El maestro Ehel Diego Guzmán el ensueño de la música

Con cariño, afecto y estimación, para Víctor Hugo y Dioseline

La amistad es la forja de la vida… y se va construyendo momento a momento a través de convivencia, diálogo, encuentros vivenciales, auxilio, comprensión, tolerancia y paciencia, que reditúan risas, alegrías, acompañamiento en las buenas, en las malas y en las peores, y un sentimiento de pertenencia fraternal incomparable.

 En el transitar de la vida, el ser humano atesora grandes y entrañables amistades que matizan y enaltecen la figura humana; para 2014 d. de C. el Centro de Atención para Estudiantes con Discapacidad (CAED), ubicado en el Cetis 45, del bellísimo “lugar de mujeres”, ha logrado la comunión amistosa y eterna de Carmelo, Daris Mirena, Adriana, Víctor Hugo y El Indio de Iguala, de donde se desprende esta vivencia inolvidable para toda las familias de la Costa Grande de Guerrero, y en especial del poblado de Espinalillo, en el mero corazón de los barrios de Coyuca de Benítez.
 En una hermosa mañana lluviosa del otoño costeño, nos juntamos con Víctor Hugo, hijo amado por el maestro Ethel Diego Guzmán, que a través de decenios colmó de música y felicidad a la tierra costeña, bajo la siguiente historia relatada por un hijo amoroso, agradecido y soñador, que regala sus recuerdos… 

