MEMORIA COSTEÑA


San Jeronimito ¡Tierra Bendita!

 San Jeronimito es una población hermosa, tranquila, hospitalaria y eminentemente costeña; la voz popular refiere que el primer pueblo se encontraba a dos centenares de metros hacia abajo, de donde se halla actualmente, allá por el panteón viejo, pues la fuerza y la devastación que provocó una creciente del río no identificada por el nombre pero si del año del 52, que trajo como consecuencia que sus pobladores se crecieran al dolor de perder sólo sus pertenencias y buscaran las zonas más altas de la comunidad, para reeditar su historia, pues el cauce del río crecido se llevó al antiguo pueblo.

 Una noche antes, las manifestaciones de la naturaleza anunciaban una lluvia intensa y torrencial, con vientos mayores a los acostumbrados, lo que puso en alerta a la población jeronimitense… y era la mañana del 14 de septiembre de 1952 cuando comenzó la mayor tormenta que se recuerda en su historia, pues entre las 9 y 10 de la mañana notaron que el cauce fluvial no iba sólo a mojar, sino que cada vez llegaba a meterse entre las casas del viejo poblado; así y ante la eminencia del río crecido, las personas auxiliaban a sus paisanos para buscar un espacio más seguro, lo que redituó que afortunadamente no se lamentaran pérdidas humanas aunque si las pertenencias de las familias del barrio.
 En ese tiempo, sus pobladores vivían y tenían a la población junto a unos hacendados que eran ascendentes y descendientes de don Jesús Gómez, con todas las actividades propias del campo como lo fueron y siguen siendo la agricultura, un poco de ganadería, pesca recreativa y mucha cooperación comunitaria.
 En las primeras formaciones sociales se fueron integrando los ramajes familiares de Tayde, Elpidio y Nicolás Torres, de los Gómez y de Chico Ríos, que junto a los Sánchez y Cadenas se aposentaron y vivían en la parte central de su comunidad.
 Una vez que tuvieron que abandonar su anterior instalación comunitaria, fue muy importante empezar a recibir sus lotes habitacionales del ejido, porque a diferencia del desordenado reparto de otras poblaciones mexicanas, en San Jeronimito se entregaron las posesiones completamente ordenadas, pues todas tenían la misma medida, con calles bien encuadradas y planeadas, adonde se contemplaban espacios para canchas, mercado, iglesia, cine y comisaría… sólo que las autoridades de alguna gestión ejidal no las respetaron y ¿qué creen?… ¡se perdieron!   
 Entonces no se compraba maíz, frijol, arroz o ajonjolí, sino que cada poblador sembraba, cultivaba y disfrutaba del fruto de su trabajo y todos se protegían y se ayudaban entre sí.
Al igual que la mayoría de las comunidades costaneras, la división del trabajo era completamente identificable: el hombre y los hijos varones se dedicaban a las labores campiranas, adonde se incluían cuidar vacas, cabras, cerdos y las gallinas “rodailas” que proveyeran del sustento, mientras que las mujeres, mayores y pequeñas, se afanaban y multiplicaban sus labores desde las cinco de la mañana para cocinar el almuerzo, preparar el café y tortear las gordas que alimentara a su parentela, adonde generalmente se realizaba esta indicación una vez que molían el nixtamal:
-¡Está saliendo muy “payanada” la masa, apriétale tantito al molino para que salga más fina!
 Así confeccionaban unas tortillotas gordas y sabrosísimas, complementadas con leche de vaca, riquísimo jocoque, el queso sin tanta sal y los suculentos frijoles en todas sus presentaciones.
 En ese tiempo, el reloj era el sol, pues a través de la sombra se intuía la hora, o bien, era la medida el hambre que provocaban las labores del campo al mediodía y al final de la jornada y… ¡váaamooonoooos!
 Así se pasaban a los esteros, adonde un puñote de familias se iban hacia La Barra de Potosí, donde se quedaban a dormir bajo los pabellones y el arrullo de las olas de este paraíso terrenal… o ya pasaban al río adonde todavía no se necesitaba atarraya para atrapar peces, sino que:
