La deuda con la sociedad

Por Geovani de la Rosa Peña

“Se predica con el ejemplo”, dice el dicho. Y la ciudadanía guerrerense lo ha hecho. En la jornada electoral del pasado domingo la gente salió a votar sin temor a las intimidaciones mediáticas que auguraban un domingo de violencia. En Guerrero se demostró, con responsabilidad y amplia participación, que sí se cree en la democracia, en la participación política, en salir a votar a pesar de que a la hora de gobernar ningún actor político cumpla con las expectativas generadas a lo largo de sus sucias, hostiles y onerosas campañas.
La sociedad guerrerense convirtió en una fiesta pública el ritual intrínseco de la democracia: el voto.
La sociedad le demuestra a la clase política que a pesar de su ineptitud, de sus malas decisiones, de sus actos de corrupción y su ineficiente gestión gubernamental aún cree en ellos, aún les ofrece no sólo legalidad sino la amplia legitimidad para que le cambien el rumbo al navío estatal, al país; para que ahora sí no fallen. Y al mismo tiempo, le deja el mensaje de cómo deben cumplirse las obligaciones públicas; votar en paz, sin líos que a final de cuenta sólo afectan la imagen colectiva, pues en la democracia hay competidores más no enemigos.
Al igual que los políticos hay otras esferas que le deben mucho a la sociedad. Entre ellos los intelectuales, los periodistas, los medios de comunicación que viven del morbo, de los intereses particulares, de criticar sin proponer. Dos ejemplos de esta deuda. Un directivo de El Universal, Zepeda Patterson, en su columna del día dijo: “Pobres guerrerenses, que les toca elegir hoy a su nuevo gobernador entre dos sopas amargas”; y en el diario local El Sur, dos escritores, Dimayuga y Galván, mencionaron que la afluencia electoral sería baja y envuelta en la violencia. No sólo deuda, son una burla hacia la sociedad tales palabras. Intelectuales más preocupados por sus próximas publicaciones que en ofrecer propuestas reales para cambiar las condiciones del país, que abanderar una alternativa eficiente a lo que ellos critican. Se olvidan que los recursos que les paga el Estado, que les entrega su casa editorial, vienen de los impuestos sociales.
Ellos sumergidos en su mundo cultural que no influye en el escenario social. Se escudan que los gobernantes se olvidan de la esfera cultural, que los políticos son los únicos responsables del ambiente pútrido existente. Les respeto sus creaciones, sus proyectos personales y su larga trayectoria pero ningún intelectual mexicano ha sobrepasado el muro de la crítica. Deberían tomar el ejemplo de Vargas Llosa que en 1990 enfrentó a una estructura que subsumía a Perú; rechazando las ideas del socialismo latinoamericano se escudó en ideas liberales para sacar a su país de una triste realidad. Tanto los socialistas como la gente enajenada por el dictador lo tacharon de traidor. No ganó. Su mérito es haberlo intentando. Me pregunto qué escritor o investigador mexicano lo intentaría. “Se predica con el ejemplo”, lo repito. Y los intelectuales no ponen en acción a ninguno de los valores o las críticas que lanzan a diario. Olvidan sus palabras.
La sociedad es el único sostén moral de este país. A la hora de rayar la costosa boleta electoral no sólo elige sino que le engancha expectativas. Le deja una posdata a los políticos: “¡aún creo en ti!”. Qué mejor forma de alentar los sueños y los anhelos de la sociedad que reconocerle sus acciones, que decirle que detrás de la montaña de terror, que más allá de los mares de sangre, podrá encontrar lo que tanto desea. En vez de estar avivando el fuego fatuo de esta realidad caótica con mensajes pesimistas, fatídicos y sombríos. Más acción y menos crítica debe ser la regla.

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