MEMORIA DE LA COSTA GRANDE

Los caminos costeños. Como en todas partes del mundo, las sociedades costeñas tenían que desplazarse entre una y otra población, ya sea dentro de su municipio, en toda su región, estado o país.

De los caminantes nómadas y semi-nómadas que poblaron las tierras americanas, pasamos a las culturas mesoamericanas y pre-cuauhtémicas, en especial con los Mexicas, cuando Izcóatl, animado por sus dotes de conquista, abre caminos fuera del perímetro y de los linderos del valle de México, y que Moctezuma, durante sus 29 años de reinado, avanza hacia el mar del sur entre caminos áridos y vergeles costeños, a la vez que sus corredores desarrollaban todas sus actividades por medio de caminatas, trotes rítmicos y largos, hasta cumplir con su recorrido.

 Aquí surgen los pochtecas, esos aventurados comerciantes indígenas que a “puro pulmón” y al frente de 20 o 30 personas llevaban y traían las mercancías del México indígena, a lo largo y ancho de Mesoamérica.
 Con la presencia española, el cambio fue total y definitivo, pues primero llegó Gonzalo de Umbría para conquistar a Zacatula, luego Gil González de Ávila, que avistando el pueblo de Acapulco y su bahía, inmediatamente “bautiza” su instalación natural como “Santa Lucía”, en función del santoral europeo; le siguen en diferentes épocas Francisco Cortés de Santa María y Diego Hurtado de Mendoza, por la conocida senda azteca y con los mismos propósitos de conquista; así llega don Hernán Cortés a inaugurar “Puerto Marqués”, en su propio honor, viajando por donde tiempo después sería conocido como el “Camino de Oriente”… y entonces, pasaron al uso de caballos y mulas, para posteriormente uncir una carreta rústica a la yunta de bueyes que aportaban el eje y la fuerza bruta que se necesitaba para transportar a las personas y sus enseres, primero y de forma por demás revolucionada para los tipos de vida del siglo XVI y XVII, en donde surge este gran mecanismo social.
 Y aquí haremos un alto en el camino de la crónica, para detallar la actividad que vino a dar un salto en la vida económica, comercial, industrial, y sobre todo, humanística, para los pobladores de América y especialmente de México… 
 La arriería, que por décadas fue la actividad de transporte y comunicación por excelencia, entre caminos y veredas, por atajos y terracerías, entre terregales y lluvias, buscando vados y bajos del río, cursando sus actividades por cerros, picachos, filos mayores, depresiones escarpadas y profundas, entre barrancos y laderas, cambiando radicalmente de clima, ya sea en las temperaturas tropicales, ecuatoriales, con calores atosigantes y fríos gratificantes, con el sólo propósito de cumplir con las entregas de especies e instrumentación doméstica, comercializada e industrializada… el arriero conducía diez, quince o veinte mulas cargadas de mercancía, como sal, azúcar, maderas en trozas, herramientas domésticas y laborales, vasijas de barro mexicano y porcelana china, frutas de tierra fría, pescados y mariscos de la costa suriana, y entre lo más visibles pero de manera consecuente, sumando conocimientos, formas nuevas de vivir, adelantos técnicos, humanos y considerables fortunas, por el intenso intercambio comercial que desarrolló, llevando y trayendo la culturización de los pueblos de las montaña y de los valles, de las zonas desérticas y las costas húmedas, hasta cumplir con la entrega oportuna de sus mercancías, a lo que se le adicionaba incondicionalmente los comunicados, cartas, recados y escritos, que abierta o discretamente deberían llevar a familiares, amistades e instituciones sociales, poniendo en práctica los valores espirituales inmejorables como la paciencia, el valor, la constancia y el servicio hacia sus congéneres.
 Bajo esta forma se da el gran salto a la urbanidad y a la era de los motores de combustión interna, que fueron montados y aplicados en barcazas y automóviles, que en el norte del estado sirvió para implementar el ferrocarril, que tras innumerables intentos y esperas inútiles, jamás llegó ni a Chilpancingo ni hasta Acapulco, mucho menos a la Costa Grande, conforme a los planes originales de los inversionistas más acaudalados y visionarios… 