-¡Te subías a la panga, hecha de tronco de parota… te quedabas viendo al fondo, y con un palo con punta o con el machete ¡zaaaaaasssss! ahí estaban las lisas y las “cabezudas” para compartirlo con la familia… también y de manera por demás curiosa, se tomaba el salapan, que era un palo usado como “mango”, al que se le acomodaba un fierro que tenía tres picos y, una vez que se ensartaba al pez, éste se salía del madero hasta atenazar y atrapar la presa acuática…  ahora sí a abrirlo, a asarlo, pegarle a una salsa de jitomate, cebolla y chile, con las tortillas de mano y harto plátano macho… ¡y hasta luego mi gabán!...
 Como eran cuidadores de la ecología, el huevo de tortuga no tenía la veda de ahora, pues no se mataba a la tortuga a menos que la mamá quisiera vitaminar a sus hijos, nietos, sobrinos y hermanos, al darles el aceite de tortuga que olía ¡a rayos!... el sudor era una pestilencia… o igual, cazaban las iguanas prietas, a veces por costales, y al garrobo se le sacrificaba cortándole del pescuezo y vaciar la sangre en un vaso para ponerle un poquito de vino tinto y, así, entre lo fuerte de la iguana y lo mareado del vinillo te ibas bien alegre y vitaminado. 
 Para esto, también se debe de acotar que en tiempos pretéritos no existían los servicios religiosos en forma, pues cuando había que sepultar a algún finado o finada, se acudía a despedirlo y a rezarle, de acuerdo a la fe de las personas y de las familias, a La Santa Cruz, que todavía existe, mientras que para los efectos de bautizos y confirmaciones, todos los papás, padrinos y ahijados tenían que esperar al 6 de agosto y trasladarse a Petatlán, pues era el día que el obispo de la diócesis de Chilapa visitaba su parroquia y desarrollaba estos servicios, para continuar con un modesto guateque familiar al son de atole y tamales bien ricos.
 Eso sí, para cuestión de XV años y bodas los concurrentes seguían la misma tónica petatleca, pero inmediatamente se regresaban para que la fiesta fuera en el Barrio, sobre un patio grande y bien regado que las personas bondadosas prestaban para la diversión de todos los habitantes sanjeronimitenses.
 Para ese tiempo, no había luz eléctrica; en una botella se ponía petróleo y se tapaba con una corcholata a la que se le hacía un hoyo para que se le pusiera una mecha de tela que se torcía, se le mojaba con el mismo líquido y dejaban las paredes bien ahumadas. 
A la vez, primero iban por el agua al río, como todas las poblaciones en el mundo y respondiendo a las necesidades de la familia, pero el tiempo impuso su modernidad, para después irla a “capiar” a las llaves de agua que se empotraban entre muros de cemento y adonde acudían a llenar sus cubetas, cántaros y botes… para que en 1960 se entubara en cada casa de San Jeronimito y se tendiera una red eléctrica que llevara el suministro, cuya gestión fue de todos, pero que visiblemente encabezó don Manuel Romero.  
 Desde aquel momento se recuerda, allá abajo, a la antigua y unitaria escuela “Josefa Ortiz de Domínguez”, a la que asistieron decenas y decenas de infantes que aprendían sus primeras letras bajo la égida del Profesor Napoleón Ángeles Robledo, posteriormente, con Othón García Camarillo y Antonio Abarca, que fueron auxiliados por las oportunísimas colaboraciones, gratuitas y bondadosas, de las señoritas Carmen Corona y Ma. del Carmen Cadena que ofrecieron su conocimiento alfabetizador a los niños del pueblo y continuando sus estudios pedagógicos para volver, más tarde, ya catalogadas y tituladas como maestras de carrera…   
 Y aquí se pierde un poco la historia que se pueda demostrar. Lo que si es seguro es que por una diferencia de criterios entre un profesor y un padre de familia, la institución educativa en referencia deja de laborar durante 4 años, por lo que los alumnos que pueden y quieren seguir estudiando en ese momento, ante el auxilio y la preocupación de sus padres, se trasladan  a continuar sus estudios a la legendaria Escuela Primaria “Cristóbal Colón” de Petatlán, quedándose toda la semana con los parientes y regresando los fines de semana o viajando diariamente en la camionetita de don Tibe Blanco, mejor conocida como “La Quiebra-huesos”, para cumplir con sus propósitos de estudio.
