LOS CAMINOS DE LA VIDA

Miguel Ángel Quimiro Rincón El Ruiseñor Mexicano
La tarde entraba majestuosa con su belleza costeña… plena de sol, de aire y de arena… en el horizonte se contemplaba la entrada a la bahía Cihuatlán, entre los colores matizados de un azul celeste intenso e incomparable.

 La entrevista era obligadamente deliciosa, pues la admiración hacia su trabajo musical data ya de cerca de veinticinco años, de los que hemos sido testigos de su inequívoca vocación en la música, pero más, de un corazón de oro que se los dedica a las generaciones infantiles y juveniles, con los que ha formado infinidad de artistas en embrión.
 El corazón del hermoso “lugar de mujeres” fue el escenario natural e ideal para desarrollar una ilustrativa y regocijante historia biográfica, que hoy dejamos en la voz de nuestro protagonista…
“Mi nombre es Miguel ángel Quimiro Rincón, nacido en la colonia Valle Gómez, en el alma histórica del inolvidable valle de Anáhuac… adonde compartíamos el parque “Plutarco Elías Calles” con los niños de Tepito, La Lagunilla y de la colonia Morelos, de nuestro siempre recordado Distrito Federal, hoy denominada Ciudad de México.
 Soy orgullosamente hijo de don Ángel Quimiro Robles y de doña Rosa Rincón Galindo, que fueron padres admirables y amados, lo mismo que hermano de Raúl, David, Enrique y Silvia, dentro de un hogar de corte tradicional.
 Vivíamos en una enorme vecindad, que abarcaba toda la cuadra, con tres patios amplios y sus inolvidables entradas por dos calles diferentes, lo que volvía emocionante la compañía diaria, de decenas de personas.

