¡Oh dulce Navidad! Paz a los hombres y sufrimiento al animal

Precisamente en la época navideña a muchos consumidores no siempre les es consciente que el consumo de carne va automáticamente ligado al sufrimiento animal. Porque la propaganda comercial con sus imágenes de vacas felices en verdes prados, sugiere más bien una imagen idílica que hace pensar a más de uno que los animales tuvieron una vida feliz antes de su muerte.

Sin embargo los animales destinados a la obtención de carne casi siempre son mantenidos en establos industriales. La mayoría de las vacas o gallinas nunca han visto un prado, ni se han sentido libres en un campo, apenas han visto el sol, pues viven encerradas en reducidos establos. La industria cárnica está orientada a obtener condiciones de producción baratas para obtener la mayor cantidad de carne en el menor tiempo posible, y sin grandes costes. Así se mantiene a vacas, cerdos, gallinas, pavos, codornices, conejos y perdices, es decir a toda la carta del menú navideño encerrada en angostos establos, donde frecuentemente no pueden ni darse la vuelta. Una estrechez que muchas veces tiene como consecuencia que los animales se lastimen y enfermen. Por eso en la ganadería industrial en masa se utilizan grandes cantidades de medicamentos y antibióticos, con el fin de poder producir animales mínimamente sanos que luego irán al matadero, y de allí a la mesa de aquellos que celebran la Navidad consumiendo carne animal.
En Alemania dos de los menús navideños preferidos son el asado de conejo y el de ganso. El asado de conejo supone, según el digital Welt Online, que se maten 24 millones de animales sólo por Navidad. Sin embargo el matarife terminará con un calvario que comenzó desde el inicio de la vida de muchos animales, que va desde la inseminación forzada, pasando por la separación de los hijos de las madres, después por una alimentación antinatural que los ceba en pocos meses, pero sobre todo por la tortura de vivir, o mejor dicho de malvivir en estrechas jaulas o establos durante su mísera vida, hasta llegar a la muerte en la que en muchísimas ocasiones se les degüella sin apenas anestesia. Podemos decir por tanto que la fiesta de Navidad se ha convertido en una auténtica fiesta de sangre.
Por otro lado a las langostas, cigalas y centollos les va igual de mal que nos iría a nosotras las personas si nos tirasen en una enorme olla de agua hirviendo. Además el que estos animales mueren enseguida es un cuento, pues la mayoría de las veces se arrojan varios a la olla de agua hirviendo lo que enfría el agua, con lo que la tortura dura hasta que el agua vuelve a hervir, es decir entre 3 y 5 minutos. Un tormento sin igual sólo para satisfacer nuestro paladar.
Las tradiciones eclesiásticas han convertido la fiesta navideña en una fiesta de matanza, y esto no tiene nada que ver con Jesús de Nazaret. Los días festivos, que deberían ser de reflexión, los deberíamos aprovechar para interiorizarnos y reflexionar, también para examinar nuestra postura frente a la naturaleza y los animales. A fin de cuentas lo que se ha relatado sobre los sangrientos menús navideños, es suficiente motivo de reflexión para quien desee celebrar la Navidad de una forma interna. Seguro que podrá sacar muchas y suculentas conclusiones, de las que se derivarían interesantes decisiones sobre su alimentación y en general sobre su vida.

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