MEMORIA DE LA COSTA GRANDE


¡Tecpan de mis ensueños!…

Sentados en sendos sillones mullidos, pronto aceptó la entrevista que se había aplazado por cuestiones de salud y de tacto periodístico… pero no hay plazo que no se cumpla y por fin se entabló una plática conciliadora, reveladora y muy hermosa, adonde los sentimientos más sensibles, como el amor a la tierra, la pasión por la vida y un cúmulo de recuerdos y evocaciones pretéritas endulzaron el momento de la patrona, ante el testimonio de sus hijas… pero lo más importante es que este día se recoge la versión de una mujer, y más, porque en ese tiempo la participación femenina era sólo visiblemente doméstica… y así versa esta historia…

“Mis bisabuelos fueron Isabel Orbe y Anacleta Camargo Abarca… mis queridos abuelos se llamaron Clemencia y Florentino Radilla Flores y mis amados padres: Manuel Armendáriz de Santa Rosalía Camargo Chihuahua y Ángela Radilla, de Tecpan; él fue un apuesto y valiente militar y ella una hermosa y entrañable madre, todos de una gran modestia económica pero de un enorme amor por la tierra tecpaneca.
 En aquellos tiempos, los costeños vivían del fruto de la agricultura y el trabajo de la ganadería, de donde destacaban los cultivos del maíz, el ajonjolí, los platanares y una gran carga de algodón; mi bisabuelo prestaba sus tierras que tenía en Palos Blancos, ahí por Tenexpa, y en tiempo de cosechas le daban dos arpillas llenas de algodón… ¡ese era el pago por su bondad!
 Entonces, el río era mucho más caudaloso, de un gran cauce, ancho, corrientoso y muy hondo, con una gran fuerza en el centro y sus playitas arenosas muy bonitas; antes, toda la gente iba bien temprano, por las calles de pura tierra, a traer agua limpia para tomar, por lo que en las mañanas no se debían bañar ni lavar, pues las personas respetaban la hora en que se acarreaba para el consumo doméstico, los varones en “palancas” y las mujeres poníamos los cántaros, las jarras o los botes sobre el yagual que llevábamos para la cabeza, ¡siempre se respetó la hora y la costumbre!… pasando ese tiempo, ora si, las familias más adineradas mandaban a las personas a su servicio a llenar las tinajas y las pilas para el consumo de la casa, como lavar y bañarse. Ya entrada la mañana entonces ya se bañaban y lavaban la ropa todo el día.
 A las cinco de la mañana se paraban las mujeres a moler en metate, era bien duro y laborioso, pues se ponía el nixtamal y se molía para hacer las tortillas… y dale y dale al metlapil…
 Así, hasta que llegaron los molinos de mano, que se montaban sobre un madero clavado en la tierra, que fueron los que facilitaron estas labores. 
 Tiempo después poníamos el nixtamal y bien temprano íbamos a la molienda al molino de don Chelo Hernández, después hubo otro de don José Acosta, por la iglesia, pero no duró mucho, pues los esposos se enfermaron y luego desapareció. 
 Ya de ahí, aunque ya avanzado el tiempo, pusieron las primeras tortillerías con máquinas más rápidas, aunque con las tortillas delgaditas, pero aun así fue muy importante, más rápido y ahorrativo para el trabajo de la mujer… estas fabriquitas de tortillas quedaron hasta la actualidad. 
 Recuerdo que el mercado era una casona grande y lo desbarataron para hacer un zócalo muy amplio, aunque sin ningún adorno alrededor, nomás al puro centro con bancas de cemento que las personas adineradas donaron con sus nombres grabados, como el de don Audomaro Castro y su mujer León de Guevara. Las demás familias que habitaban allí, entre 1910 y 1940, eran las de don Ramón Solís, la familia Abarca, Elodia Sotelo, don Demetrio y Ricardo Ramos, los señores Mellín, Marciala Aparicio, Inesita Gómez, Toña Jacinto, el general Berdeja, Zeferina Jacinto, entre otros que escapan a la memoria.

 En las orillas se ponían a vender unos puestecitos sobre mesas de madera. La segunda plaza central era más chica y en medio tenía muchas divisiones para los jardines llenos de flores y fuentes; ya el tercero lo construyeron cuando Felipe Abarca fue presidente, que es el que se conserva hasta este tiempo, todo arbolado, florido y bien bonito.
