LAS HUELLAS DE LA VIDA


Por Raúl Roman

Barrio Viejo (San José Ixtapa) “La tierra de promisión”

Ángela Monge y Élfega Blanco 
Visitar Barrio Viejo es motivo de orgullo, ya que ahí se encuentran anidados un cúmulo de recuerdos deportivos, educativos y amistosos. De entrada, es un ramal que se desprende de la carretera que va a La Unión, municipio de legendaria historia independentista, que se bifurca entre una vía asfaltada que se encuentra a media vida y que los habitantes esperan su pronta rehabilitación.

 Ahí se hallan nuestras amistades sinceras y verdaderas, como los maestros Rogelio y Armando Encarnación Robledo, los futbolistas tan connotados en la región como Nalbert Cadena Campos “La Jícama”, Beto Conde, Odilón “Lón” Torres, Alfredo Leyva, Víctor Aguilar “La Sierra”, entre otros, así como el nostálgico recuerdo de la gran época de oro de la escuela “Tierra y Libertad” cuando la dirigía el Profe Salvador Valdovinos Reyes, que conjugaba extraordinariamente sus esfuerzos con su equipo de maestros y padres de familia, para consolidar volibolistas y alumnos sobresalientes y connotados.
  ...y bueno, corre el verano de 2006 años después de Cristo, cuando por fin la búsqueda fructificó: Selen Lara Blanco abrió el espacio informativo con doña Angela Monge, con sus ochenta y cuatro años de sabiduría y lúcida memoria, complementada por doña Elfega Blanco de vistosa y elegante personalidad y sobrio porte femenino; la cita fue a las siete de la caída del sol y debidamente aposentados en la casa de la familia Lara Blanco y armados con sendas coca-colas, nos dispusimos a recibir esta clase de historia regional, tan bella y gratificante, y por ahí nos vamos a Barrio Viejo, “la tierra de promisión”, en las voces autorizadas por sus vivencias, testimonios y referencias, como lo manda la ciencia de la historia.  
 Las miradas de doña Angelita y de doña Elfega brillaban hermosa e inevitablemente, ante el abanico de recuerdos que se enredaban con la nostalgia y la alegría...  
“Yo recuerdo que mi “mama” Nicanor me contaba que en el 25  sucedió el ciclón de veinticinco días de lluvia sin interrumpirse, comiendo puras “orejas” de parota con “cabezas” de plátano; en el 43 tembló y junto con algunas casas, se cayó la iglesia de Petatlán; reventó el volcán Paricutín en Michoacán e hizo que muchas personas se desplazaran a diferentes lugares, entre ellos La Costa  Grande de Guerrero - afirmaba con convicción nuestra nueva amiga. 
 Llegué a Barrio Viejo en 1940 y ya estaba pedida y dada, por lo que me vine a casar a este lugar, desde Nueva Cuadrilla, para lo cual hacíamos dos días de camino en bestia.
Aquí había diecisiete familias que vivían del panteón para allá. Y había “bolas” de zancudos, por lo que en la tarde sólo podíamos platicar auxiliados con bonotes de coco, para poder estar en paz; y en la noche había una “garruñera” que sólo con pabellón se podía dormir.
 Entonces aquí vivían las familias Pineda, Ángel y sus hijos Aurelio y Luis Valdovinos, Petro Valencia, Manuel, Felipe y Antonio Blanco, Efrén Núñez, Chaga, Juana Guillén, Chucho Ríos, Antonio Andrade, Martín, Aurelio y Luisa, Román Pineda, Pedro Espino, Elpidio Barrón y Procesa, Julia Medrano, Obdulia, Bernarda, Leobardo Vargas y Sebastiana, Los Rodríguez, Chofi, Eleuteria Salamanca y su marido que lo mentaban Filo - reafirmaba con verdadera emoción la actriz principal de esta historia.
 Mi esposo, Francisco Blanco Torres empezó a sembrar ajonjolí, que se daba que daba gusto; ese palo que está ahí – señalando un  troncón que se encontraba más adelante – era uno de los postes de la “palanca” que eran montes gruesos donde se ponían las “casillas”, debajo de los bocotes y de los amates o higueras.
 Entonces, el ajonjolí sacaba adelante a la gente; se cortaba, se amanojaba y se iban haciendo casillitas, para que cuando llegaba el comprador, luego, luego decía:           -¡Véndemelo a mí! . . . ¡yo te lo pago a tanto! . . .  ¡me lo llevo tal día!  Entonces, en lo que hoy es el kiosco y la iglesia, ahí era “la palanca” de don Daniel López, que venía de Barbulillas. 
 El maíz se sembraba muy poco porque se “picaba”, si se  dejaba de abril a mayo, nomás quedaba la pura cáscara, hasta que más adelante se le regaba un polvo para que durara. Entonces venía don Luis Lluck de Petatlán a surtirse – recordaba con viva emoción.