 “Allá por los años 40´s y 50´s, Espinalillo era una población cuya gente se mantenía de las labores del campo, especialmente el arroz y el cocotero, con familias siempre trabajadoras y de sana convivencia, adonde los niños nos divertíamos con los juegos tradicionales, hoy casi olvidados, como “El Bote”, “Las Alcanzadas”, “Los Encantados”  y “rifles” hechos de tablillas, ligas y corcholatas, o con cáscaras de naranja o cartoncillos.
 En esta población y en ese tiempo, se hallaba un personaje emblemático para el “lugar de espinos”, como lo fue don Candelario Ríos Campos, al que se le debe la fundación del Jardín de Niños “Eva Sámano de López Mateos”, el agua entubada, la planta de luz que iluminaba de siete a diez de la noche a todo el pueblo, el servicio completo de la escuela primaria, la ubicación del mercado, la construcción de la parroquia y la carretera del ramal entre la cabecera municipal con sus barrios coyuquenses, lo que es una verdadera herencia social.
 En este contexto, mi papá empezó a crecer familiarmente, y junto a su padre y hermanos formaron una dinastía musical que nos llena de orgullo a todos sus descendientes y paisanos… él nace en el año de 1932, cuando las familias que pudieran estar vulnerables ante la economía, acomodaban a sus hijos con parientes y vecinos para servir en los mandados y actividades de la casa, aparte de ir a la escuela, que en esos momentos llegaba hasta 3er. grado.
 Sus padres fueron: Daniel Diego Solís y Elpidia Guzmán Campos, él dedicado a la música con la orquesta de “Los Hermanos Chinos” y ella a las labores del hogar, complementados por sus hermanos: Holtana, Angelina, Daniel, Rosalba, Flora, Orlando, Hilario, Graciela, Martha, Gustavo, Eloína y dos tíos fallecidos. 
 De entrada, mi abuelo fue una gran influencia musical para todos sus hijos, y en el que mi padre ya tenía grandes dotes para este arte universal, por lo que en los descansos que tenía la orquesta mi papá tocaba los bongoes, mientras mi tía Holtana bailaba mambos, influenciada por María Antonieta Pons, que era la rumbera del momento, situación que molestaba a don Cande, primo-hermano de mi abuela y que llegaba a protestar.  
 Así y antes de ingresar con los “Hermanos Chinos”, mi papá tamborileaba en mesas, platos, cucharas, ollas, hasta que llegó a construir una marimba con “hueso” de palma… 
 Con esos antecedentes, la orquesta tocaba con puros músicos líricos y con instrumentos de cuerdas, como guitarras, violines y contrabajos, hasta que le fueron incorporando instrumentación de aliento, como saxofones, clarinetes, trompetas y trombones, de donde mi padre tomó la afición y gusto que le duró toda la vida, y más cuando su padrino, Goven Flores, lo fue preparando en la lectura musical a través de notas y escalas con el sax.
 Entre los músicos “Los Chinos” se encontraban Daniel, Isidro, Antolino, Víctor, Juan y Odhón Toralva, Fidel Benítez, Leocadio, “Papá Niño” conocido como “El niño chino”, Jezhel, Gilberto, entre otros, que se fueron dando como relevos generacionales o ante algún deceso, y que fueron originarios de Espinalillo, El Papayo, San Nicolás o Coyuca, principalmente.
 Para este caso, a mi abuelo no le gustaba que mi papá tocara el saxofón, porque pensaba que ante su delgadez corporal le diera lo que popularmente llamaban “El tísico”, por la fuerza con que se necesita tocar este instrumento… y tampoco quería darle permiso para que se integrara a la orquesta, hasta que los compadres y amigos le insistieran:
-¡Daniel, déjalo tocar, el muchacho es muy bueno para la música!
 Y así, a los 14 años de edad, “Los Hermanos Chinos” tenían un nuevo elemento.
 Para esto, en toda la Costa Grande sólo había la opción de estudiar la primaria, pues si se quería continuar con la secundaria, se tenían que trasladar a Chilapa o Tixtla, lo que no podía hacer mi padre, por lo que la opción musical le cayó de perlas, ya que se dedicó de lleno a la música.
 Poco a poco demostró sus grandes aptitudes, hasta que se consolidó cuando empezó a realizarse como compositor y arreglista, pues ante su inspiración poética, inició a musicalizar sus versos y poesías que trascendieron hasta el ámbito nacional e internacional, con sus canciones como “Lucero Azul”, “Una vana ilusión”, “Sueños Truncados”, Princesita”, “En un rayo de sol”, “Mágico primer amor” y la que fue su máxima obra reconocida por su gente: “Mi regalo”, que ha surcado el amor y reconciliado a cientos de parejas sentimentales.
 Y aquí hacemos un alto en el camino de la vida, pues una vez que el trío internacional de “Los Panchos” se presentaban en Acapulco, y al estar en bares y playas, le preguntaron a un trovador:
-¿Qué hay de nuevo?
-¡Pues está “Mi regalo”! – mientras la escuchaban.
-¡Oye¡ ¿Y de quién es? 
-Del maestro Ethel Diego?
-¿Y adonde vemos a Ethel?
-Vive en Espinalillo, vayan a verlo, está aquí cerquita.
Y llegaron hasta el pueblo, y después de platicar con mi padre acordaron grabarla para su repertorio, a lo que siguieron otras melodías que satisfacieron a mi papá.
 Con estos antecedentes, mi padre empieza a ser el arreglista de “Los Chinos”, puesto que hacía arreglos para los instrumentos de cuerdas, viento y percusiones, sobre las pautas musicales, en las que si sorprendía a alguno de sus músicos en la improvisación, se molestaba:
-¡Eso no! ¡Lee y toca como está escrito en el pentagrama!.... ¡A lo quién lo parió!
 Eso sí, tuvieran o no tocadas, por años ellos ensayaban todos los días domingos, ya sea en la escuela o en el casino, que era un salón de baile, con la singularidad de que alrededor de la primera había una serie de cuartos que era adonde vivían los maestros que llegaban a trabajar a Espinalillo, como los profesores: Salud, Jesús, Rebeca y Adela. 
 Y así, de los cuatro o cinco músicos con los que empezó esta organización musical, pasaron a ser hasta dieciséis nuevos integrantes bajo la dirección de Ethel Diego Guzmán, con cuatro saxofones, cuatro trompetas, cuatro violines, y así… y se iban complementando o supliéndose en caso que faltara alguno ocasionalmente, con Galdino de los Santos de Las Lomas… y en un apartado inolvidable y una mención especial, mi corazón se llena de gratitud al recordar a uno de los personajes costeños que más impactó la historia y la producción musical de “Los Hermanos Chinos”, cuando el maestro Macario Luviano, de Tecpan de Galeana y considerado el mejor músico que ha tenido nuestro hermoso Estado de Guerrero, es invitado por mi progenitor para tocar y producir sus composiciones, y nuestro virtuosísimo maestro Macario asiste lleno de alegría y júbilo para que grabaran el último disco que tuvieron “Los Chinos”, pues además de intervenir en los arreglos, él ejecuta magistralmente el saxofón, pero especialmente el piano, para armonizar y hacer lucir este disco incomparable… vaya un recuerdo grato y agradecido para el máximo y carismático maestro de maestros Macario Luviano.
