“Ligia”

-Símbolo de abnegación

POR RUBEN RIOS RADILLA

(PRIMERA DE DOS PARTES)

Eligia era una mujer obstinada en lo suyo, su madre la había iniciado a las labores domésticas cuando apenas tenía la edad suficiente para percibir la enseñanza aquella y hoy a sus 47 años, era la responsable de asistir a 11 peones que se dedicaban a la corta del café y la caña en la abrupta geografía Atoyaquense.
“Asistir” a 11 peones no es cosa fácil, era dejar la cama a las cinco de la mañana cuando apenas el frio bajaba por las canillas y sobaba los cayacos de la pata y a pesar de que Eligia traía puesto un buen abrigo debajo de su “delantar”, las sandalias no le calentaban en lo mínimo los pies, se frotaba a menudo las manos sobre la flama de la lumbre de la chimenea; se paraba directo al niscome, sacaba una cubeta de nixtamal y después de sacarle el nejayote se ponía en el molino de mano a dar vuelta tras vuelta para sacar la masa payanque y después hacer los tixtales en el metate ya que las tortillas salen más sabrosas y esponjadas cuando la masa está Cueite. Ya antes había prendido los fogones de la chimenea con leña de encino que los peones le traían de las huertas, estimulando la flama con pequeñas rajas de ocote y soplando con la boca apuñada algunos tizones que apenas comenzaban a encender hasta que la flama se salía por la boca de la hornilla invadiendo el holán del comal de barro o cubriendo en su totalidad el culo de la olla donde se “pone” el café o los frijoles ya que las carnes son artículos de lujo en plena temporada del corte allá en los campamentos.
Conocía estos movimientos desde niña, cuando su madre Juanita Juárez y Juan Flores realizaban estas actividades en su corral allá por “huerta de las López”, era en ese mismo tiempo cuando la indujo a que conociera todo el proceso para “Partear” hasta convertirla en una profesional para curar ojo y empacho. La circunstancias la llevaron a vivir junto a sus hermanos Isidro, Celestino, Félix, Epigmenio, Gerardo, Francisca, Cornelia y Gabino quien murió por bañarse a contracorriente en las turbulentas y peligrosas caídas del “Desagüe” cuando tenía las “Paperas”, había casado con Don Pantaleón Gervasio originario de la sierra por el rumbo de Mexcaltepec y procreado a Crisa, Tacho y Fabia infantes que la acompañaban en esta travesía de su vida en un lugar posiblemente inhóspito, pero que la necesidad de la subsistencia la orillaron sin más preámbulo a aceptar pensando en el vestido y alimentos de sus vástagos
“Ligia”, como se le llamaban, se distinguió por ser muy hacendosa y muy atenta, te hablaba con aquel cariño que te enamoraba y siempre fue así, querida por toda la gente que vivía en las faldas de la loma donde inicia el Barrio del Alto en el Ticuí, conocía los menesteres del campo como la palma de sus manos, pues ahí había crecido, le daba lo mismo uncir una carreta, que amolar un bolo; su “tarecua” siempre filosa, pues la piedra con la que le sacaba filo la traía en el cuadril metida en una punta de zapatilla, disfrutaba sembrado maíz, calabazas, y ese ajonjolí “cola de borrego” en extensas Palancas, presumiendo las piñas de 12 manojos hechas a ultranza con los cientos de varetas llenas de bellotas de un amarillo pálido que se negaban a morir, le fascinaba llenar la troja de maíz después de apalear la mazorca en el harnero, por eso no se espantaba lo que a sus años hacía allá en la “sierrita” por el rumbo de Zintapala.
En Septiembre, los productores Atoyaquenses se preparan para iniciar las labores de corta del café, todo es un ritual, impregnado de esperanzas y anhelos, la dicha de vivir la experiencia por corto tiempo en lugares donde la flora y la fauna es diferente, en donde se sufre el martirio del frio en las madrugadas aquellas que nos regalan las circunstancias allá “arriba”, donde el ocote es el rey de los fogones de la chimenea y su humo negro impregna el espacio de la cocina con un olor a resina, allá donde todo huele a pomarrosa y a ese olor a podrido que despide la cascara del café cuando se desecha amontonándose en los arroyos o a la orilla de los caminos, todo eso se añora en marzo cuando los productores del bajo abandonan la sierra después del corte.

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