 Para ese entonces, los campesinos se comunicaban por medio de un cuerno… ¡tuuu, tuuu, tuuu! Para avisar de un nuevo día… para espantar el sueño y para ahuyentar a los animales! 
 Decía mi abuela que el cauce del río era sobre la calle principal del pueblo, hasta que vino una creciente, se viene el ciclón y - decía mi mamá - que ella era chiquita cuando su abuelo y su padrino fueron a ver la crecida, que ya se había llevado unas casas, entonces se subieron a unos paredones mientras veían como corría el río, y de repente, ¡que se desprende el paredón… y ahí viene la tierra!... las tierras de arriba se derrumbaron, y que aparecen entre ellas muchas piezas domésticas, como vasos, tazas, jarras, platos, cucharas, todo de plata pura… ora sí, a recoger y a buscar lo que se había descubierto… entonces a mi abuelo le tocó una cuchara que hasta la vez la tenemos… está pesada, tiene grabada una paloma coronada, atrás dice “Lince” y es de plata pura. 
Y así pasaba el tiempo en Tecpan, hasta que otra crecida del río cambió la dirección hacia la calle que ahora es la de Ayuntamiento, pues pasaba enfrente de la casa. En el centro había una piedronona enorme y ahí se iba a bañar toda la chamacada, pues era el centro de única diversión y en la que todas las tardes se concentraban las familias a bañarse bien bonito.
 Luego que se viene “El Tara”, llevándose casas, tiendas, calles, tierras de cultivos, huertas y volviéndose a modificar su curso hacia donde está ahora; entonces las familias empezaron a buscar las partes altas para protegerse de las crecidas y ciclones, y ahí se reacomodó el pueblo, del zócalo hacia arriba.
 Así empezaron a construir sus casas con corredores afuera, porque es más fresco y se protegen mejor las edificaciones; toda la familia se salía a platicar en la tarde al corredor y con los vecinos se hacían buenas pláticas, como mí caso que Gerina va todas las tardes a verme al corredor.
También recuerdo que la primera parroquia era grande y estaba donde siempre ha estado; el altar mayor estaba orientado para donde el sol nace y su puerta mayor para donde el sol muere, y tenía dos puertas a los lados… se cayó cuando “El Tara”, nomás quedó la pura torre y cuando volvieron a construir la iglesia, no la quisieron tumbar porque aguantó el ciclón, afortunadamente todavía está ahí. La parroquia la rehicieron con dinero del pueblo, con actividades de la iglesia, como limosnas, rifas y donativos de la gente… para eso nunca falta, pues también son actos de fe.
Yo asistí a la Escuela Real, que estaba adonde ahora está la comandancia, y donde está el ayuntamiento estaba la otra escuela, pues había un centro para niños y otra para niñas. Luego fue cuartel y más tarde el ayuntamiento; ya que decidieron hacer mixta la escuela, la gente enojada decía:
-¡Nooo, cómo las niñas revueltas con los niños… y al pie de los muchachillos!
Los maestros eran José Andraca que era de Chilapa y descendiente de árabes, Felipe Abarca, Isabel Ramos, Baldo Sámano, Marcial Ríos y Chela de la O. entonces se llamaba Escuela Real y luego le pusieron como ahora: “Hermenegildo Galeana”.
 Mis compañeras eran Luisa e Inés Sotelo, Rosalía Solís muy mi amiga, pues cumplíamos años el mismo día y del mismo año, nos llevábamos muy bien… Manola Ramos, Rafaela Orbe, mi prima, y Estela Serna.
 Después hubo escuelas particulares adonde les enseñaban a leer y a escribir con el silabario de San Miguel, en las casas de Herlinda Ramos, Esperanza y Guadalupe Acosta, que se llenaba con los hijos de sus parientes, vecinos y conocidos.
De forma por demás emocionante, recuerdo que para las fiestas de 15 años o bodas, las invitaciones tenían que ser por medio de una lista muy bien elaborada por los anfitriones, y se la daban de encargo y tras un compromiso amistoso con una persona afeminada que se había especializado en esos menesteres fiesteros, que la gente buscaba para que organizara a los invitados.
 Bueno, pues le daban una lista y él se dedicaba a convidar a toda la familia. El día de la fiesta tenía que ir a recoger a cada señorita a la puerta de su casa, y si no iban por ella, simplemente no asistía la invitada, pues como iba a asistir si no fueron por ella, se podía pensar que:
 -¡A la mejor no quieren que vaya! 