 Nos levantábamos temprano para hacer las gordas y uncir a los bueyes; nosotros traíamos el agua del río en tinajas sobre la cabeza y, más adelante, los niños la acarreaban en botes de “boca” grande y cuando entraron los tractores fue más bonito, ya que tractoraban a su gusto.. ¡una pasada para acá, otra para allá, bien bonito! – rememoraba con dulzura al mismo tiempo que gesticulaba y hacia ademanes de sobrada expresividad.
 Después vino la cosa del coco que fue muy productivo y nos daba para comer a todos, ya que se hacían tres cortes al año, la de noviembre que era la más grande, la de agosto y la de mayo y llegábamos a sembrar hasta ciento cincuenta hectáreas.
 También íbamos al “vadem”, que era un “brazo” del río, que a su vez traía harta agua que transportábamos en pipas, tiradas por carretas y bueyes; y del mismo río sacaban por montones de camarones con unas tenazotas enormes, tantos, que había que regalarlos entre los vecinos para que no se desperdiciaran y unos robalos que alcanzaban para toda la familia y aún sobraba; los ostiones estaban afuera de la playa, como tamales, no que ahora parecen cucarachas, y desde que empezaron a sacarlos con esos “chundes” pues . . . se acabaron.
 Cuando llegué había una escuelita en la casa de doña Justa, la mamá de los Valencia, ya en el 50 la hicieron más grande; sacerdote no había ni en Zihuatanejo, sino el que venía era de La Unión y llegaba a la casa de don Benja, para bautizar y casar a los novios.
 Ahora, para ir y venir de Zihuatanejo, nos hacíamos todo el día, caminando o en bestia, para visitar a los familiares, a mi tío Alberto y Pancho y la valija del correo la traía un sobrino de los Leyva desde La Unión; en ese tiempo, aquí venía Zaida y Jorge Allec Galeana en una camionetita que entraban a buscar a los parientes y a los amigos; en la casa de nosotros se formaban los veneros en todos los rincones - confirmaba doña Angela, cruzando fulgurantemente los pensamientos y las remembranzas y jugando amistosamente con el tiempo.
 Si se ofrecía y había alguna enfermedad como calentura o dolor de panza había un señor que curaba, pero si era algo más grave, por si enfermaba un niño o un hombre o mujer mayor, se los llevaban en hamaca, con unos palos y a pie hasta el puerto y si se tenía que aliviar una señora también en hamaca, donde muchas veces si nacía el niño en el camino... pues de ahí se regresaban.
Más adelante don Benja compró una camionetita y don Chucho Ríos “una pasajera” con lo que nos íbamos a traer el avío. El agua potable la metieron en 1970 y la luz en el 74; ya estaban los cables, ¡pero el mero día 12 de diciembre, el de la virgen, que se prenden las lámparas y era una gritera de todos los habitantes que parecía fiesta! – resaltaba con euforia.
 Entonces el pueblo comenzó a crecer y la gente empezó a pedir terrenos para hacer casas, pero era para el panteón, por lo que se fue regando a lo largo del pueblo y ahora ya no cabemos.
 Allá en el 71, cuando creció Zihuatanejo y nació Ixtapa, nos fuimos con doña Leone a ver los primeros hoteles, en el remolque del tractor.
 Siempre se llamó Barrio Viejo, yo no sé porque le pusieron San José... bueno fue por el santo patrono, pero a mí me gusta más su nombre original... yo sigo nombrándole a mi pueblo como Barrio Viejo”... –finalizaba su remembranza.
 El tiempo pasaba y nuestras mentes estaban en su máxima expresión emocional; Angelita y Élfega siguieron sus remembranzas todas agradables y placenteras, porque “recordar es volver a vivir”. Hacían cuentas basados en los nacimientos de sus descendencias consanguíneas, iban y venían jugando con el tiempo de manera admirable y llamativa.
 Estaba anocheciendo, con el cielo estrellado y la luna en plenitud, el corazón de todos los presentes descansaba con placidez, la mente se hallaba en reposo y la conciencia social encontraba su descargo histórico , puesto que esta raíz comunitaria saldrá a la luz pública y los moradores del barrio bello sabrán de donde provenimos para enorgullecernos tiernamente de nuestras raíces y amando al amor de los sueños; además la estafeta de la historia tiene que pasarse con dignidad y decoro, entre las generaciones humanas de la Costa Grande guerrerense. Así sea.

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