MEMORIA DE LA COSTA GRANDE


Tenexpa… El Paraíso Costeño

El corredor turístico en que se convirtió la Costa Grande guerrerense es un concierto de vergeles eternamente vivos, entre ríos y arroyos, como culebrinas multicolores, unos acantilados hermosos con salientes que dibujan caprichosas figuras rocosas y un mar esplendoroso, siempre pintado de un azul-turquesa incandescente. 

En la parte media de este paseo costeño se abre una bifurcación que conduce a una población de estudio y trabajo constante, muy fructífero y que desde hace dos siglos cincela las líneas de su historia.
 Con el propósito de rescatar una raíz comunitaria que diera cuenta de una comunidad en que sus generaciones de principios del siglo XX fueron campesinas, empeñadas en que sus descendientes cambiaran las artes del campo por libros, carreras profesionales y trabajos productivos, la maestra Perla Valdovinos Arana nos llevó a casa de sus suegros, en el mero corazón de Tenexpa, de donde emana esta bella página encendida de la historia regional…
“Mis padres fueron Rutilo Villegas y Santos de la O y siempre trabajamos en el campo cultivando maíz, ajonjolí, arroz, plátanos, algodón, papayas y cocoteros, que venían a comprar personas desde Iguala, Chilpancingo y Acapulco.
 Entonces la comunicación y la transportación costeña eran caminando o en carretas tiradas por bueyes y mulas, y así llevábamos el algodón hasta el Ticuí, que era adonde estaba la fábrica de hilados, tejidos y telas de manta, siendo propiedad de unos españoles y que la gente se la acabó por tantas guerras, la quebraron y la desbarataron… yo me acuerdo que me metía con todo y bueyes hasta adentro de la textilera.
 Entonces empezó la guerra de “Los Verdes”, adonde todos iban a caballo, con Amadeo Vidales y “El Ciruelo”, y yo me champurraba con ellos y me decían:
-¡Anda chamaco, tráeme agua! – decía don Pedro con evidente emoción.
¡Siempre pelearon por la tierra, antes no me mataron, porque estuvo muy feo! Luego nos teníamos que esconder todo el día.
 En ese tiempo mis amigos eran Ventura y Chencho Mena, Che Mellín, mis primos-hermanos Juan y Braulio de la O y Balta Texta… ¡todos ya se acabaron!
 Estando muchachillo, trabajaba yo con el difunto Benito Mena, cuidando las vacas… que se enferma su hija y que me dice:
-¡Anda a Tecpan, en el caballo, para que traigas al cura! 
 Pero yo le tenía miedo al sacerdote. Pero aun así, lo fui a traer.
 Me decía:
-¡Bésale la mano!
-¡Noooo!
¡Estaba la gente de a tiro tonta… cómo que bésale la mano al cura!
 Más adelante llegó Lázaro Cárdenas, que fue un hombre que tuvo mucha conciencia con la gente… les ayudó muchísimo y nos decía:
-¡Échenle palma a las huertas, porque es un escudo que le van a poner a la tierra!
 Llegaba y repartía arados, mulas, dinero… a mí mero me dio 15 rollos de alambre y $700 pesos, y me dijo:
-¡Ponle a tu corral ocho hilos de alambre! – 
 Él mismo ordenó que me los dieran. Entonces el peón ganaba 0. 75 centavos… había centavos… la carne costaba 5 centavos y el que tenía dinero alquilaba los peones, pero les pagaba con carne.
 En ese tiempo todo lo traíamos de la huerta: mangos, plátanos, papayas, sandías, luego salíamos a cazar, a pescar al río y al mar.
 Entonces teníamos muchas gallinas y cuches y no le hacíamos caso al dinero, ¡porque no había!
 En la guerra llegaba el jefe y a cada casa le repartía cinco soldados… por lo que  les decíamos:
-¡Pero no tenemos para darles de comer!
 Y nos contestaban:
-¡Cómo no!
Ellos mismos agarraban las gallinas y les retorcían el pescuezo y ora… pa´la cazuela y a comer.
 Y que les hacíamos pues, estaban armados; salíamos “juyendo”.
