“¿Pasa ligera, la maldita primavera?”

Por Oscar Espinoza
Un “meme” y una foto. Ambas cosas llegaron a mi teléfono el 21 de marzo, día en el que, desde mis primeros recuerdos, celebro como todos, el arribo de la primavera. En el primero, se aprecia a una pareja en un patio nevado, evidentemente muy frío, él en traje de baño, ella en bikini y frente a ambos, como si fueran a comer una parrillada, un asador. Festejan -se lee en el mensaje que ahí aparece- el inicio de la primavera. Simpático, como suelen ser estos nuevos exponentes del ingenio universal. Si no fuera por lo trágico de lo que significa ese mensaje, solamente movería a risa. Por fortuna, puede también, como lo ha hecho en mi caso, mover a reflexión.

En la foto que menciono, aparece mi sobrinito que vive en Nueva York, vestido como si fuera a esquiar, en una fila con sus compañeros de salón, en medio de un paraje lleno de nieve, participando en el tradicional desfile de la primavera. Ni sol, ni verde pasto, ni pajarillos o niños o niñas disfrazados de florecitas en pantaloncillos cortos. Ni una maestra sonriente guiándolos en ropas ligeras. En cambio, grandes gorros, dentro de los cuales apenas se distinguen los rostros, como parte de overoles completos que apenas les permiten moverse.
En México, alrededor también de esa misma fecha, intensas lluvias y días nublados en buena parte del territorio nacional. En nuestro paraíso en Valle de Bravo, amanece lloviendo y lo hace durante todo el día. Me cuentan sobre el caso de una fiesta de boda en la que los novios han escogido el sábado 21 de marzo, como fecha para casarse, pues  en esos días no llueve. La fiesta, un desastre. Lodo por todos lados, la carpa inundada, los invitados tiritando de frío, y la mamá de la novia en un mar de lágrimas.
Inevitablemente pienso que todo esto es sin duda efecto de la forma en que el clima de nuestro planeta está cambiando y en las muchas advertencias que se nos han hecho, por parte de quienes saben de esto, acerca de las graves consecuencias que el llamado “calentamiento global” puede tener en el entorno en el que vivimos. Parece que el fallido desfile, el frío del 21 de marzo o la boda inundada, serán de las cosas menos preocupantes que viviremos si ese cambio climático no se detiene o revierte.
Una de esas advertencias -quizá la que más impacto ha causado- la representa el documental promovido por Al Gore, ex vicepresidente de los EU y editado en el año 2006 que le mereciera, junto con los miembros del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) el Premio Nobel en 2007. Recuerdo haber asistido a una conferencia de Gore, en la que presentó un resumen de las conclusiones de su investigación, en la que presenciamos, todos profundamente impresionados, la forma en que los glaciares se derriten, el nivel del agua sube incontroladamente, las bacterias mutan, las plagas proliferan y las sequías se extienden implacables lastimando vastas zonas habitadas por millones de personas que viven (sobreviven apenas) en pobreza extrema.
Las evidencias de ese cambio climático son muchas. No es un tema de ninguna manera desdeñable. La temperatura atmosférica y marina cambia, así como lo hacen los patrones de precipitación o de vientos. El nivel del mar varía y la frecuencia y la variedad de eventos extremos aumenta, se altera la productividad agrícola y hay perniciosos efectos sobre la biodiversidad. Hablando de calentamiento global, basta mencionar que en 2005 y 2010, se registró una desviación de 0.67 grados centígrados respecto al período 1951-1980, la mayor registrada desde 1880.
En el caso de la temperatura superficial marina, entre 1971 y 2010 se ha incrementado 0.11°C por década (IPCC, 2013). El calentamiento del océano sobresale notoriamente debido a que se calcula que en ese mismo periodo representó más del 90% de la energía acumulada en el sistema climático.
El tema de la pérdida de glaciares es impresionante. Se calcula que en el periodo 1993-2009 la tasa de pérdida de hielo de los glaciares a nivel global pudo haber sido de hasta 275 gigatoneladas al año en promedio. Esta pérdida resulta importante si se considera que el derretimiento de 100 gigatoneladas de hielo equivalen a una elevación media mundial del nivel del mar de 0.28 milímetros. Ahí es donde nos explicamos esos escenarios en los que aparecen ciudades como Nueva York, con serios problemas de inundación o islas que desaparecen completas.
Y por lo que hace a la temperatura ambiente, no debemos perder de vista que las olas de calor y las temperaturas extremas han aumentado, llegando a causar incluso la pérdida de vidas humanas, como sucedió con las 72,210 personas que perdieron la vida en Europa occidental durante la ola de calor de 2003.
Gracias a personas e instituciones más que preocupadas, ocupadas en el tema, hay hoy una conciencia global también sobre la importancia de llevar a cabo esfuerzos serios en este tema. Tal es el caso destacadamente del arriba mencionado panel de expertos de la ONU (IPCC), el cual aporta permanentemente información fundamental para orientar adecuadamente los esfuerzos en esta materia. México afortunadamente no solamente hace la tarea que le toca, sino que a través de una discreta pero efectiva tarea de las autoridades ambientales dirigidas por Juan José Guerra, titular de Semarnat, así como de un gran número de organizaciones públicas, privadas y no gubernamentales, han estado poniendo la muestra en este ámbito. Así se nos reconoce mundialmente. Qué bueno que así sea, ya que el tema es muy serio y su desatención puede acabar con la casa de toda la humanidad. Siguiendo con la canción cantada por Yuri, esperemos que los esfuerzos se redoblen y vuelva a pasar ligera la maldita primavera.

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