 La excepción era cuando se juntaban dos o tres muchachas, que agarraban valor y se iban al convivio.
 Ya para cerrar el círculo social, también había que ir a dejarlas, otra vez, a las puertas de sus casas… todo se hacía caminando, pues no había carro aún. ¡Así era la costumbre!
 Entonces se alumbraban con lámparas de gasolina, iba la música de viento, la primera orquesta fue la de “Los Bello” de don Pedro Bello, luego alternaban con la de don José: “Los Villegas” y hubo una tercera, la de “Los Hermanos Orbe” de Nayo Orbe, y así llegaba “El Chile Frito” y alegraba las tardes y las noches costeñas… fueron las mejores, bien alegres y bullangueras.
 Para comer se daba relleno de puerco y morisqueta, carne de puerco con chile rojo y nejos… se hacían en los patios de las casas más grandes, le pedían permiso al dueño y sin problemas se asistía al baile.
 Aquí también se bailaron los Sones de Tabla, sobre todo en Navidad y en los palenques; los hombres traían paliacate y las mujeres pañuelos muy finos. La tarima era bien larguita para que se pasearan bien y, luego… ¡le echaban el brinco! Saltaba la muchacha y luego el muchacho... le hacían como palomas al compás de la música con violín, arpa y guitarras, mientras todos aplaudían y bailaban alrededor de la tarima… había unas muchachas buenas para zapatear y valsear.
 Las fiestas tradicionales siempre fueron la de San Bartolo que empezaba una noche antes, con la víspera en vela, al otro día se hacía el desfile con comparsas religiosas y paganas, había bailadores, carros alegóricos, las danzas preciosas como la de “El Tigre”, “Los Mapaches”, “El Toro”, “Los Panaderos”, la de “La Pluma”, “Los Tlacololeros” y en algunas ocasiones la de “El Cortés”, todas venerando al santo patrono Bartolomé.
 Las mayordomías organizaban todo… la capillita estaba descuidada, pero poco a poco fueron mejorando y estilizando toda su fiesta y su parroquia… ¡Eso sí, era y es la fiesta más bonita de la costa!
 Cuando llegaba la navidad, las familias no se quedaban en su casa, salían a compartir y a convidarse al zócalo, con toda la población, ahí se comían buñuelos, empanadas de coco, la cena y café. Hoy es otra cosa, pero igual de bonito.
Ahora bien, para curarse la gente usaba puros remedios caseros y cuando de a tiro no se componían, las personas iban con don Faustino Ocampo y él los regresaba ya buenos y sanos.
También hubo excelentes parteras como Telésfora, su hija Reyna Ojeda y también la nieta, así que fueron tres generaciones de parteras que atendían a todas las parturientas, había más, pero ellas fueron las mejores, sacaban a los chamacos hasta cuando venían al revés.
Y ya después que llega a Tecpan el primer médico: Audumaro Castro, después el Dr. Guerrero y más tarde el Dr. De la Llata que duró muchos años, hasta que se fue para México adonde puso una clínica.
 Ya más adelante estuvo un químico que le decían don Tomasito, y él elaboró el “Elixir Tropical” que era re bueno para el paludismo, el jarabe “Alfa” para la tos y otro llamado “Reclús” para las llagas y “nacidos”, con esa medicina le tallaban y le tallaban hasta sacar la raíz y así se curaban, “El ungüento de Altea” para los dolores y combatió muy bien la lepra que había en San Jerónimo, Tecpan y San Luis; su casa era con un patiesote grande y ancho hasta que las autoridades se lo compraron para poner ahí el mercado.  
Uno de los sucesos más tristes que recordaba mi abuelo era sobre una epidemia de cólera que afectó y contagió a decenas de familias, pues esta enfermedad arrasaba con todos los miembros de una casa, y nomás se escuchaba:
-¡Qué ya se murió fulano… qué ya falleció zutana!
 Y cuando eso sucedía, los familiares estaban callados para que pudieran velar a su difunto, pues cuando ya se llegaba a saber, inmediatamente llegaban los camilleros que mandaban las autoridades o que eran socorristas, luego los echaban a una caja para que no oliera, pero después y ante la mortandad nomás envolvían a las personas en un petate y, órale, al panteón sin más trámite, pues era probable que el contagio se extendiera a las personas que rodeaban a la persona fallecida.