 En una de ésas llegó el general Magallanes, el marido de Benita, con unos oficiales y cuando le pedimos que hiciera la escuela, dijo que sí… ordenó que se hiciera la escuela… pero nomás ordenó que la hicieran, pero él no hizo nada… ¡Ja, jaa, jaaa! 
 Todos acarreábamos los adobes y los “tirantes de madera” en el hombro… había mucha madera de bocote, cedro, sauce y roble, harta madera que había por aquí… así hicimos la escuela.
 Así fueron llegando los maestros Hugo, Juan Lucas, y a mí me dio clases Cayo… ¡ja, jaa, jaaaa! Le champurraban las clases con el catecismo, porque el profe era católico y nos enseñaba a rezar y luego le metía con “el cuarterón”, que así le decían al abecedario y… otra vez al rezo… luego luego decía: 
-¿Quién es la Santísima Trinidad? ¡Ja, jaa, jaaa!
La escuela se llamaba como ahora “José María Morelos y Pavón”. Entonces nos alumbrábamos con candiles de dos mechas, con petróleo, porque la luz eléctrica aquí llegó hasta el 61.
 Los casamientos eran bien bonitos, baile, harta música y comida en gran escala. Antes de la fiesta se hacían las ramadas con los hombres y andábamos matando los cuches para hacer el relleno y aquel mujeral pelando las papayas “de perico” para hacer la conserva.
 Se iban a casar y a bautizar a Tecpan, mi esposa es del 29 de agosto de 1919 y si tenía registro; yo también estaba registrado, pero el registro civil se lo llevó el ciclón, entonces sacaron la boleta de bautizo de la iglesia.
 Oye, y cuando vino “El Tara”, a mí me tumbó de una casa de altos, estuvo muy feo porque nos fue tumbando casi todas las palmas. 
 Y Tenexpa siempre se ha llamado así: Tenexpa. Había unos árboles viejos en las orillas que les decían ahuejotes y llovía mucho en esa época… para ir a bañarnos a las pozas, donde también jugábamos con coacoyules, canicas y revoleando los centavillos… los papás nos hablaban y nosotros no les hacíamos aprecio, hasta que nos regañaban y, pa´dentro…
 Entonces, el hilo venía en bolsitas, no había carretes todavía y para hacer los cocoles casi ni comíamos, porque era lo único que había para divertirse, éramos buenos para hacer “los cometas”.   
 También había guacamayas, allá arriba del cerro a puro comer cayacos. Yo iba a la loma y estaba aquel pajaral… ¡ruuaaaac, ruuuaaaac! – afirmaba don Pedro con gran emotividad.
Y cuando iba champurrado con el general Caballero Aburto, pues me invitó a festejar los 150 años de la independencia de México, y ahí vamos para México.
-¡Si voy!
-¡Vamos pues!
 Fuimos medio millón de personas, éramos un gentillal. ¡Se puso bueno!
 Y mira, tuve muchos hijos, yo estoy chiquito, pero tengo puro hijo bien grandote y todos me quieren mucho… ya voy a cumplir 99 años, ando cerca de los 100 y no cualquiera lo puede contar…  
 Ahora platico con tatita-dios, siempre viene y ya sé lo que va a pasar: va a venir una guerra de Estados Unidos con China.
 Los domingos veo los toros y he estado algo malo y mando traer un poco de petróleo para untármelo en la garganta y en las rodillas, vieras que bueno es… y dicen que ahora la gente tiene colesterol, yo como de todo, hasta huevos de tortuga… ¡y no pasa nada, nada!
¡Ya tengo hijos, nietos, bisnietos y voy por los tataranietos!… ¡ja, jaa, jaaa!”.
 Mientras su hija nos llamaba para comer… comprendimos el fin de la entrevista con un buen hombre casi centenario, que da cuenta del tiempo que le corresponde vivir de la manera más digna, hermosa y amorosa… don Pedro Villegas de la O.  (Desde el hermoso “lugar de mujeres” Raúl Román Román, El Indio de Iguala).

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