La caza, un sangriento y doloroso oficio

Se podría decir que la sartén y la parrilla de los hogares actuales se han convertido en los sustitutos de los antiguos altares de sacrificio, donde para honrar y agradar a Dios se inmolaban miles de victimas animales. Igualmente la mesa de cocina sirve como banco de descuartizamiento donde sacar las entrañas a los cadáveres de animales previamente matados a manos de un matarife.

Contemplemos una forma especial de menosprecio animal, la caza. El cazador es alguien de quien normalmente se piensa que está dotado de sentimientos y de entendimiento y que además conoce el Mandamiento «No matarás», se provee con armas y merodea por campos y bosques, el espacio vital de los animales. Furtivamente irrumpe en el hogar de ciervos, liebres, zorros, jabalíes y muchos otros seres vivos para realizar su sangriento oficio. Sus víctimas son seres que sienten, que tienen una fina sensación y sentidos sensibles y que registran con finos matices todo lo que sucede a su alrededor. Ellos respiran el mismo hálito que el hombre que se acerca furtivamente para asesinarlos.
El comportamiento de los animales está orientado a la vida en común. Ellos viven –en la medida en que el hombre no lo entorpezca–, en una estructura social que se basa en la unidad. El cazador irrumpe en esa unidad. A su arbitrio elige y se lleva a determinados animales, juega a ser juez sobre la vida y la muerte pues no conoce su verdadero origen y mata a sus parientes más cercanos. Como taimada rapaz se desliza entre el ramaje, elige lugares para colocar comida a los animales, para llegado el momento, eliminar con el disparo mortal su incipiente confianza. Como justificación para el matar por placer, se argumenta que hay que reestablecer el equilibrio de la naturaleza.

La Unidad, el Universo, no necesita hombres de peso aparentemente equilibrados, que creen que tienen que mantener el equilibrio de la naturaleza.

Vida Universal
Ana Saez Ramírez
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