El arrimado, como las flores, a los tres días apestan

Por Jorge Luis Falcón Arévalo/ Grado Cero Press

Atoyac de Álvarez, Gro.-
Desde que las primeras comunidades humanas en el Paleolítico desarrollaron sus capacidades simbólicas, las prácticas rituales relacionadas con la muerte han ido evolucionando a lo largo del tiempo. Las ofrendas y ajuares depositados en el lugar de las sepulturas nos hablan, ya en las culturas más antiguas, de un verdadero culto a los muertos y de una espiritualidad humana basada en la creencia en otra vida más allá de la muerte.
Podemos decir, que la práctica religiosa de honrar a los difuntos es tan antigua como la humanidad y la costumbre de celebrar un día de culto a los espíritus de los antepasados es compartida en muchas culturas y lugares del mundo coincidiendo desde épocas remotas con el inicio del año nuevo en Noviembre.
Los egipcios creían en la dualidad del espíritu, uno de ellos iniciaba el viaje al más allá y el segundo quedaba vagando, por lo que tenía la necesidad de comer. Las ofrendas iban dirigidas a este espíritu que habitaba en el cuerpo embalsamado donde podía seguir existiendo. Plutarco (historiador griego) afirma que Osiris fue encerrado en su caja y colocado a flote”en el diecisieteavo día del mes de Athyr, cuando las noches estaban haciéndose largas y los días decreciendo” En el calendario egipcio y en tiempos de Plutarco, Athyr de hecho si coincidía con los meses de Octubre-Noviembre.”
A Iglesia cristiana primitiva acostumbraba a anotar a los hermanos difuntos en la díptica, formada por dos tablas plegables, con forma de libro, con los nombre de los muertos por quienes se había de orar. Pero desde sus inicios también los primeros cristianos celebraron el aniversario de la muerte los mártires que se convertían en santos del martirio. Durante las persecuciones de Diocleciano el número de mártires llego a ser tan grande que la Iglesia, sintiendo que cada mártir debería ser venerado, señalo un día en común para todos.
Muerte, celebración, recordar, flores, piedras, libros, muerte y más muerte. Desde los más remotos días de la historia del ser humano.
La muerte, en sentido general se refiere al deceso de un ser vivo; así entendida es que nos dice Sartre que la muerte es un simple hecho como el nacimiento. Cuando la muerte se considera como algo que ocurre a la existencia humana, entonces es posible apreciar varias concepciones acerca de la misma.
La muerte como principio de una nueva existencia. Esta es una concepción religiosa, presupone que el alma es inmortal, que en el acto de la muerte se separa del cuerpo para pasar a llevar otro tipo de existencia.
Algunas religiones orientales consideran la muerte como el retorno al mundo del cual hemos salido; de ahí el “tierra eres y en tierra te convertirás”, también la idea del “eterno retorno”.
La muerte entendida como limitación de la existencia, para el existencialista Karl Jaspers la muerte es la situación límite, inevitable a todo hombre. En tal sentido es decisiva, esencial, ligada a la naturaleza humana en cuanto tal, signo inequívoco de la finitud. Para Kierkegaard, en la finitud radica la culpabilidad misma.
Finitud es la sustantivación de los atributos del ser o de los seres finitos, cuya existencia se presupuesta como su condición. Que los seres son finitos es evidente, como lo muestra su multiplicidad, diversidad y limitaciones, tanto entitativas como operativas; de no ser finitos, no podría predicarse de ellos ninguna de tales propiedades.
La muerte es el problema fundamental del hombre, el solo hecho de tomar conciencia de la muerte basta para engendrar la angustia y caracterizar la existencia humana. La existencia es la vida más la conciencia de la muerte.
Para el judaísmo o ciertos hombres que profesan esa doctrina, saben que un hombre vivo, aunque sea el hombre más simple, el más vulgar, el más malvado o aún delincuente, no puede transmitir impureza ritual. En cambio, el hombre muerto, aunque haya sido el hombre más justo o el más santo o el más puro, dado que su alma ha sido tomada de él, transmite impureza ritual.
De este modo, a través de las leyes concernientes a la pureza ritual, la Torá nos brinda una muestra más del valor de la vida. En el momento en que la vida se interrumpe, el daño es enorme y la herida irreparable: el hombre se convierte en un cuerpo que contamina.
“La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente”, dijo el escritor francés, François Mauriac. El filoso griego Epicuro de Samos, externó: “La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo”
Nuestra vida cambia, se trastoca, la guerra transforma, pues es muerte. México vive en la muerte con o sin guerra. Hay muerte, huele, apesta, hiede. . . Salpica calles, paredes, callejones. . . pueblos, ciudades, el país. . .
No hay que celebrar, como antes, que si era una festividad. Hoy si hay luto. Hay más lágrimas, hay más flores. Los campos se apresuraron a parir todo tipo de flores, hierbas y yerbas. La vida es un camino de muerte. Las carreteras de los antiguos Olmecas, están humedecidas de rojo, de plasma, de glóbulos. Seca, en algunos lados; húmeda y fresca en otros. Día de muertos y muertas, también.
Las letanías son las mismas, solo que la lista de los nombrados que yacen en el camposanto, son largas. Los rezos por igual, son en más casas. Los hogares tiene  listones y cintas negras y blancas; porque entre los muertos hay niños y niñas. “Daños colaterales”, pues. Ese es el término. La palabra engaña de nuevo.
Atoyac, tiene sus muertos; también, sus dolientes. Los ancestros quedan allí, en un lugar donde alguna vez, el poeta Gustavo Adolfo Bécquer dijo: “que triste se quedan los muertos” ¿Y los demás desconsolados, cómo y dónde quedan?
Bob Dylan, el poeta del folklore estadounidense, manifestó: “Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas”
Aún en la celebración, ya hay más cuerpos tendidos para “celebrar” una misa, una oración, más rezos.
Las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca ya hace miles de años rendían ese culto a sus muertos, aunque posteriormente se le incorporaron símbolos religiosos de procedencia cristiana.
Hoy hay muertes violentas, les apuran, les aceleran, los acechan, los cazan, les adelantan la muerte. Muerte súbita, repentina, inesperada, inadvertida. Una muerta, quizás, provocada, ansiada, retada, temida.
Hoy recorrí el panteón, como una forma de hacer periodismo, como una forma de encontrar el arte de las flores, de los rezos, de la estética de las tumbas, los sepulcros pintados, adosados con muchas y variadas flores.
Hoy Atoyac, vio en su cementerio, a todos los fervientes y dolientes por llevar flores, plegarias, música; pero también un mensaje en secreto, en voz baja musitado: ¡Cuídanos desde allá, que reposas eternamente!

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