 De esta manera fueron desfilando embarcaciones en nuestras costas guerrerenses, con su motorizado movimiento, como el “María Martha”, “El Oviedo” y el “Tecoanapa”, que ya llevaban y traían frutas, verduras, refrescos, mudanzas y mercancías de gran calado, más lo que se acumulara… la brecha entre Acapulco y la Costa Grande se inició en 1944, y causando el asombro comunitario, el primer automóvil que entró a esta geografía costeña fue el de don Zeferino Torreblanca en San Jerónimo, así mismo a Corral Falso el de Gerardo Ramos, en Tecpan se reconoce a don Gonzalo Martínez como la persona que llevó el primer auto-motor, siendo de crank y haciéndolo llamar “El siete pelos”, a la vez que entraba un camión de redilas de don Silvino Miranda Román que transportaba grava y arena para la construcción… a la par llegó llegó Roberto Sáyago quien lucía el invento sobre ruedas; en Petatlán, se facturó económica y socialmente a don Abel Martínez, que era un telegrafista llegado de Colima, cuyo automóvil fue desembarcado en las playas de Alpuyeque y estimando que dichas instalaciones son actualmente la costa de Puerto Vicente Guerrero; en San Jeronimito se presentó con la primera camionetita don Alfonso Martínez, luego la familia Gómez y los Torres, ya con la marca Willys, y en Zihuatanejo fue don Juan Ayvar, quien inicialmente disfrutó de tal adelanto tecnológico; así mismo y sin temor a equivocaciones, en La Unión se presentaron con los primeros autos motorizados don Miguel López y el señor León Gómez, con la salvedad de que al no haber rutas seguras y mucho menos puentes de acceso, en cada una de las orillas de los ríos de Coyuca, Atoyac, San Jerónimo, Tecpan, Petatlán, Zihuatanejo y La Unión, había pangos que servían para pasar de un lado a otro con las personas, sus pertenencias y las mercancías en tránsito, a los que paulatinamente se fueron sumando pequeñas camionetas de redilas que facilitaban estas actividades, por lo que así se dio el gran paso en la transportación costeña guerrerense dentro del concierto de la civilización de la gente. 
 De forma visionaria y masiva surge la empresa cooperativa del transporte público “Hermenegildo Galeana”, que fueron pequeños camiones que cubrieron la ruta entre Acapulco y Zihuatanejo, donde surgían aventuras, anécdotas y vivencias comunitarias de todos los colores y sabores, tan gratas como inolvidables, como lo pudieron haber sido: las mujeres a punto de dar a luz en un embarazo complicado, tal vez un moribundo y un adolorido, o los recién casados rumbo a su luna de miel, el traslado a una fiesta con todo y sus músicos e instrumentos de cuerdas y de viento incluidos… cuando el carro se atascaba… a empujar todos… la creciente del río que no permitía el libre acceso hasta que bajara el nivel de su cauce y que mientras se esperaba, se iniciaban romances y se traslapaban las noticias de cada población, durmiendo dentro del autobús o bajo las estrellas, teniendo el manto celeste como techo sideral.
Así se fueron integrando por la exigencia comunitaria las compañías camioneras de “La Flecha Roja” y “La Estrella de Oro”, en franca competencia leal y con velocidades desproporcionadas en no pocos accidentes, con aquel viejo dicho de: “¡Primero muerto, que llegar tarde!”… pero con el propósito de servir a la sociedad a la que se debían.
 Mención aparte y para la década de los 40´s se empezaron a ver las primeras avionetas y a habilitar los primeros campos aéreos, que en mayor o menor medida, conectaban a las poblaciones de Costa Chica y Costa Grande con el puerto paradisiaco de Acapulco, y aún más, Zihuatanejo estableció rutas con la ciudad de México, Uruapan y Morelia.  
 En su complemento terrestre se empezó a tender la carretera nacional entre el puerto acapulqueño hacia Melchor Ocampo, hoy Ciudad Lázaro Cárdenas, aseverando sin lugar a dudas que las costas fueron el último reducto en que los gobiernos federal y estatal pensaron en comunicar, aun así, el tendido carretero fue de grandes beneficios poblacionales, sobre una cinta de asfalto con largos tramos rectos hasta San Luis San Pedro y San Luis la Loma y con curvilíneas románticas y vistas panorámicas incomparables, hasta Zihuatanejo y La Unión… entonces se diversificó este servicio, pues de cada cabecera municipal costeña se fueron construyendo caminos en brechas hacia sus poblaciones de influencia geográfica, con camionetas brincadoras y de redilas, adaptadas con bancas de madera o sobre los camiones madereros que subían a los picos más alejados de la serranía costeña, teniendo como fondo enormes despeñaderos, para que actualmente se ofrezcan los servicios de combis y urvans más estilizadas, cómodas y veloces, según el precio convenido y el kilometraje de la población.
 Ahora existe una cómoda y eficiente transportación humana, que puede ser por mar, aire o tierra para beneficio de los moradores guerrerenses… en fin, así ha sido la evolución del hombre, su cultura y su modernización. (Desde el hermoso “lugar de mujeres. Raúl Román Román. El Indio de Iguala).

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