 Por este motivo, mi abuelo que le dice a su mujer:
-¡Has un liancho y amontona el maíz, que nos vamos pa´l monte!
Y tomó las costalillas que pudo, ensilló y cargó las dos bestias que tenían y luego luego se fueron para unas tierritas que tenían en el cerro, adonde sobrevivieron como pudieron. No tomaban agua del río sino de pozo y racionaron los alimentos para que les alcanzara, comiendo sandías, sacaban el “corazón” de la mata de plátano y hartas gordas, pero todo medido… y así estuvieron, sin saber el tiempo que vivían, si se había acabado o no la epidemia, todo ese tiempo aislados y sabrá dios que más pasaron allá en la sierra.
 Mientras, aquí en el pueblo se sucedía la mortandad. ¡Quedaron casas abiertas! ¡Ya sin gente, pues toda la familia se había muerto!
 ¡Hubo un caso que no sabían si reírse o ponerse a llorar o de plano dar gracias a Dios!… los camilleros iban y venían, tapados de la boca y con trapos en las manos, pero ya estaban bien cansados de trabajar todo el santo día. Por el agotamiento y al llevar a una persona hacia el panteón, a la mitad del camino uno de ellos dijo:
-¡Ya no puedo más, ahí que se quede, mañana lo venimos a enterrar!
 Al otro día, cuál no sería su sorpresa, que lo encuentran sentado sobre la camilla, diciendo:
-¡Tengo hambreee, quiero atooolee!
Ya después la gente le decía:
-¡Oye, pero tú ya te moriste!
-¡Sí, yo ya me morí, ya no me voy a morir más!
 Se imaginan a cuanta gente le pasó eso, y luego que los enterraron… si nomás estaban medio dormidos o desmayados. ¡Estuvo bien feo!
 Recuerdo los primeros pasos que hacían sobre el río para pasar al Suchil; amarraban tablones largos de madera y los iban engarzando uno con otro, bien fuerte con alambre, luego rellenaban con tierra en medio y hacían una base de piedra que tomaban de la misma corriente, y ya quedaba como murito, amarraban los troncos, más allá otro y luego otro, así hasta la otra orilla tronco tras tronco, nomás que luego por la fuerza del agua se mecían y uno tenía que ir haciendo el equilibrio a la mitad… pero aprendíamos a pasar con las cosas de ropa y comida, así.
 Luego y con el río bien hondo se empezó a pasar en canoas, y ya sabían los pasos más bajos o sin tanta fuerza… hasta la vez hay algunas canoas, pero ahora la gente ya no se sube, mejor dan la vuelta por la carretera.
 Entonces había una brecha y los primeros carros pasaban la corriente vadeando por las partes bajas y los choferes le iban buscando, mientras las personas ayudaban quitando las piedras y acomodando el paso.
 Después fueron metiendo unos puentes de madera bien reforzados, pero se los llevaba el río. Más adelante hicieron uno de cemento hasta que con el ciclón de “El Tara” se lo llevó ¡traía palos y rocas, pero enormes y con una fuerza bárbara!...
 Fíjense, dicen que al puente lo tumbó la piedra que le decíamos “La Tambora”, pero yo pienso que esa piedra ahí está, aterrada y enterrada, era una peñonona de piedra muy rara, parecía una pirámide con tres caras y terminaba en forma de pico… ¡yo digo que ahí quedó!… ¡era muy grande!
Luego ya hicieron el puente lejos, dan la vuelta y atraviesa el río, pero lo bueno que ya está. 
 Había una poza que le llamaban “El Cantil”, muy honda, difícilmente le llegaban al fondo, ni los mejores nadadores. Y se hizo porque ahí daba vuelta el río y poco a poco la fue socavando hasta hacerla hondísima.
 También la carretera era una brecha y cuando ya había comunicación, el primer carro que llega a Tecpan fue de don Roberto Sáyago y los camioncitos de la cooperativa “Hermenegildo Galeana”. Íbamos para Acapulco y salíamos bien temprano, casi oscuro, y llegábamos en la tarde también ya obscureciendo, se hacía todo el día… pasábamos a San Jerónimo, algunas veces se metía para Atoyac y hacía parada en Coyuca… ¡pura terracería!
 Junto con mi tía llevaba a vender arroz sin cáscara, tomates, los huevos iban enrollados y amarrados en hojitas de maíz, para que no se quebraran… como casitas… también escobetas hechas de fibras de maguey, escobas de palma, panocha en gabazos, manteca en lata, le soldaban las hojas de fierro delgadito y una tapa, ya llegando el vendedor le desoldaba todo, para venderla.
