MEMORÁNDUM

*** El niño que sonríe y quiere verte.

Gerardo Ruano Cástulo
El señor gritó: “¡Cuidado con los animales!”. Algo había espantado a las cabras y cabritos, que salieron en estampida, embistiendo todo lo que estuviera en frente. La gente se hacía a un lado. En medio del andador estaban dos niños. El mayor jaló a su hermanito, pero el contacto en su brazo fue inevitable. El dolor era inmenso. No era para menos. Se trataba de fractura.

Fue auxiliado para llegar a casa. El médico le inmovilizó el brazo y le dio hierbas para bajar el dolor y la inflamación. Sus padres estaban molestos, porque se habían desviado del camino, al mandado que les habían encomendado.
Ambos fueron enviados al cuarto. Veían desde la ventana un gran movimiento de gente que llegaba al pueblo. Sus padres recibían a visitantes, rentándoles espacio para dormir y les vendían comida.  
La casa estaba llena hasta el tope. Y lo mismo sucedía en las demás. Quienes llegaban a tocar a la puerta eran rechazados. No había cupo para nadie más. Hasta que llegó una pareja con un asno. Su padre se compadeció y les mandó al lugar de descanso de los animales. A un pesebre.
Los niños sintieron curiosidad por la pareja, así que aprovechando que sus padres atendían a los visitantes, se dirigieron al establo. Se acercaron sin hacer ruido. Encontraron un escondite tras la paja. Desde ahí observaban lo que sucedía.
De pronto una gran luz iluminó el sitio. Enseguida el llanto de un pequeño. Al poco tiempo, llegaron unos pastores y se inclinaron ante el recién nacido. Iban alegres.
Después de ellos, vinieron unos hombres ricos, que también se postraron delante del pequeño y le dejaron unos cofres de gran valor. La gran luz, permitía observar con claridad todo lo que ocurría.
Todo marchaba bien, cuando de pronto, el hermano mayor dijo: “parece que el señor nos está mirando”. Y efectivamente, se encontraba observando hacia donde estaban escondidos.
El mayor, para no ser descubierto y atrapado, comenzó a escapar, en su intento piso una rama e hizo mucho ruido. Corrió rápidamente y no fue alcanzado. En tanto, el menor, con el brazo fracturado, y el cuerpo lastimado por la embestida de las cabras y cabritos, no tuvo tiempo de escapar.
Antes de que el señor le dijera algo. La voz dulce de la señora se escuchó: “Niño ven. Acércate. Mi hijo ha sonreído y quiere verte.”.
El pequeño se acercó a la señora. Ella le pidió que acomodará los brazos para cargar al recién nacido. A pesar de estar fracturado, levantó los brazos. Y al momento de que tuvo al bebé sobre ellos, sus huesos quedaron sanos. Nada de fractura.
Cuando regresó a dormir. Ya todos descansaban. A la mañana siguiente. Luego de que se marcharan los visitantes. Sus padres fueron a ver como seguía el pequeño. Al revisar el brazo, no entendían que había pasado. Y lo único que les llamaba la atención, es que su hijo; aquél niño del brazo fracturado, gustaba de pasar más tiempo en el pesebre. Lugar al que llamaba. El sitio donde alumbra la estrella. (Del taller de la imaginación de Juan Francisco R.)

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