Memorándum

*** La herencia del padre

Gerardo Ruano Cástulo
Nico era un joven muy dedicado a sus estudios. Figuraba entre los alumnos de los más altos promedios. Siempre aparecía su nombre en los cuadros de honor. Él se sentía contento y satisfecho con su desempeño. Sin embargo, había algo que le desagradaba: Nunca hacía feliz a su señor padre.  Cuando Nico llegaba con las boletas de evaluación, en donde la calificación más baja era un 9.5 y la gran mayoría 10, su papá las veía poco tiempo, sin despertarle grandes emociones positivas, ya que no arrancaba ninguna felicitación. Solamente un está bien. Bien hecho.
Estás haciendo una parte de lo que te corresponde, más no es suficiente. Es más, ni te alegres, le decía, porque bien podrías traerme onces de calificación.
Y eso no era todo, puesto que el papá de Nico era un hombre gustoso por prepararse. No había tenido mucha fortuna en los estudios formales, pero en el autoaprendizaje era algo digno de admirar. Por eso, siempre le decía: “Hijo, los 10 en la escuela no son garantía de que serás una persona exitosa. Debes emplear tu tiempo en un crecimiento integral”. Y le criticaba fuertemente, luego de que todo quería que se lo hiciera mamá. Lavarle la ropa, tenderle la cama, prepararle sus alimentos, entre otras tantas cosas.
La relación entre Nico y su padre lucía complicada. Entre la adolescencia del primero y la exigencia del segundo, las cosas no armonizaban. Peor aún, luego de que el joven tenía la idea de que la mejor herencia que le dejarían sus padres, eran sus estudios y algunos bienes que su padre había logrado con grandes esfuerzos.
El día que Nico lavó los trastos, fue un día triste en su vida. Cuando su mamá enfermó y tuvo que arreglárselas para vestir bien y satisfacer el hambre, fueron días duros. Más complicado fue, cuando tenía que hacer trabajos de mantenimiento de la casa, como pintar y podar las plantas.
Nico llevaba una vida sedentaria, ya que pasaba largas horas, metido en los aparatos de alta tecnología, sin hacer mucho ejercicio y en su alimentación incluía productos chatarra. Los refrescos, las palomitas, los chocolates, hamburguesas y pizzas, estaban en su listado de favoritos.
Papá comía de manera diferente. Solía hacer caminatas. Leer muchos libros sobre el crecimiento humano. Y se veía feliz con lo que hacía. Nico pensaba que su padre le deseaba imponer una disciplina tipo militar. Por eso chocaban. Con todo y que veía que su padre recibía reconocimientos a su trabajo y aumentaba su sistema de relaciones, manteniéndose en un ámbito de armonía laboral y con gran tendencia hacia la abundancia y prosperidad.
Un accidente, desafortunadamente, puso a su padre en una cama de hospital. El diagnostico era claro: su estado clínico era muy grave. De hecho, estaba agonizando cuando Nico llegó a verle. Solamente hubo tiempo para abrazarse. Emprendió el camino sin retorno.
Por la noche. Durante el velorio, la lista de amigos que acudieron a darle el último adiós fue realmente enorme. Durante los actos fúnebres, Nico se dio cuenta del crecimiento que había alcanzado, de cómo personas con más altos estudios, le admiraban y respetaban. Su padre, sí que era un hombre distinto. Eso se respiraba en aquél ambiente de tristeza. Ya no estaría más ahí, quien le exigía más que dieces. Ya no estaría más ahí, quien le pedía hiciera algo diferente a lo que los demás hacían. Ya no estaría ahí, el padre que le había dejado una mejor herencia: “salirse del mundo de la normalidad y hacer algo grandioso con la existencia”. 
Nico, hoy sabía, que tarde, pero al fin, debía tomar decisiones en su vida… El dolor, es un gran maestro... Esa es la cuestión.

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