este centro de diversión, asevera Evangelina, que asegura con convicción, vivió una bella ilusión, al lado de un ser amoroso, tierno y extraordinario, que se convirtió en el amor de su vida, durante treinta años.
   Dentro de los recuerdos, cita el amor que sintió Armando por Zihuatanejo, de aquel puerto viejo de las casas llenas de grava, para combatir la lodacera, el de la hermosa playa “de enfrente”, con sus carnavales peliculescos, el de los hoteles de la Casa Marina, de la señora Krebs y el Belmar, el de la única peluquería de Zaida Allec, el poblado con “La flor de Zihuatanejo”, como centro de reunión comunitaria, con su sola calle en tierra, de aquel suelo bendito conocido como ¡el Zihuatanejo de sus amores!”.

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