 Así reza esta historia… ante la inquietud de sus pobladores, se tiene que abrir la Escuela “Antonio Abarca Memije”, pero ahora como un servicio estatal y con ambos turnos, misma que se encuentra a un costado de la carretera nacional, adonde llegan sus primeros maestros en las personas de los profesores Jesús Adame como director, Margarito Morales y Eutimio Ramos como docentes, y en la que han ido desfilando infinidad de nuevos cuadros magisteriales.
 De esta forma egresa la primera generación primaria, que se ve reflejada en sus alumnos como Arnoldo Rodríguez, Cortés Guinto, Elia Salas, Eloín García, Pedro Torres, Perla Edith Sotelo, Manuel Romero, Rosalinda Rodríguez y Jesús Cadena Castro, entre otros.
 Una vez egresados, varios niños abandonan la escuela, otros emigran junto con sus familias a otros lares y, con el apoyo de sus padres, algunos infantes se van a Zihuatanejo para ingresar en la inolvidable Secundaria “Eva Sámano de López Mateos”, como son los casos de Pedro, Perla Edith, Eloín y Chucho, adonde toman nuevas aventuras y experiencias.
 Mientras tanto, en el espacio de la anterior escuela “de abajo”, se crea un Jardín de Niños denominado “Antonio Caso” y, en tiempos recientes, al norte de la población se funda la Primaria “Benito Juárez”, para satisfacer la demanda educativa actual.
 Como ahora, los ríos de Petatlán y de San Jeronimito unían sus cauces en “Las Juntas”, que regaban y bañaban las tierras costeñas desde Valentín hasta los pueblos aledaños.
 Por ahí estaba “El Puente”, cerquita del estero y donde había una casa rústica donde salían los chaneques como a las 12 de la noche. Jugaban con las personas que pasaban por ahí, mientras los palitos rodaban y rodaban dentro del juego inacabable del chanecal.
 Si a la persona ya la habían jugado los chaneques, entonces había que llevarla con la rezandera, porque si lo hacían con un médico se podía morir… los rezos eran la mejor cura para la gente apaleada por la chanequera.
 El contraste era con Palos Blancos, que se quedó chiquito, mientras el Barrio, adonde se conocía y se ayudaba toda la gente, se fue yendo para arriba, llegando nuevos pobladores de todas partes… por lo que ahora son pequeños círculos de amigos y de familias que hacen la vida del pueblo… mientras, los niños se entretenían jugando todas las tardes con la imaginación fantástica y mágica que tienen todos los infantes, mujer o varón, que vuelve a la niñez, inolvidable.
 Para ese entonces, como una diversión más llegaban los carromatos de “Los Húngaros”, que pasaban las películas del momento llenas de aventuras y pasajes reales y fantásticos… buscaban un terreno aledaño a la cancha, y por 15 a 20 días se mantenían conviviendo con los paisanos, para que en la noche cada niño, niña, joven, papás y abuelos llevaran su silla para contemplar este arte, en sus carpas. 
 De forma continuada, se pone a dar estas funciones un señor apellidado Nogueda, que era de Agua de Correa y, más tarde, es Chema Maciel el que hace las delicias cinematográficas para San Jeronimito, en terrenos baldíos y con la asistencia de todos los pobladores de este hermoso rincón costeño.
 Hasta que Rogaciano Peregrino se resuelve sobre el mismo negocio e instala ya el cine “Colón”, con una sala cómoda y con butacas. Y aquí habrá que hacer una mención especial y llevar la crónica llena de recuerdos, sentimientos y gratitud, pues un empleado de Roga fue todo un personaje popular… ya que Manuel Guido, local y regionalmente conocido como: “Ñel” “La Yegua”, era el encargado, primero de mostrar el cartel publicitario de un tamaño de 1 X 1.5 metros, por todo el pueblo… se iba hasta Palos Blancos, y aún más, llegaba hasta El Zarco con esta publicidad que redituara más cinéfilos a su patrón y promocionando las películas que se exhibirían por la noche. 
