ZONA CERO

La muerte en tiempos de coronavirus
Roberto Santos
En tiempos de coronavirus podemos repetir la frase de Gabriel García Márquez acerca de que “a los viejos habría que enseñarles que la muerte no llega con la  vejez sino con el olvido”.
Eso justamente es lo que sucede con el valor de los viejos en México frente a la pandemia del coronavirus que, semejante al barril de petróleo, su vida se depreció más allá de cero, de acuerdo a la Guía bioética de Asignación de Recursos de Medicina Crítica, donde se prioriza a los jóvenes sobre los pacientes viejos y con enfermedades crónicas. 

Es decir, entramos a la fase 3 de la pandemia y como decía José Alfredo Jiménez: “la vida no vale nada”, menos para quienes estén en este supuesto, que si bien ha generado controversia y están en revisión, vale la primera versión para entender la concepción que de la vida tienen los funcionarios de Salud en el país. 
Encontramos entonces que ante la realidad de la pandemia, la vejez es una suerte de disfunción social, o una amenaza que afecta el bienestar de las generaciones venideras, porque ya es una carga social y financiera para los recursos públicos.
Como si no fuera suficiente que sean los del grupo de la tercera edad los que mayor riesgo enfrentan ante el contagio del coronavirus –y por enfermedades crónicas– como para todavía saber que no tendrán ninguna oportunidad de ser atenidos en los hospitales, porque tendrán prioridad los jóvenes, esos que en su mayoría sigue divirtiéndose con sus amigos en bares y en fiestas. 
Sin embargo, además de violar de antemano sus derechos humanos y excluirlos de la atención médica que la Constitución define como un derecho, la mayoría de la población vieja sigue siendo productivos, y en ellas recae la responsabilidad del cuidado de las generaciones más jóvenes, en virtud del conocimiento y experiencias que no están al alcance de éstas. 
Sin duda, el ser humano siempre ha tenido miedo a la muerte. 
Y en esta coyuntura creada por el covid-19, donde la mayoría de los mexicanos han perdido relativamente su libertad a salir, algunos sus empleos e ingresos, ya se encuentran en proceso de duelo. 
Pero esto es más intenso si algunos de sus familiares o amigos se encuentran en el rango de edad y si padece algún tipo de enfermedad crónica. 
Es decir, muchos viven un duelo anticipado antes de que su conocido, amigo o familiar fallezca, porque por sus características sabe que está en alto riesgo de enfermar y, por ende, de perder su vida. 
El covid-19 ha venido a trastocar los rituales funerarios, y los apoyos tanatológicos, porque el paciente muere solo, sin poder despedirse de sus familiares, y éstos sin poder realizar los ritos funerarios, que tiene que ver con la velación, las oraciones, las despedidas y la sepultura de acuerdo a los usos y costumbres. 
Contrario a ello, la muerte por covid-19 es traumática para el enfermo, para los deudos y para los médicos. 
Ante esto, urge repensar esa famosa guía bioética para que a los contagiados por coronavirus, sin importar edad, reciban atención adecuada, con respeto y ética. 
Pero también vendrá a ser de gran importancia impulsar una campaña de apoyo tanatológico para ayudar a los familiares que durante esta pandemia pierdan a un ser querido, para que puedan procesar esa pérdida y elaboren su duelo con el menor dolor posible.

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