martes, 18 de octubre de 2011

La desgracia de Atoyac, entre los barbones y los farsantes

Por Jorge Luis Falcon Arévalo

Si la política es solamente lo que queramos que ella sea, esto es, simple cálculo racional para la acción; o, si se prefiere, simples juegos de estrategia de poder y dominación; entonces sí que debemos acostumbramos a ver en general a los hechos políticos -pretéritos, presentes y futuros- como los actos más inhumanos y monstruosos jamás imaginados. O bien, como acciones para las cuales siempre valen más los medios que los fines.

Al establecer que la violencia es producto de los insaciables apetitos humanos y al colocar a la ambición como el más grande de todos los pecados capitales de la política. La patria es entonces el fin al que se deben sujetar todos los medios de la acción política. Desde esta lógica no cabe la menor duda de que para el hombre o mujer que practica las políticas llamadas de izquierda, la patria es el principal referente paradigmático que se tiene para valorar al contenido moral que implican las acciones políticas. Ético y moral, para con sus acciones.
Si para la política el mal nace de la inevitable ambición de los hombres y mujeres, la crueldad como la traición no pueden ser más que consecuencia natural del mal. Es aquí donde la famosa metáfora de la zorra y el león se vuelven la imagen más famosa del maquiavelismo. Pues al parecer el sentido moralmente negativo que le damos a la traición como a la crueldad como recurso desmesurado e inhumano del poder político, adquiere su más alta dimensión.
Sin embargo, lo que debemos entender es que traicionar -más que ser un elemento condicionante e inviolable axioma de y para la eficacia de la acción política- es parte sustantiva del conocimiento de las cosas de este mundo. Quien tiene el conocimiento no traiciona lo otorga; pero quien viola esa ley, está condenado al repudio de sus semejantes. Y esa es la historia de las traiciones en esta tierra cafetalera, donde hay hombres y hombre que traicionan en aras de una pose política, llamada de izquierda;  esa virilidad se diluye en sus acciones y en su comportamiento. Luego entonces…La traición -decía Maquiavelo- es el único acto de los hombres que no se justifica.
¿Por qué Julio César, por ejemplo, concurrió al Senado romano el 15 de marzo del 44 a.C., desoyendo las advertencias? ¿Un exceso de confianza del conquistador de las Galias? El hecho es que el gran César sucumbió a la traición perpetrada por su hijo adoptivo Marco Bruto, a quien enrostró: “¡Tú también, Bruto, hijo mío!”
El nicaragüense Augusto César Sandino, cae abatido ante la traición de Anastasio Somoza. El Che ante Castro. Miguel Hidalgo y Costilla, protagonista del apartado titulado “El fusilamiento que nadie podrá olvidar”; José María Morelos y Pavón, presente en “Lo mataron como escarmiento”; Agustín de Iturbide, a quien se dedica el capítulo “La sangre del libertador”; y Manuel Mier y Terán, referido en las páginas del título “Suicidio funesto y enigmático”.
En cuanto al pasaje de la Revolución Mexicana, figuran Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Pino Suárez, Emiliano Zapata, Felipe Ángeles, Venustiano Carranza, Pancho Villa, Francisco R. Serrano y Álvaro Obregón. La historia de México está llena de “villanías” políticas y sociales. En otras palabras, el país, como nación, se ha forjado a partir de traiciones.
Los hombres que nos dieron “patria”, todos muertos. Los hombres de ideas, Los Hermanos Flores Magón, mueren ante traición y el país a la debacle. Matan los cobardes a los hombres que prodigan en su vida los ideales para un mejor desarrollo de vida. Los hombres y mujeres de izquierda, no traicionan. Los farsantes, entregan a sus amigos y paisanos no tan solo por unos cuantos billetes, sino hasta por licores y vicios extraños que el cuerpo seduce en lo oscuro hasta con los de su propio sexo. La izquierda en México no existe, es solo un garlito que usan los delatores, los traidores, los soplones, los chivatones, los cobardes; es decir los maricas.
Germán Adame, Pedro Brito, fueron traicionados por hombres y mujeres que siempre han mantenido al pueblo engañados vistiendo ropitas de pordioseros, hablando y diciendo discursos de memoria de personajes de la historia que nunca han sabido interpretar; pero que memorizan, como letanías viejas de rezos de hombres jodidos, farsantes, embusteros y mentirosos; adoptando poses –dijera Nietzsche, “quien tiene necesidad de pose es falso”,- pensando que traer barbas largas, los hace de facto intelectual. Quienes traicionaron a César, todos eran barbones- para pasar ante los ojos de los demás como humildes; pero no ante Dios, que les tiene reservado su espacio donde se confinó a Judas.
Barbones quienes traicionaron a Jesús de Nazaret; barbudos quienes traicionaron al pueblo azteca. Entre barbones y descendiente de éstos, quienes fueron desleales y felones a Lucio Cabañas Barrientos.
El diccionario, se manifiesta en estos términos acerca del traidor: Que es muy hábil para engañar o se comporta con disimulo para conseguir una cosa. Y remata el Larousse: soez, bajo, malo, infiel, indigno. Quien sale de un partido político y va a otros y anda como el Judío Errante, buscando cobijo, ese es traidor; renegado y, ante los ojos de los  hombres verdaderos de luchas sociales y que abrazan la  izquierda, como estandarte de libertad y buenos principios,  esa deslealtad no lo perdonan, quien lo solapa, no es de izquierda, sino finge posturas y es igual que al que solapa y encubre; un soberano traidor.
Los mismos que apoyaron a Bello Gómez, hoy se reúnen, como en las casas de prostitución a hurtadillas, para asestarle golpes de traición e infidelidad. ¡Pérfidos e ingratos, con la historia de Atoyac! ¿Dónde están los perredistas que se rasgan la camiseta? ¿Estarán chinqueques? Tal vez

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