*** El sello que distingue
Gerardo Ruano Cástulo
Permítame, gentil lector, dejar hoy a un lado, los temas propios de ésta entrega, para rendir homenaje a nuestras ángeles adorados. Que todos los días rezan por nosotros. Quienes, nos han regalado un ADN de esfuerzo y gran corazón.
Las mamás, señoras y señores, son el motor del planeta.
A continuación, el texto íntegro de la historia denominada, “El sello que distingue”, del Taller de la imaginación; autoría de Juan Francisco R.
“Llego la mamá de las compras. Su pequeño hijo la recibió emocionado. Después del abrazo y el beso le dijo: “Voy a preparar la comida. En tanto, tú terminas la tarea”. Por curiosidad, el pequeño volteó a ver las bolsas de las compras y observó una bolsita de chocolates. Su rostro se iluminó, y expresó: “mami, quiero chocolate.”
La señora le abrazó con mucho cariño y le dijo al oído: “Anda ve a culminar la tarea, después comemos y de postre te voy a dar el chocolate.” No muy convencido, el niño se fue a seguir con sus deberes.
Pasó un ratito. Llamó la atención de la mamá, el hecho de que no escuchaba ningún ruido. Por tanto, salió de la cocina y fue al estudio a buscar al pequeño y no le encontró. De ahí, se acercó al baño y tampoco le vio. Enseguida la recamara y nada del pequeño.
Se comenzaba a preocupar, cuando de pronto vio algo que le llamó la atención. Era un pedacito de chocolate en el piso. Mirando con atención, vio que más adelante había otro. Checó las bolsas de la compra y su sospecha fue confirmada, ya no había chocolates. Fue siguiendo el rastro y le llevó al jardín de su casa. Ahí estaba su hijo. Junto a él, unos pequeños vecinos, cuyos padres atravesaban demasiados problemas económicos. Reían y disfrutaban del momento. Una lágrima de emoción brotó en la mamá, al ver aquellos rostros felices, con las marcas de los chocolates y con un aroma rico que corría a su alrededor.
Aquellas huellas, que primero le habían preocupado y hasta molestado, se transformaban en algo maravilloso.”.
Eso es, lo que siembran nuestras veneradas madres en nuestros corazones. ¿Cómo no sería así? Si el primer sonido que identificamos, cuando estuvimos en el vientre materno, fue el grandioso latido del corazón, de quien aceptó el hermoso misterio, de ser partícipe del milagro de Dios, reflejado en nuestra vida.
Gracias mamá. Te amo
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