ALGO MÁS QUE PALABRAS

Un mundo inseguro, desigual e intolerante nos acorrala
Por Víctor Corcoba Herrero

Un mundo cada día más inseguro, desigual e intolerante nos atraviesa el alma, que es aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos. El caos nos domina. Instituciones y ciudadanía deben reflexionar juntos y buscar soluciones conjuntas. De pronto, parece que los sistemas institucionales se ahogan en la ineficacia y habría que trabajar mucho más por el ser humano. Ciertamente, no es fácil escoger un camino, porque hay que abandonar otros, y que sea un camino común requiere tolerancia, seguridad en las personas e igualdad de esperanzas en el logro de nuestras realizaciones humanas.
El diálogo, pues, es claramente indispensable si se quiere encontrar esa vía de entendimiento y comprensión. Desde luego, una sociedad sana suscita siempre actitudes tolerantes, huye de enfrentamientos inútiles y de pugnas absurdas.
    Tenemos el referente de la Carta de las Naciones Unidas (24 de octubre de 1945), que en su día refirmaron la fe en los derechos fundamentales, en la dignidad y en el valor de la persona, en la identidad del ser humano, promoviendo el progreso social e invitando a practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos vecinos. En muchos frentes, gracias a esta unión y unidad, hemos evolucionado, pero tenemos que permanecer aunando esfuerzos. Naciones Unidas debe seguir estando a la altura del momento actual, buscando la manera de que el planeta sea más seguro y su ciudadanía se sienta verdaderamente protegida. Su propósito, de mantener la paz y fomentar las relaciones de amistad, es de lo más loable, sólo requiere compromiso, en nombre del bien común mundial.
    Ahí está la inseguridad en sus diversas formas: la alimentaria, la económica, los desastres que dejan las guerras, la indefensión que alberga a multitud de gentes, el riesgo que corren personas en conflicto. Ante este cúmulo de desorden es preciso una acción colectiva protectora, llámese protección social o protección humana. Por lo que se refiere a la desigualdad, en el contexto actual de la crisis económica, se ha incrementado. A mi juicio, los recortes salariales están debilitando aún más el crecimiento en los países desarrollados sin lograr los resultados esperados de reducción de los déficits, creación de empleo y renovación de la confianza de los mercados financieros. Se ha de huir también de la intolerancia, que casi siempre se transforma en limitación de los derechos y libertades. A propósito, una receta del pensador Gandhi, puede servirnos para tomar la orientación debida, “puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio”, y ver la manera de avanzar, en lugar de retroceder.
    Sería bueno, por tanto, celebrar el día de las Naciones Unidas (24 de octubre), forjando nuevas obligaciones para el mundo de hoy, sobre todo en estos tiempos de dificultades económicas, teniendo en cuenta que ninguna otra organización ha prestado más ayuda humanitaria. La ciudadanía espera, por consiguiente, que Naciones Unidas siga con sus objetivos de acabar con la pobreza y de poner fin al abuso de los derechos humanos. Todo esto pone de relieve una realidad, la de compartir un planeta interconectado, un hogar, donde las personas han de nadar juntas o se ahogan. Pienso, en todo caso, que caer en el desánimo es lo más bajo que le puede pasar a una civilización, debemos proseguir con esa labor de humanización, de servicio a la humanidad. Sin duda, podremos superar esta crisis y crear un planeta donde brille el Estado de derecho. No debemos dejarnos invadir por la tristeza y el abatimiento. La misión es de todos y de cada uno de nosotros, la de encontrar respuestas comunes a problemas habitualmente frecuentes.
    Hoy más que nunca, no podemos permitirnos estar divididos. Un mundo inseguro, desigual e intolerante nos llama a estar al lado de Naciones Unidas, una organización que está basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros. Este movimiento mundial, de carácter planetario, tiene tras de sí una hoja de servicios admirable, una de las más altas expresiones de la conciencia humana. Cuando millones de personas sufren la marginalidad, lo que significa hambre, desnutrición, enfermedad, miseria, indigencia, penuria, debemos ir más allá de las palabras y ver las causas que originan estas inhumanidades, reafirmando nuestro deber con la solidaridad. Por eso, Naciones Unidas sigue siendo una necesidad, aún más en este tiempo que nos ha tocado vivir, donde proliferan tantas  injusticias. En una auténtica familia, no existe el dominio de los fuertes; al contrario, los miembros más débiles son, esencialmente por su debilidad, más cuidados y acogidos.
    Precisamente, una de las mayores paradojas de nuestro tiempo es la indiferencia ante hechos crueles, como si a nosotros nunca nos fuera a suceder nada. Es la hora del cambio, de avivar el respeto por toda vida y de reactivar una auténtica cultura por lo humano. Para ello, a mi entender, Naciones Unidas debe ganar en fortaleza y efectividad. También, todas las naciones, necesitan de gobiernos que estén realmente al servicio de su pueblo. De igual modo, todos los pueblos, requieren de ciudadanos libres de miedo. Todo esto, lo reclama la humanidad que compartimos y lo exige nuestra seguridad. En esta visión de futuro, Naciones Unidas, es un claro testimonio de lo mucho que se puede hacer por los demás, desde la alianza de energías y sentimientos, mejorando la educación y el bienestar de los ciudadanos. Al fin y al cabo, ¿qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la humanización? No tiene sentido que nosotros mismos seamos nuestro peor enemigo. Por otra parte, estoy absolutamente convencido, de que no hay mayor riqueza, que una paz permanente y una sana voluntad de que así sea. Esto se consigue con la fuerza de la razón, jamás con la fuerza de las armas. 

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