 Nuestra niñez y juventud fue ríspida y difícil, por el ambiente social y de pertenecer al barrio bravo, en la que los moquetazos eran del diario, para poder ser respetado y sobrevivir a tan rasposo medio, pues la mayoría de las personas grandes, o eran choferes, boxeadores o rateros, lo que por exigencia y vigilancia de mi padre, no nos estaba permitido, ni de relajo.
 Nuestros juegos infantiles eran el burro atamalado, el burro corrido, cascaritas de futbol, las canicas, el balero, el trompo y el yoyo, que ahora ya ni conocen los chamacos.
 Con gran felicidad asistimos a la Escuela Primaria “Narciso Mendoza”, adonde estudiábamos con ahínco pero también teníamos que pelear entre la palomilla… lo mismo que en el barrio se organizaban torneos de box, entre niños, jóvenes y adultos, y si no, nomás por gusto, sacaban los guantes y a defenderse de la mejor manera, de tal manera que por dos ocasiones fui subcampeón de los “Guantes de Oro”, de este histórico torneo.
 La secundaria la estudié en la pre-vocacional No. 1, del Politécnico, en la calle de Panaderos, del Ferrocarril de Cintura de la colonia Morelos.
 De las experiencias más gratas que recuerdo era ver que mi abuela tenía como amiga a Libertad Lamarque, y con la misma tesitura de voz, que al estar regando sus plantas y entonar sus canciones predilectas, yo me quedaba extasiado y lleno de orgullo por mi abuela, y la misma admiración sentía por mis tíos, que todos eran músicos y dirigían y tocaban en los cabaret´s del rumbo, disfrutando de instrumentos de cuerda, metales y percusiones.
 Y aunque yo nunca había pulsado una guitarra, de tanto ver e influenciado por el ambiente familiar, un día un amigo me prestó su lira y empecé a sacar el círculo de do, lo que fue muy agradable al escuchar el ritmo y la concordancia del mejor invento musical en la historia del hombre… y de ahí pa´l real… nunca he vivido sin estar acompañado por una guitarra.
 Así empezó lo que hasta hoy es un largo peregrinar; empecé a recorrer colonias, a coleccionar amigos y a pulsar guitarras soñadoras, hasta que llegué al coro de la iglesia del Sagrado Corazón, de la colonia El Arenal, a los quince años de edad. En este transitar de la existencia, me nombraron director del coro, adonde se ordenaron y acomodaron los coros, por voces, mientras llegaban muchos instrumentos que empecé a dominar, como lauds, tricordios cuatricordios, mandolinas y bandurrias, lo que enseñaba y hacía lucir nuestros servicios religiosos… de donde más adelante se fueron cerrando algunos ciclos existenciales, y atrás quedaban grandes músicos y hermosas amistades de antaño, como mis compas Chuy y Julio, que llegaron a tocar magistralmente, hasta que llegué a las enseñanzas de Carlos Cepeda Huerta, mi gran hacedor, pues por una parte él afirmaba que me iba a enseñar a tocar con sensibilidad y destreza, lo que hizo que siempre le viva agradecido... y ante una historia de la vida, que me marcó el alma, pues por el tono de mi voz, a mí me decían El Ronco, por lo que Carlos me indicaba que debería gritar abiertamente para que soltara la voz real, y además, me preparó una jarra de pulque muy caliente, como remedio, lo que posiblemente hizo que me cambiara la tesitura de mi voz, y una borrachera marca diablo que agarré… hasta que siendo voluntario de la Cruz Roja, como rescatista de alta montaña, una vez que estaba escalando unos riscos en un entrenamiento, de forma solitaria, grité con todas mis fuerzas hasta que sentí que liberaba lo que me hacía escucharme con una voz ronca, y vuelvo a congratularme con la vida, de tal forma que cuando llegué a la casa, mi madre no reconocía como hablaba, lo que la llenó de gusto.
 Así fue como adoptaba un nuevo y queridísimo mentor y amigo, pues Carlos me compartió su experiencia para aprender relojería, joyería y cantante, lo que me trajo una serie de bendiciones para toda mi existencia.
 Y ya la vida me deparaba otras vicisitudes, e iniciaba los viajes geográficos y musicales de forma inevitable, por lo que tuve que residir por cortas o largas temporadas en Guadalajara, Zamora, Morelia, Tampico, Matamoros y León, entre otras ciudades, adonde aparte de tocar, enseñaba a pequeños grupos de jóvenes, lo que me redituó un sinfín de amigos y compañeros.
 Y en una de esas vacaciones en México, visité a una gran amistad, como lo ha sido Miguel Ángel Velázquez, que me dejó por unos momentos en su taller de pintura artística… pues que agarró los pinceles, que volteo una cajita de cerillos que andaba por ahí y que empiezo a trazar una de las pinturas que traían en su reverso, por lo que cuando llegó mi hermano del alma, preguntó:
 -¿Quién hizo este trabajo?
 -¡Pues yo!
 - ¡Qué bonito te quedó! Ese cuadro se llama “Niebla”…
  Y así fue como descubrí y detoné mi pasión por la pintura, lo que también enseño por las tardes.
 Y empecé a deambular por el mundo, hasta que la vida me llevó a Marsella, una de las ciudades francesas más hermosas, donde trabajé en Radio Marsella, lo que fue inolvidablemente bello, pues interpretaba música mexicana, y al salir del estudio, infinidad de ocasiones, la gente me esperaba y me honraba al pedirme un autógrafo… y así tuve que pasar, más adelante, por algunas ciudades fronterizas del estado de Texas, como McCallen, de donde fui deportado directamente hasta mi hermoso Veracruz, adonde me la pasé de maravilla, al son de mi guitarra, de la pesca y del canto.
 Pero las vivencias se venían en cascada, pues la ideología rojilla e izquierdista inundó mi alma, al exigir al gobierno en turno la aplicación de los valores universales, como la justicia social, la democracia, la igualdad y la equidistancia… me enrolé en el Partido Socialista, de donde fui candidato a diputado, pero que al descubrir que el máximo dirigente era un vendido y un mercenario, durante un congreso nacional del partido, y después de una agria discusión y reclamo, que le aviento su credencial en la cara… y hasta luego mi gabán… y como consecuencia lógica, cuando se cruzaban las coordenadas de la historia moderna y contemporánea, me uní al Frente Cardenista, que en esos momentos era la trinchera política más combativa en México.
 Esta vivencia hizo que llegara a una serie de grandes y hermosas amistades, que me congratularan con la vida, pues conocí a luchadores sociales auténticos y combativos… y hago el pase de lista… diariamente convivía con el Ingeniero Heberto Castillo, que nos impartía seminarios políticos, estuve con los legendarios Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Valentín Campa, Demetrio Vallejo y mi presidente electo Andrés Manuel López Obrador… de tal manera que me enviaron a Cuba a recibir un curso de socialismo obrero, mismo que combiné con presentaciones artísticas, donde me mecatee con excelentísimos músicos antillanos.
 Y en una de esas, que voy llegando a Zihuatanejo, adonde me quedé enamorado de este paraíso terrenal, que hizo que me quedara ya aquí, muy feliz y congratulado con su gente”.
 Y Miguel no lo va a decir, por su gran sentido de la modestia, pero hemos sido testigos cuando funda y promueve las Rondallas “Costeña” y “Zihuátlan” (sic), con grupos de músicos bisoños; que actualmente tiene un hermoso ramillete de hermosos alumnos a la vera de la Playa Principal, donde imparte clases de guitarra los días sábados y domingos, de 10:00 a 12:00 horas, mientras durante la semana forma artistas en el Instituto Interamericano, de este bello puerto de ensueño.
 Y así se cerraba el telón de esta bellísima historia, que nos ha vestido de orgullo, por la obra y vocación musical del maestro Miguel Quimiro.

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