¿Y DÓNDE ESTÁ LA EQUIDAD DE GÉNERO EN LOS PARTIDOS?


Participar en las decisiones que se refieren a los asuntos que a todas y todos nos competen ha sido una demanda constante de las mujeres. Con distintos ritmos, con diferentes historias nacionales y con el concurso de los organismos internacionales, mujeres de varios países del mundo fueron alcanzando sus derechos ciudadanos y avanzando de manera sólida en su ejercicio cotidiano. Históricamente, las mujeres mexicanas hemos sido marginadas en la escena política. La situación no cambió mucho durante la Revolución o cuando el actual sistema político fue establecido. Las mujeres no fuimos invitadas a participar al Congreso Constituyente de 1917. Con la ausencia del voto femenino durante la primera mitad del siglo 20, el proceso de creación de políticas públicas estuvo claramente controlado por los hombres. Aunque las mujeres no participábamos formalmente en las instituciones gubernamentales de ningún nivel, algunas estuvieron activas en el foro político del país.

Esas primeras mujeres activistas, como las sufragistas, fueron de clase media. Ellas se organizaron y lucharon de muchas maneras: uno de los primeros ejemplos fue el Primer Congreso Feminista de Yucatán, en 1916. Además, las Ligas de Orientación Femenina fueron creadas para luchar a favor de la equidad de salario y en el seno de los sindicatos, y se ocuparon de otras metas también. En 1935, el Frente Único Pro Derechos de la Mujer fue creado por mujeres representantes de todas las clases sociales. La preocupación principal de este grupo fue el derecho de voto.
Es hasta 1947, durante la administración del presidente Miguel Alemán Valdés, que las mujeres obtuvimos el derecho de voto y de presentarnos como candidatas en las elecciones municipales. Sin embargo, el primer paso hacia la equidad política para las mujeres fue tomado en 1953, en la época del presidente Adolfo Ruiz Cortines, cuando ganamos el derecho de votar y de ser candidatas en las elecciones nacionales, y obtuvimos el sufragio universal.
En el proceso electoral federal del 2012, el revés que dio el IFE a los partidos políticos cuyos patriarcas se relamían los bigotes cuando daban por seguras las posiciones obtenidas en los procesos internos para seleccionar candidatos federales sin cumplir la cuota de género –en perjuicio, por supuesto, de las mujeres–, y el revés que seguramente les dará en Guerrero el IEEG en el mismo sentido, es buen motivo para reflexionar acerca de la participación de la mujer en la política. En la semana que concluye, el pueblo de Guerrero ha sido testigo, cada vez más lejano e indiferente, de la crisis que otra vez amenaza con acabar de destripar al PRD, en algún tiempo la esperanza de quienes se decían de izquierda en este país. Muchos de los precandidatos y sus seguidores se sienten despojados de candidaturas locales a las que creían tener derecho. Se sienten burlados y defraudados, y están dispuestos a acudir no solo a las instancias partidarias que velan por el apego a la legalidad interna, sino a los tribunales, para hacer valer sus derechos. Bien, pero éste es solo un primer episodio. Aún está por verse qué decimos las mujeres respecto de la cuota de género, la cual seguramente no se cumplió (eso no se sabe aún porque las listas de candidatos no se han hecho públicas), como ocurrió en la repartición de candidaturas federales.
Las mujeres tenemos la palabra. Muestra clara de ello es la participación de una mujer en la carrera en pos de la presidencia de la República, y no en cualquier posición (como en otro momento estuvo Patricia Mercado o, antes, Rosario Ibarra de Piedra), sino nada menos que en el segundo lugar, tres meses antes de la elección, en las preferencias de los electores. Los hombres pueden estar seguros de que las mujeres somos menos hábiles para administrar la cosa pública, pero está por verse si tienen razón o ésa es solamente una visión sexista de la realidad. Porque, ¿quién establece los criterios y los parámetros para medir la eficiencia? ¿Y qué importa que las mujeres no veamos la vida, ni hagamos las cosas, como los hombres? Por el contrario, nada más por el hecho de ser la mitad de la población debería correspondernos la mitad de la representación. Y si las mujeres queremos esa mitad del poder para organizar sesiones para tomar el te, ¿cuál sería el problema? Los hombres han usado su poder para muchas estupideces, entre otras para someter a las mujeres y para desatar guerras cataclísmicas que le han costado a la humanidad muchos millones de vidas.
La discriminación contra las mujeres se sustenta en un sistema de valores que las considera seres inferiores por naturaleza. Las diferencias biológicas, conductuales y subjetivas entre hombres y mujeres nos hacen inferiores en la medida en que el patrón de normalidad es el masculino Las mujeres somos más débiles, menos racionales, menos afirmativas y un largo etcétera. Este sistema de valores es reforzado por las prácticas sociales y las instituciones, que reproducen y perpetúan las desigualdades.
Quizá por ello somos consideradas excelentes administradoras de los recursos familiares o comunitarios, por las dependencias gubernamentales que impulsan programas de apoyo social al género femenino. Pero es verdad: nosotras asumimos las deudas y los compromisos con un más acendrado sentido de honor y de responsabilidad que los hombres, y, por lo general, pagamos las deudas hasta el último céntimo.
Es el momento de las mujeres, nosotras debemos compartir el poder con los hombres a partes iguales. De hecho, deberíamos ser mayoría en las instancias de representación popular, puesto que somos la mayoría de la población. Realmente, durante el siglo pasado, particularmente después de la segunda mitad, nos hemos incorporado  en forma acelerada a la vida económica y social, luego de milenios de sometimiento, de subordinación y discriminación. Pero no lo hemos hecho tan rápido en lo que respecta a la vida política. La Conferencia para el Año Internacional de la Mujer (México, 1975) fue de gran significación. En ella, mujeres de muy diversos países y de muy diversa extracción teórica, social e institucional debatieron sobre las causas de la discriminación de la mujer y delinearon estrategias, más o menos compartidas, para modificar la inequidad. En 1979 fue aprobada por los gobiernos en Naciones Unidas la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, hecho de singular importancia.
Si la sociedad realmente anhela equidad de género y consolidar, fortalecer y robustecer la democracia, tiene que promover la participación de las mujeres en la vida social y, sobre todo, en la vida política. Yo, por mi parte, y arropada por la sociedad, humildemente me entregué al proyecto de Evodio Velázquez, de quien espero que honre su palabra de considerarnos a las mujeres parte fundamental de sus aspiraciones políticas.
Lic.Yeshica Esmeralda Melo de Mojica
enlaceconjessy@hotmail.com

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