Gabriela Ramírez Espinosa
Desde unas década para acá, nuestro orden internacional
se ha movido y marcado a partir de los interés del triunfador de la guerra
fría, Estados Unidos, el gran país hegemónico; pero desde los ataques del once
de septiembre a las torres gemelas, se ha demostrado que Estados Unidos tiene
debilidades y poco a poco ha surgido la pregunta si ¿es tiempo de un cambio en
el balance de poder? Aunque existen muchas respuestas girando en torno a esto,
la realidad es que para bien o para mal, ya se están suscitando cambios.
Un ejemplo de estos cambios
es lo que esta sucediendo en Latinoamérica, región claramente dominada por el
gran país del norte, que ha reforzado durante años su dominio por medio de la
aplicación de la Doctrina Monroe y por las múltiples intervenciones que Estados
Unidos ha llevado a cabo en esta región. Pero, actualmente la dinámica
internacional ha permitido a varios países de la región emanciparse de Estados
Unidos. Lamentablemente no es el caso de México, pero sí de países como Brasil,
Argentina, Chile, Perú, Venezuela y en menor grado Costa Rica. El escenario internacional, ya es completamente diferente
y se ha desarrollado algo impensable unos años atrás por Estado Unidos y los
seguidores de la Doctrina Monroe pero, éste país a comenzado a ser prescindible
para América Latina, pues no sólo esta región ha ido creando sus propios
organismos que velen por sus intereses dejando fuera al gigante mundial, por
ejemplo: La Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), la COMUNIDAD DE ESTADOS
LATINOAMERICANOS Y CARIBEÑOS (CELAG), el MERCOSUR, que poco a poco se han
consolidado a nivel internacional, o incluso esta el Banco del Sur, que busca
suplantar al Fondo Monetario Internacional o al Banco Mundial, en
Latinoamérica; si no que también, países como China, han comenzado a
ocupar los lugares descuidados por la política estadounidense, mientras al
mismo tiempo plantea mejor políticas económicas, de cooperación y negociación
que Estados Unidos. Ejemplo de esto es la experiencia vivida en lugares como
Brasil, cuyo principal socio comercial ya no es Estados Unidos sino China,
mientras que Costa Rica también camina para el mismo rumbo.
Todo a lo anterior puede ser justificado, ya que los
estados internos y los actores externos buscan asegurar un comercio ventajoso
anudado con el desarrollo nacional, por medio de acuerdos para compartir
tecnología, inversiones, o la concesión de un acceso privilegiado para
desarrollar los recursos de minerales e hidrocarburos de la nación, o brindar
apoyo en instituciones multilaterales.
Para ejemplificar lo que se ha dicho podemos analizar los
procesos y los hechos en varios países de América Latina, por ejemplo, en
Venezuela existen acuerdos con Irán, que violan los embargos puestos por la
sociedad internacional, siguiendo los intereses de Estados Unidos, como el
comercio directos, colaboración tecnológica, entre otras. China, debido a su
posición como fabricante global, y debido a su proceso agresivo de formación
capital, mira a Latinoamérica como fuente de productos, mientras que su actitud
hacia los mercados se concentra en poseer piezas clave de la cadena de
producción, o tener una fuerte presencia contractual, con lo anterior se
explica el interés en minas peruanas, bolivianas o chilenas, así como en
yacimientos de petróleo venezolanos, brasileños y ecuatorianos. En Brasil la
empresa Petrobras se ha visto beneficiada por China con una inversión de 10,000
millones de dólares, proporcionados por el Banco de Desarrollo de China,
mientras que en Ecuador las compañías chinas son dominantes en el sector
petrolero, ya que representan más del 40% de la producción, a cambio de
aumentar las exportaciones de este oro negro a China
Pero no sólo esta China en está región, también países
como Rusia o Irán, donde ambos países poseen industria petroleras, participando
en este sector como parte de estrategias comerciales globales más grandes, o
aportando inversiones para el desarrollo de infraestructura de comunicaciones o
estableciendo acuerdos que buscan entornos legales más amplios, para todos los
países. Por ejemplo el negocio de Rusia también se centra en las ventas de
equipos militares, siendo su mejor cliente Venezuela, aunque también le vende a
Bolivia y Nicaragua; mientras que Irán se ha concentrado en
infraestructura a menor escala, como hospitales y escuelas en Bolivia y
Nicaragua.
Aunque EE.UU. seguirá igualmente relacionado a
Latinoamérica en términos geográficos y humanos, su capacidad para conformar
resultados de forma unilateral seguía declinando, implicando que EE.UU. debe
aprender cada vez más a trabajar con socios, tanto dentro de la región, como
fuera de la misma. En este nuevo mundo feliz, Latinoamérica seguirá
desarrollando una imagen mundial menos centrada en EE.UU., mientras que EE.UU,
tendrá que aprender a desarrollar nuevas formas de ser un socio, ayudando a
Latinoamérica a aprovecharse de lo que tiene que ofrecer sus otras relaciones
globales.
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