EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ

Entonces présteme cien pesos…

Por Ramón Durón Ruiz
Hay una historia que cautiva mis sentidos: “Se cuenta que un viejo árabe analfabeto, oraba con fervor cada noche, cierta vez, el poderoso jefe de la caravana lo llamó y le  preguntó: 
— ¿Por qué oras con tanta FE?, ¿Cómo sabes que DIOS existe, si ni siquiera sabes leer? 
— Señor, –respondió el viejo– conozco la existencia de nuestro Padre, por las señales que nos muestra.

— ¿Cómo así? –indagó el jefe sorprendido. 
— Cuando recibe una carta de una persona ausente –explicó el humilde siervo– ¿Cómo sabe quién la escribió? 
— Por la letra, –respondió éste. 
— Cuando usted recibe una joya, ¿Cómo sabe quién la elaboró? 
— Por la firma del orfebre. 
— Cuando oye pasos de animales, alrededor de la tienda, ¿Cómo sabe, si fue un carnero, un caballo o un buey?  
— Por las huellas –respondió el jefe de la caravana.
El viejo creyente lo invitó a salir de la barraca y mostrándole el Cielo, donde la luna brillaba, rodeada por multitudes de estrellas, exclamó: 
— Señor, las señales allá arriba ¡No pueden ser de los hombres! 
En ese momento el orgulloso jefe caravanero, con lágrimas en los ojos, se arrodilló en la arena y comenzó a orar también. DIOS, aunque invisible a nuestros ojos, nos deja señales en todas partes…”
Y una de las señales, es que no es casualidad que HOY porque sabes leer y escribir, me hagas el favor de ver éstas líneas, además tengas salud, familia, techo, el pan nuestro de cada día y tantas bendiciones que el Señor envía especialmente para ti. Todas te recuerdan que estas hecho para ser feliz y triunfar.
El viejo Filósofo mentiría si te dice que ha leído la Biblia; pero siempre escucha la palabra de los hombres sabios de mi tierra, como la del pastor Jesús González, con quien la ocasión pasada, al terminar de hacer oración, le decía: “Encuentro muchos caminos para ver al Señor, uno es condenándolo como Pilatos; otro negándolo como Pedro; otro más traicionándolo como Judas; y el más importante amándolo como mi Padre, como el Señor de mi existencia”
En el invierno de la vida del Filósofo, cada mañana entiendo el mensaje que “desde el Padre Nuestro nos envía, cuando dice “DANOS HOY…” es decir, he aprendido que DAR es el camino a la felicidad, porque si DIOS te dio dos manos, una para que des y otra para que recibas, cuando aprendes a DAR con amor, el universo multiplica tus dones y bienes, y descubres el camino a la grandeza” 
Cuando aprendes a vivir el HOY como dijo el Padre Bruno, “de uno en uno” los momentos del camino, entiendes que no hay ser poderoso que pueda regresarte al ayer, tampoco el que pueda llevarte al mañana; así cada nuevo amanecer te invita a vivir el milagro del HOY a plenitud, ahí se concentra tu pasado y se proyecta tu futuro. HOY es el momento en que te liberes de las penas y del dolor, y poniendo tu mirada en el Señor, repitas que eres su creación más perfecta en el universo.
Esa oración que de niño practicamos que es el PADRE NUESTRO, nos enseña a amarnos y respetarnos, ¿si no lo hacemos nosotros, quien lo va hacer? Amarnos como somos, con nuestros defectos y virtudes, eleva nuestra auto-estima, nos reconcilia con la vida y construye nuestra existencia plena de realizaciones, ayudándonos para hacer un viaje en el camino hacia nuestro interior, dejándonos una reconfortante paz espiritual.
Cuando oramos y decimos “PERDONA NUESTROS PECADOS COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS…” nos enseña la magia, el poder y la sanidad del perdón, que nos ayuda a dejar el pesado lastre del resentimiento, armonizándonos con el universo y dándonos la oportunidad de crecer y ser felices, liberándonos del sufrimiento y dándole aire a nuestras alas para volar a plenitud.
Cuando decimos “LÍBRANOS DEL MAL…” es porque DIOS siempre escucha nuestras plegarias y las atiende, porque orar tiene un poder ilimitado y “es el más maravilloso puente hacia el Señor”
A propósito, “llega el “Cotico” con el sacerdote de Güémez, después de saludarlo, le dice: 
— ¡Padre!, ¿Usted cree en DIOS?
— ¡Claro! creo totalmente en el Señor
— Pero –insiste el borrachito–, de veras ¿cree usted en DIOS?
— ¡Sí!, con todo mi ser y todo mi corazón.
— Entonces présteme cien pesos… ¡Y QUE DIOS SE LOS PAGUE!.

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