Lic. Alberto Mojica Mojica

Fertilizante subsidiado, exigen campesinos a gobiernos
Apenas comenzado el periodo de lluvias de este año, ya se escuchan por varios rumbos del estado protestas de campesinos que se quejan de que sus presidentes municipales no están aportando la parte que les corresponde en el programa de fertilizante subsidiado. Algunos ya bloquearon la autopista que baja de Cuernavaca y otros ya instalaron un breve plantón en un palacio municipal. Es como una letanía cíclica: cada año, por estas fechas, sucede lo mismo, si bien es verdad que el año pasado la inconformidad se agudizó y llegó hasta la toma de varios ayuntamientos, aunque entonces su origen fue la demora del recién estrenado gobierno estatal, que no atinaba a ajustar las finanzas públicas a sus proyectos y necesidades particulares, y se tardó mucho en pagar la parte que le correspondía, que era de 50 por ciento del costo total del programa.

Este año, las protestas apenas comienzan, y ya veremos hasta dónde llegan.
Sin embargo, es pertinente hacer algunos comentarios acerca de ese programa de distribución de fertilizante subsidiado y de cómo llegó a ser lo que es hoy:
Cuando Rubén Figueroa Alcocer era gobernador –entre el 1 de abril de 1993 y el 12 de marzo de 1996–, tuvo una idea que a él le pareció genial porque, para decirlo con una expresión muy popular, le permitiría matar varios pájaros de un tiro: un programa de distribución de fertilizante subsidiado a cargo del gobierno del estado.
En primer lugar, sería un negocio redondo para él y su familia: su empresa Fertimex le vendería al gobierno estatal, a su cargo, miles de toneladas del insumo químico, y su empresa Transportes Figueroa lo llevaría a todos los municipios (eran 76, usted calcule), la mayoría de los cuales estaban gobernados por presidentes municipales del PRI, el partido patrimonio del entonces gobernador, y obedecían sus órdenes.
En segundo lugar, permitiría al partido tricolor conservar y, con suerte, acrecentar, el llamado voto verde –es decir el voto del medio rural–, que hasta entonces se mantenía fiel al PRI, pero cada vez con más dificultades, pues el PRD avanzaba incontenible por todo el estado y ya le disputaba seriamente el poder en la mayoría de las principales ciudades.
De hecho, si los candidatos priistas seguían ganando las posiciones a los perredistas era gracias al voto campesino, que, curiosamente, era tan copioso que superaba al que cosechaban los del sol azteca en las ciudades. Ya se imaginará usted cómo se las gastaban para conseguirlo, o para aparentar que lo conseguían.
Figueroa Alcocer vio el peligro de perder el control político del estado, pero también vio la posibilidad de ganar unos cuantos miles de millones de pesos para sus empresas y, de paso, incrementar el voto que le permitiría tener de su lado las posiciones del poder público.
Claro que no dudó en ponerlo a disposición de los candidatos de su partido, que así podían ir por los pueblos ofreciendo abono sumamente barato a quienes se comprometieran a votar por ellos.
No se sabe si alguien de su gabinete le advirtió, con tono de zalamera preocupación: “Pero, señor gobernador, envenenará usted los suelos agrícolas del estado”. Y aun si hubo alguien que se atrevió a decirlo, su advertencia se perdió en la nada, porque los Figueroa no son personas acostumbradas a escuchar, sino a hacer su voluntad al precio que sea. Y por supuesto que los suelos del estado a don Rubén le valen un soberano cacahuate.
Los años han pasado desde entonces. La torpeza y la ruindad de Figueroa Alcocer lo tumbaron del poder a la mitad de su mandato a causa de su desempeño y sus mentiras ante la matanza de Aguas Blancas. Pero el programa de fertilizante subsidiado continuó porque los gobernadores que le sucedieron lo hallaron muy conveniente para sus fines políticos: quedaban bien con el hombre fuerte de Guerrero y de paso mantenían un instrumento de control del voto campesino.
Pero las costumbres se hacen leyes, y ahora los hombres del campo exigen que los gobiernos les entreguen el fertilizante subsidiado. Al comenzar la temporada de siembra ya tienen listo su dinero para aportar la parte que les corresponde, que es 25 por ciento del costo total. Se les hizo como una adicción: no importa que ya sus tierras estén intoxicadas; ellos necesitan el insumo para producir.
Pero los gobiernos no han estado a la altura de esa exigencia, pues es necesario ser buen administrador para no faltar a los compromisos financieros. Y los gobernantes no suelen ser buenos administradores, ni, a veces, buenos políticos. ¿Un ejemplo? Ahí está el de Rubén Figueroa Alcocer.
Lic. Alberto Mojica Mojica
albertomojicamojica@hotmail.com

No hay comentarios.:

Publicar un comentario