Memoria De La Costa Grande

La conquista espiritual costeña

Dentro de otra de las facetas más impactantes de la historia regional, se presenta uno de los fenómenos sociales de más trascendencia histórica-social, como fue la conquista espiritual que se desarrolló en todos los virreinatos españoles en América, y que durante el proceso de encomiendas recibía a sus primeros frailes con la llegada de las órdenes de franciscanos en 1524, los dominicos en 1526 y de agustinos para 1533
, cuya presencia fue reducida en número pero rica en espiritualidad y moralidad, aparte de los propósitos intrínsecos que se fueron desarrollando a la par, como el cambio de la cosmovisión humana y divina, recargada en un renovado paisaje de conciencia al incorporar la pasión cristiana, la visión de vírgenes, ángeles y santos en actos de fe, pero con el contrasentido que experimentaban los indígenas hacia las fuerzas de sus dioses de orden natural y la enorme tarea de la organización comunitaria, la educación alfabetizadora, las escuelas de artes y oficios y una intensa labor de aceptar las nuevas estructuras políticas, económicas, sociales, culturales, y sobre todo, humanísticas, en su propia tierra.

Así llegan, en primer término, los frailes Martín de Valencia, Pedro de Gante, Toribio de Motolinía, Toribio de Betanzos, Agustín de la Coruña, Jerónimo Jiménez, Juan de San Román, Jorge de Ávila, Francisco de la Cruz, Juan de Oseguera y Alonso de Borja, entre otros. 
 Ahora bien, las dinámicas poblacionales que fueron delineando los frailes llevaban el principio de la evangelización, pero se desarrollaron con la firme intención de que las familias, los centros de trabajo, los ambientes sociales y las experiencias y vivencias humanas estuvieran íntimamente vinculadas con las reglas cristianas, bajo calendarios, festejos y organizaciones eminentemente cristianizadas y catolizadas, que fueron reeditando los valores espirituales y morales de sus feligreses indígenas.
 Primero evangelizaban y organizaban las cabeceras provinciales que irradiaban su influencia geográfica hacia las estancias y poblaciones vecinas, absorbiendo su interés y participación social, cultural y religiosa, con escenificaciones de la pasión de Cristo, las fiestas patronales dentro del santoral, con cantos alusivos a la gloria y al infierno, escenografías y representaciones teatrales con claros mensajes divinos y terrestres del “bien” y del “mal”, la catequización y adopción de valores universales, entre otros recursos pedagógicos.
 A la vez, sus estrategias comunitarias eran la de bautizar, confirmar, confesar y penitenciar, primero a los principales, y en acto seguido, a los núcleos indígenas que por momentos llegaban a ser entre 100 hasta 500 servicios de la fe cristiana durante un solo día.
 Aprendieron puntual y oportunamente las lenguas nativas para facilitar la comunicación, elaboraron textos equivalentes a la simbología española y de las diferentes hablas indígenas, y su labor fue siendo monumental cuando empezaron a construir y a hacer funcionar decenas de monasterios, conventos, y sobre todo, hospitales y casas de asistencia para pobres y peregrinos.
 La vida de los hospitales giraban alrededor de las iglesias, de sus parroquias y de sus catedrales, sobre todo para contrarrestar las epidemias que arrasaban con pueblos enteros por las enfermedades contagiadas de los europeos en los frágiles e inofensivos cuerpos indígenas, como en los Hospitales de la Concepción en Coahuayutla, Petatlán y Tecpan, construidos en ese tiempo y a nombre de la religión cristiana.  

 Como ejemplo vivo en la Costa Grande, las congregaciones de franciscanos y agustinos introdujeron en la conciencia y sensibilidad de los nativos costeños las creencias y prácticas del cristianismo, que perduran hasta nuestros días.  
 Los ejemplos de estas vivencias van siendo sólidos y palpables, como el siguiente botón…
Fray Juan Bautista de Moya Valenzuela 
Fray Juan Bautista de Moya Valenzuela nació el 24 de junio de 1504 en Jaén Andalucía, región perteneciente a España, cuyos padres fueron Jorge Moya y Tomasa Valenzuela, que durante su vida demostró una persistente inclinación e inteligencia hacia el aprendizaje de idiomas como el griego y el hebreo.
 De acuerdo a su temporalidad y a las constantes decisiones hacia el sacerdocio, Juan estudió en el seminario del Convento de Salamanca, dentro de la orden de los Agustinos, que en ese momento era una congregación con grandes valores cristianos y apoyados por las instituciones reales.   
El pasaje seminarista del noviciado lo fue desarrollando entre 1522 a 1523, o sea, cuando arribaba a los 24 años de edad y llegando a profesar con el nombre del Bautista, en honor a tan connotado personaje bíblico, hasta obtener los grados sacerdotales de filosofía y teología, que hasta la fecha siguen en boga y bajo estudios de gran academia, así como también tuvo que cursar otras cátedras afines al academicismo del tiempo y llegando a ordenarse como sacerdote en el año de 1528.
Como todo hombre de piedad, al llegar a La Nueva España se conmueve al observar las condiciones de vida de los indígenas, y al recibir el alto cargo misional, se traslada a Tlapa, en el corazón de la montaña suriana, adonde establece su sede y convergencia pastoral. Desde este punto geográfico logra evangelizar a las poblaciones más apartadas de los sitios urbanizados del virreinato, como la parte alta de la sierra sureña, en las poblaciones de Zapotitlán, Metlatónoc, Acatepec y Cuauhtepec, así mismo, de la Costa Chica, como: Ayutla, Tecoanapa, Copala, San Marcos y Acapulco, más tarde ingresa y recorre la Costa Grande por Atoyac, Tecpan, Petatlán, Petacalco y Zacatula, al igual que por las poblaciones que guía la cuenca del río Balsas, penetrando por la legendaria Tierra Caliente, entre Zirándaro, Ajuchitlán, Teloloapan, Totoltepec y Tetela y organizando el servicio católico en gran parte del ahora estado de Michoacán, especialmente en Valladolid (hoy Morelia), aprendiendo puntualmente las lenguas purépecha, náhuatl y otomí, organizando, construyendo, levantando y promoviendo iglesias, hospitales y escuelas para complementar un servicial y necesario auxilio comunitario.
 Una vez que solidificó las funciones eclesiásticas y sociales decidió regresar a su centro religioso tlapaneco, después de fundar más de 300 comunidades, de convertirlas al cristianismo y dejando una estela de amor al prójimo, servicio comunitario y una pastoral llena de fe y esperanza.
 Finalmente muere en Morelia el 20 de diciembre de 1567, “con olor a santidad”.
Así se cerraba un capítulo de lo que había sido la tierra del esplendor mesoamericano, con toda su crueldad organizativa y retributiva o su grandeza cultural y humanística, que fue cambiada por las andanzas militares españolas y europeas, cuya espada desenvainada y amenazante de sus huestes era complementada o cambiada con o por la cruz cristiana, que contrajo un largo tiempo de cambios políticos, económicos, sociales, culturales, religiosos y humanísticos, para entronerar un nuevo rostro social y cuerpo comunitario a toda América y que trajo aparejados una serie de beneficios en cascada  para ambas culturas, como resultado de décadas de influencia europea en las sociedades novo-hispanas y mexicanas.

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