 Y aquí viene la parte sorprendente de la historia, pues una vez empezada la función en San Jeronimito, “Ñel” se iba a la carrera a Petatlán, para que cuando se acabara el rodaje de la película inicial de ese lugar, traerla rápidamente al Barrio, pues mientras se pasaban una primera película y unos “cortos”, para hacer tiempo, entonces llegaba corriendo y agitado con el rollo, pues ahí sería la segunda proyección de la función de esa noche, en el orden que se tenía establecido… y así… ¡Tiro por viaje¡
 De forma complementaria, Tacho Nogueda se pone a pasar sus películas a su pueblo, de la que se desprende su anécdota favorita:
-¡Tacho, fíame la entrada!
-¡No, no puedo, mejor te presto para el boleto! ¡Porque si no, no me sale la cuenta entre boletos y entradas!
Y por nada fiaba, mejor prestaba el dinero para que le saliera el negocio.
 Entonces, Hilario Godoy también divierte a sus paisanos con sus funciones de cine, con bancos reforzados con metal y butacas comodísmas, hasta que el negocio desemboca en un centro nocturno denominado “Layito le Club”. Así hasta que las videocaseteras acabaron o diezmaron el negocio del celuloide. 
Ahora, para ir a Acapulco se subía uno en los pullman rojos, que eran los autobuses que fletaban los viajes… entre terracería, brechas y poooooolvo… salías a las 5 de la mañana y llegabas a las 8 de la noche al puerto, para decir:
-¡Qué lejos ando de mi pueblo!
 Más adelante se dio la gran sorpresa, pues llegó don Alfonso Martínez con una camionetita que llevaba a todos lados, y también auxiliando a sus paisanos; más tarde, se le unieron las familias de los Gómez y los Torres ya con las camionetas Willys, que eran las de batalla en ese tiempo.
 De ahí se desprende la anécdota infantil, cuando don Alfonso revisaba los niveles del agua y del aceite de su carro y asomaba la cabeza hacia el motor, y teniendo medio cuerpo inclinado y casi metido entre el cofre abierto, en el momento que un niño dice alarmado:  
-¡Mamá, la camioneta se está comiendo a don Alfonso!...
 En San Jeronimito se formaron informalmente las primeras oncenas de beisbol, que más adelante fueron conocidas como “Los Sultanes”, en su primera edición, que de forma esporádica sostenían encuentros apasionados con Coyuca de Benítez, Petatlán, Las Peñas, y en una época de oro, ante “Las Panteras” de Agua de Correa. Este equipo estuvo conformado con Efrén Pirschd, Teófilo Bonales, Abel Ayala, Rosendo Ríos, Benjamín y Simón Galeana, Félix “La Borola”, Juan Guido, José “La Cachirola”, Jesús García, Luis Claudio y Pepe Torres.
 Y no porque hubiera un gran nivel de juego, sino que el pueblo se vaciaba para organizar los juegos; se pintaba el campo con rayas muy bien delineadas y vistosas, con un ambiente alegre y festivo; los jugadores entraban al mismo tiempo formándose dos filas parejitas que iniciaban el calentamiento bajo movimientos y lanzamientos uniformes y llamativos, lo que llegaba a impresionar sobremanera a todos los aficionados costeños. Luego y de manera muy hábil y sonora, se comentaba y, a través de un aparato de sonido, se narraba animadamente el partido en sus nueve entradas, o más…   
 Ahora, San Jeronimito a crecido mucho, las familias se han ramificado y, del siglo XX para acá, van cursando la historia cerca de 5 o 6 generaciones, siempre unidos y solidarios, eternamente amorosos con la tierra que los vio nacer y crecer… nuestra gran matria de los sanjeronimitenses. Ha sido hermoso vivir y convivir en este lugar inolvidable y de ensueño. (Desde el hermoso “lugar de mujeres”. Raúl Román Román. El indio de Iguala) 

2 comentarios:

  1. hermoso muy hermoso el recordar es volver a vivir, gracias por revivir la historia de nuestros pueblos, siendo hijo nacido en Sanjeronimito "El Barrio" esto es para mis hijos y los hijos de mis hijos. No olvidemos que aquellos que olvidan su pasado, no tendran la sabiduria para enfrentar su futuro incierto"

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  2. Me gusta mucho la redaccion. Es muy acertada. Mis padres son del Barrio y yo creci ahi. Nunca olvidare los mas preciados momentos que viví es ese maravilloso lugar.

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