OPINIÓN

Por Manuel Tello Zapata.
La universidad unida 

Gran consternación generó al interior de la Universidad Autónoma de Guerrero la noticia de que el Doctor Ascencio Villegas Arrizón, se encontraba aquejado por seria enfermedad que lo obligó a renunciar como Rector de la máxima casa de estudios guerrerense. Su paso como cabeza de la administración central universitaria caminó por amplios caminos de concertación, diálogo, gestión y excelente trato para todos.
Le deseamos a este ejemplar mexicano, que se hizo guerrerense a fuerza de enamorarse de esta tierra y echar raíces profundas aquí, que logre salir avante de los grandes obstáculos que su enfermedad le ha puesto enfrente. Villegas Arrizón es un ejemplo para todos, de académico y universitario bien nacido; que puso todo su esfuerzo personal en mejorar a nuestra universidad, algo que le reconocemos todos.
En su lugar y como Rector interino asumió el cargo el Doctor Alberto Salgado Rodríguez quien en los próximos días será ratificado como tal por el Honorable Consejo Universitario. No faltaron las voces que pretendían causar confusión, acusando que Salgado Rodríguez se precipitó asumiendo el cargo sin esperar a la sesión del HCU. Lo cierto es que no podía haber un vacío de poder en la institución, por lo que todo se hizo de manera congruente y de acuerdo con la realidad imperante.
La ausencia involuntaria del doctor Ascencio vino a crear un síndrome de unidad que jamás se había presentado en la máxima casa de estudios guerrerense. La gran mayoría de sus fuerzas políticas se están aglutinando en torno a la imagen del Doctor Javier Saldaña Almazán, quien podría ser el primer Rector de Unidad dentro de cuatro meses, cuando el Rector interino convoque a una nueva elección. Esto podría evitar un gasto innecesario en el proceso electoral, y aportar muchas soluciones a los problemas de la institución.
2 DE OCTUBRE NO SE OLVIDA
La celebración del dos de octubre se desarrolló por fortuna sin incidentes dignos de lamentar. Los participantes actuaron con la civilidad esperada por el pueblo, especialmente en Chilpancingo. A decir verdad, la mayoría de los jóvenes de hoy desconoce plenamente lo que sucedió esa lamentable tarde de 1968, cuando en la plaza de Tlatelolco el batallón Olimpia disparo en contra de más de quince mil estudiantes, matando a por lo menos mil doscientos de ellos.
En esos tiempos los mexicanos vivíamos la “dictablanda” de un PRI eternizado en el poder que a diferencia de las dictaduras, permitía la difusión de los grandes cambios que provocaba el comunismo en el mundo. Los jóvenes odiábamos al PRI-Gobierno y se buscaba tirar al sistema como se hizo en cuba: a través de la revolución socialista.
Un grupo de policías allanó una Preparatoria de la UNAM, por lo que en defensa de la autonomía universitaria comenzaron las grandes marchas pacíficas para protestar por este hecho. El presidente Gustavo Díaz Ordaz se mostró tolerante con el movimiento; pero no tuvo la inteligencia, el tino político ni la humildad, para que su gobierno ofreciera una disculpa por el allanamiento de la Prepa Isaac Ochoterena.
El movimiento comenzó a crecer de forma inusitada a pocos días de que llegara a México la antorcha olímpica para iniciar los juegos más importantes del mundo. Díaz Ordaz dio entonces la orden de terminar con las protestas de inmediato a como diera lugar, porque los ojos del mundo estaban puestos en México y sus juegos olímpicos.
La mezcla de política y deporte con el autoritarismo de un gobierno cuyas prácticas e impunidad por fortuna han pasado a la historia, causaron esa tragedia que nunca se debe olvidar para evitar que se repita. Pero tampoco es motivo para generar desmanes en el presente. Bien por los estudiantes que evitaron anteayer el vandalismo.

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