 Ya de regreso traíamos harina, alcohol, azúcar, petróleo diáfano, uno moradito muy fino porque no echaba humo ni olía feo, para la lámpara o el candil, no que luego traían uno muy feo que luego tiznaba. Y también lo utilizaban como remedio.
 Había muchas personas que vendían petróleo, pero nosotros se lo comprábamos a doña Zeferina Jacinto, porque estaba aquí en el centro. 
 En ese tiempo vivía María de la O y su casa todo el tiempo se la pasaba llena de gente, haciéndole preguntas y pidiéndole consejos o nomás platicando, hasta que se fue para Acapulco, pero allá seguía igual de concurrida su casa, pues toda su vida fue conocida como “la defensora de los pobres”. 
 Habría que recordar que en el centro de la población estaban las tiendas de ropa de doña Inesita Gómez, de Sarita González y Chuchita Gómez, de don Chucho Ramos, las hermanas León, todos iban a comprar ahí hasta que llegó la tienda de don Jorge Salomón, porque empezó a vender telas por montones, las traía y las tiraba al piso y a vender… barata de a 2, 3 y 5 pesos, casi regalada, telas muy buenas, entremedio salía una que otra defectuosa, pero todas buenas, la gente las prefería.
La primera planta de luz la trajo doña María Bello e igual que todas las poblaciones del rumbo, la prendían de 7 a 11 de la noche, entonces daban tres apagones para avisar que se terminaba el servicio. 
 Y que llega la luz eléctrica y ahí fue cuando Tecpan empezó a progresar, fueron llegando más y más gente, hasta que ya ven, se llenó.
Pusieron un cine al aire libre y proyectaban sobre una barda blanca, adonde cada quien llevaba su silla en la cabeza para sentarse durante la función. Luego pusieron las bancas de tabla, y más adelante, ya butacas abatibles y el techo de lámina. El cine era de don Pedro Bello y cuando se murió le quedó a su sobrino Ladislao, y se llamaba Cine “Guerrero”, hasta que llegaron las videocaseteras y ahí se acabó todo.
 A la vez hubo grandes artesanos que le dieron mucho prestigio a Tecpan. En los trabajos de herrería estaban don Pancho, que era esposo de mi tía Rafaela, y Enrique Ruiz, que además de hacer lo común como machetes, azadones, hachas, tarecuas y tenazas para los campesinos, confeccionaban cuernos y machetes labrados, muy finos, con mensajes, retratos de personas y dibujos muy bonitos y vistosos, tanto así, que en una ocasión le encargaron uno para regalárselo al presidente Miguel Alemán, por lo que le decían “El rey del buril”.
 Ora, los talabarteros hacían puras obras maestras, don Rogelio Bello, el papá del padre “Paíto”, don Calixto Bello, Chente Díaz hermano de Lola, hacían huaraches y zapatos para los que se los encargaban y pagaban, cortaban y armaban monturas, grababan en piel… ¡eran obras de arte!
 Y aquí hubo hombres de gran talento, de Tecpan han salido grandes músicos, poetas, cantores, sacerdotes y obispos… Ricardo Serna le hizo una canción a San Bartolo, que se canta todo el tiempo, dice todo de Tecpan, del santo. Poetas como Marcial Ríos Valencia conocido en todo Guerrero…. Gustavo Luviano y Fito, pero nuestro mayor artista a nivel mundial ha sido Macario Luviano, el sí, excelente músico.   
 Ahora, ya ven, llegaron los bancos, las tiendas grandes, algunos muchachos salen a estudiar y luego nomás regresan de visita, pero así es la vida. Mientras tanto Tecpan es nuestra tierra y sigue siendo hermosa y alegre, además que todos la queremos mucho”.
¡Aaaalma de mi aaalmaaaa! El tiempo cumplió su cometido y se descubrió una raíz histórica sin precedentes, mientras doña Irma paseaba emocionada sus recuerdos y evocaciones, entregando todo su amor a la tierra que la vio nacer hace 86 años, y que ¡los ha dedicado a criar a sus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos y choznos de todas las edades, colores y alzadas! ¡Puras pencas de miel! (Desde el hermoso “lugar de mujeres” Raúl Román Román, El Indio de Iguala).

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