RAICES PROFUNDAS ANA MARÍA ROMERO

Por Glendobeth Gutiérrez  Castrejón*
* Si algo no es tuyo debe ser de alguien

Tendría aproximadamente unos 5 años de edad, cuando recuerdo en Ayutla de los libres, Guerrero, muchos la conocían como “doña Anita”, desde los pequeñitos hasta las personitas de su camada, o simplemente como la esposa de “don Polín Castrejón”. Platicar con mi abuelita es un privilegio que suelo darme en cada oportunidad, disfruto mucho saber cómo se desenvolvía en sus primeros años de vida, que por ejemplo fue una pequeñita muy inquieta y le encantaba pasar gran parte del tiempo con su abuelita Teresa Villanueva, la mamá de su papá.
Pero también cuando su abuelo materno José Ponce pasaba por ella, en cuestión de segundos ya estaba sobre el caballo dispuesta a disfrutar el paseo y las delicias que a todo infante fascinan y que le proporcionaba su abuela Zenaida Leyva, ustedes saben, los abuelos suelen ser de vez en cuando un poco más consentidores y de repente más exigentes en cuanto al fortalecimiento de valores.
 Cierta vez nos compartió que en una ocasión a su abuela materna le quebró accidentalmente una olla de nixtamal que reposaba para después ser transformado en la masa para las tortillas, así que asustada salió corriendo bajo la lluvia, de la localidad de El Refugio hacia el pueblo de Lagunillas, donde se ubicaba su domicilio particular y como el arroyo estaba crecido, un señor de buena voluntad la pasó en el lomo de su caballo.
Así que su mamá, nuestra bisabuela Crescencia, al verla empapada y presintiendo había hecho alguna travesura la ajustició sin demora al tiempo que la hacía confesar el porqué de su llegada en esas circunstancias, al poco rato llegó el tatarabuelo José, le escurrían sus ropas de la lluvia, buscaba a la nieta que había salido corriendo minutos antes,  al ver la estaban reprendiendo pidió a su hija dejara de castigarla con tanta severidad.
Esta acción de su madre y de muchas mamás de aquellos tiempos llama mucho la atención y no por que las señoras como la bisabuela Crescencia le hubiesen propinado su respectiva chicotiza, sino más bien por el hecho de que quizá a su muy ruda forma de ser, corregían a sus hijos enseñándoles a respetar lo ajeno, a hacerse responsables de sus acciones, a ganarse las cosas con el sudor de tu frente y a no deberle a nadie lo que se lleva puesto.
La formación bajo la cual crecieron en el campo, es de admirarse, cuando algún guajolote faltaba por llegar, su mamá la mandaba a buscarlo en la penumbra de la noche, allí iba la niña Ana a sus 5 años de edad como almita en pena, solamente con un ocote encendido y cuando éste se apagaba aunque aullara el coyote tenía que cumplir la misión de los mayores, no como ahora que algunos niños le tienen miedo al chango, al gato o al ratón porque a eso los han inducido sus mayores.
 A muchos de nuestros abuelos y bisabuelos les tocó vivir cuando los pastizales mantenían al ganado apto para la leche y carne tan pura como jugosa, el campesino disfrutaba de un salario que rendía, en el campo había abundancia, en las lluvias hasta donde se ordeñaba llegaban los tamales de elote y los vaqueros tomaban la leche calientita recién salida de la ubre de la vacas mansas a las cuales solo les amarraban las patas traseras por precaución y del cuerno estaban sueltas.
Fueron tiempos de disfrute pues había que comer y delicioso, gracias a las bondades de la naturaleza sumado al trabajo honrado de los varones de bien como Vicente Romero Villanueva, un hombre al que ni le dolió respaldar a los peones en sus necesidades, ni mucho menos le robó un jornal a sus trabajadores ni a nadie y que caramba, cuando murió en plena juventud, sus mismos parientes saquearon a la viuda dejándola en la ruina.
Por ello la bisabuela mandó a sus hijas a Ayutla bajo la custodia de su pariente Antonino Mayo, un hombre de muchos pantalones que les facilitó techo y garantizó que en su casa se les respetara en consideración a su primo Vicente, respeto a la parentela y amor al Altísimo que en reiteradas ocasiones desde la antigüedad ha solicitado solidarizarse con el prójimo.
 Así las cosas, nuestra abuela Ana María trabajó de dependienta en los comercios grandes de la época, en ellos fue ubicada por ser de buenas costumbres, trabajadora y demasiado honrada, de tal manera que en la justa medianía nos dice: “Trabaje con gente que tenía, pero nunca tomé ni una sola moneda que estuviera mal puesta, por eso Dios nos socorre”.
 Estoy seguro que también sus abuelas tienen mucho de esos valores que hoy día se encuentran en crisis, estoy convencido porque la mayoría de ellas lamentan entre otras cosas la falta de respeto de los hijos hacia los padres y hasta Dios, pues a decir verdad muchas capillas esperan los padres y tutores de familia manden sus hijos a la doctrina a complementar su formación.
 En lo particular celebro pertenecer a una estirpe que si bien es cierto vive pobre, es portadora de una honorabilidad bien conocida, me agrada que a nuestra familia se le tenga cariño, respeto y consideración, porque al final de cuentas el dinero se acaba, los que roban quedan como cartuchos quemados, mas la riqueza del alma es la que persevera y si no ahí tienen a Jesucristo que por sus acciones se encuentra muy por encima de todos los hijos favoritos de Dios como David y Salomón.
Ahora entiendo el hecho que en su casa de mi abuelita a todos los que la visitan por lo menos el agua, los frijoles y el chilate se les ofrece con el calor y amor de hogar, hasta nuestros hermanos que bajan del cerro a saludarla reciben un taquito con cariño, es parte de una gran tradición de hermandad con el prójimo.
 Sus hijos, nietos y bisnietos hemos aprendido con el vivo ejemplo, entre otras cosas, que si todos somos iguales ante la muerte también debemos de serlo ante la vida tratando a todos como seres humanos, pues lo cortés no quita lo valiente y que como dijo José María Morelos y Pavón, el Siervo de la Nación, palabras más palabras menos: “…que solo distinga a una persona de otra el vicio y la virtud”.
Admito me gusta platicar con las personas, en especial con las adultas porque se encuentran nutridas de muchas experiencias que al compartírnoslas nos sirven para evitar caer en muchos errores, también disfruto la conversación con los niños porque sus inocencias nos recuerdan esa bella etapa por la que pasamos y que si fuéramos inocentes como ellos, nos sería más fácil estar en el reino de los cielos.
 Va el presente con cariño para todas las abuelitas del mundo, muy en especial como un homenaje a mi abuelita Ana María Romero de Castrejón, por que éste 26 de julio ha cumplido un año más de vida, más de 9 décadas vividas a favor de la vida, amor al prójimo, a Dios, al Hijo y al Espíritu Santo.
 *glendobeth@hotmail.com

No hay comentarios.:

Publicar un comentario