 A la vez y de forma paralela o alternada, con “Los Hermanos Chino” estuvieron grandes figuras artísticas de nuestro hermoso estado guerrerense, como Toño Vargas, conocido cariñosamente como “El Perro”, que interpretaba las melodías tropicalonas, don Agustín Medina que se aventaba todas las romanticonas, y que por cierto los conocedores le decían que tenía un “bonito color de voz”… creen ustedes.
 A todo esto les puedo platicar que durante el año la orquesta tocaba regularmente, como cualquiera otra organización musical prestigiada, pero llegando diciembre, del día de la virgen y todas sus posadas… ¡ay, mamacita¡… todos los días mi papá tenía dos tocadas al día, una entre la una y las seis de la tarde  y la otra de las 7 de la noche hasta que el cuerpo aguantara, porque mis paisanos son super alegres y bien bailadores… y, eso sí, el día 24 de diciembre jamás tomaban un contrato, pues mi padre decía que era para estar con la familia y les servía de un pequeño descanso… entonces llegaba de madrugada, lo cuidábamos de que durmiera, más tarde a almorzar y ahí iba, otra vez, con toda su instrumentación a darle a lo que fue la pasión de su vida.  
Y como la existencia del músico es un constante peregrinar, pues “Los Hermanos Chinos” fueron conocidos en diversas latitudes nacionales, como lo fue en toda la Costa Grande adonde pertenecíamos, de ahí a Cuajinicuilapa, Huitzuco, Tixtla, Chilpancingo, en Acapulco infinidad de veces, en Petatlán cada 6 de agosto, en Zihuatanejo, Lázaro Cárdenas, pero también se presentaron en otras entidades como el Estado de México, el Distrito Federal, Oaxaca y Michoacán, recibiendo y dando la alternativa a los grupos guerrerenses de Los Kumber´s de Hacienda de Cabañas, Koyuca 2000, Los Yonic´s, Costa Azul, La Sonora Modelo, y del plano nacional ¡uuuh¡ estuvieron con Mariano Mercerón, Dámaso Pérez Prado, la Orquesta de Gustavo Pimentel de Siempre en Domingo, Juan Torres, Los Baby´s, los Socios del Ritmo, Los Solitarios, Los Terrícolas, entre otros no menos importantes.
 Así mismo y en ocasiones durante sus presentaciones mi padre implementaba en los descansos algunas escenificaciones y sketches, como cuando mi mamá salió con una narizota excesivamente grande, y en otra oportunidad, a pedido de don Cande, durante la inauguración del Jardín de Niños de Espinalillo, escenificó una obra denominada “Amor Indio”, adonde tiraron flechas sobre el cine local. 
 Y aquí se dio un fenómeno curioso, pues cuando el precio del cocotero era estable, cual más productor costeño se daba su gusto familiar y contrataba a “Los Chinos”, lo que se volvía un jolgorio inolvidable, pues además los contratos no eran caros, por la inclinación de sus músicos de llevar alegría a su gente… pero se dio el bajón del precio del coco y hasta la fecha no nos recuperamos, ahí fue cuando empieza la bajada social en la costa de todo el Pacífico y a la orquesta ya poco la contrataban… y para rematar la debacle, en Coyuca estaba la “Aceitera”, que era una fábrica que empleaba y consumía todo el coco costeño en su obraje… pues que va cerrando su producción de aceite, jabón, dulces, etc. y sus directivos, sindicato y obreros se fueron por la borda, lo que la sociedad coyuquense lamentó por siempre, pues resquebrajó la economía regional.
 Ante estos sucesos obra una coincidencia espacio-temporal con mi papá, pues una vez fundado el Jardín de Niños, don Cande lo invita para que acompañe a las maestras y sus niños en sus actividades musicales, lo que permite que se incorpore al sistema educativo, pues don Ethel toca las rondas infantiles, bailes y les da clases sencillas de música a los infantes, lo que se vuelve inolvidable para las mentes infantiles del pueblo. Más adelante, su compadre Silvano Gómez lo invita a integrarse como maestro de música a la Escuela Secundaria Técnica Industrial 217 de Coyuca, adonde además de expandir sus clases de solfeo, historia de la música y apreciación musical, se propone y logra crear un coro con cien voces y se avienta valientemente a que en una fiesta escolar ¡todos los alumnos del plantel tuvieron que cantar!, lo que volvió un encuentro inolvidable en la historia coyuquense, y en su complemento ideal, el coro escolar ambientaba las fiestas de toda la comunidad de Coyuca, principalmente las del ayuntamiento. 
 Por estas cualidades también lo llaman y promocionan en la secundaria No. 67 de Pie de la Cuesta, que aprovechaba para complementarse en los ires y venires con mi mamá, que trabajaba como maestra en una primaria de la colonia Jardín y de ahí en otra colonia acapulqueña conocida como “Adolfo López Mateos” o “Los Palomares”.
 Y cerrando el capítulo vivencial, es menester manifestar que mi madre, María de los Reyes Benítez Torres, además de ser una mujer maravillosa fue la ideal y gran compañera de mi padre, pues mientras ella era el eje familiar y el centro de autoridad, mi papá se empeñaba en hacernos reír, enseñar la vida y mantener su humorismo que fue legendario, con mis hermanas Georgina, Dioseline, Dalia Marina, Mónica Eugenia y su servidor, y también entre sus amigos, entre los que siempre mostró su humildad, sencillez, sentido del humor y un profundo respeto, pues a todos los hacía sentirse recordados, apreciados, cercano e incomparablemente amistoso, con todos los estratos sociales.  
 Por último, mi papá recibió infinidad de reconocimientos, como los que le otorgaron en Zihuatanejo, Petatlán, del gobierno del estado y, con toda justicia, en Coyuca, pero el más grande reconocimiento que guardamos en el corazón sus hijos, es el nombre de la Escuela Secundaria Técnica No. 29, que en su honor lleva el nombre de “Ethel Diego Guzmán”.  
 De esta forma fue mi vida al lado de un ser humano extraordinario y maravilloso, con su caudal musical, y más, por su forma de ser tan hermosa y humana”.
 El deseo de un hijo amoroso y agradecido permeaba contagiante la paz escolar del Cetis 45, y la Costa Grande de Guerrero se enterará de la vida y obra de uno de sus hijos más notables, como lo fue el maestro Ethel Diego Guzmán y su hermoso ensueño por la música.    
Desde el hermoso “Lugar de mujeres”, Raúl Román Román, El Indio de Iguala.

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