LAS HUELLAS DE LA VIDA

Don Elpidio Maciel Moreno 
“El cronista mágico de Coahuayutla” 
(El indio de Iguala, desde el tlacocol costeño) 

La búsqueda fue intensa y constante pero finalmente grata, conmovedora, sorpresiva y mágica… por fin llegamos a nuestro hermano del alma: Jesús Bustos Bravo en todo su esplendor, que junto a su apreciable familia sonrieron y aprobaron la buena elección de mi patrón, quién ni tarde ni perezoso y con esta alegría que trae en el alma, inmediatamente nos indicó: -¡Vente profe, en la colonia El Limón tenemos de todo y el hombre que te voy a presentar trae el amor por Coahuayutla a flor de piel y su historia se la sabe como los niños conocen las vocales… ¡es con él el asunto! Así llegamos a una casita sencilla pero que contagiaba paz y tranquilidad.
Chuy Bustos, como le llaman sus amigos, le gritó desde la calle y pasó con la confianza con lo que lo hacen los amigos sinceros, atacó sus costillas, recordándole ciertos gustos que tiene don Elpidio, quien respondió, protegiéndose el dorso, con una hermosa sonrisa que nos llenó de alegría. Después de las presentaciones pertinentes, ya Chuy nos dejó con el hombre que nos sorprendió con su conversación hermosa, tranquila y comunitaria, con su alma en reposo con el tiempo y entre risas contagiantes de felicidad… y aquí les remitimos esta hermosísima crónica socio-histórica. “Yo nací un 8 de agosto de 1921, en un pueblito bonito llamado San Vicente, dentro del municipio de Coahuayutla. Mis padres fueron Bartolo Maciel Torres y Guadalupe Moreno Trejo. Mis abuelos eran José María Maciel, Eugenia Torres y los papás de mi papá no los conocí, pues el creció huérfano, con unos tíos. Entonces, la tierra coahuayutlense era un pueblo humilde, con sus calles de tierra, que después y por muchos años fueron empedradas, no había agua y la que se ocupaba la tomábamos de un arroyito al que se le llamaba “Las Pilas”, así como de las norias que había en las casas o en las huertecillas. El fundador del Coahuayutla más reciente fue Gilberto Flores. Para este tiempo mi papá me bautizó y me confirmó con mis padrinos de una familia que les llamaban los Heredias. El pueblo y sus alrededores vivían de la siembra del cacahuate y del mucho ganado vacuno que se cuidaba, producía y comerciaba en ese tiempo. Pero hay una cosa que poco se ven en nuestros pueblos:

¡Los que tenían más dinerito, les prestaban y ayudaban a los más humildes, pues la gente era unida y solidaria con los pobres! Así fueron surgiendo las familias que poblaron la región, como las de Gilberto Flores, padre e hijo, de Salvador Gutiérrez, Epifanio Zapién, Luciano y Herminio Serrano. Ahí se alumbraban con candiles de petróleo, de aquel 1925 del que estamos hablando. Mi padre, que siempre fue autoridad y comerciante me llevaba con él a comprar, a criar, cuidar y vender el ganado hasta Ario de Rosales Michoacán; y yo seguí la misma ruta familiar en estas actividades cuando llegué a ser adulto y con familia, siempre caminando o en bestias. Por estos motivos y sin dejar de tener contacto con Coahuayutla, nos tuvimos que ir para Nueva Cuadrilla, que es un pueblito pintoresco y muy productivo, primero en las vacas criollas y luego en las especies de cebú. Así nos llevaba 8 días llevar las vacas hasta arriba, pues el ganado pasaba a nado el río Balsas y, para poder hacerlo, se aventaban 4 nadadores que se horqueteaban en un palo y entre todos le chapaleaban el agua para que pasaran los animales, mientras nosotros pasábamos en el barco de remos que había para trasladar a las personas, junto con las mulas y los burros, recordando que aún no estaba la presa del Infiernillo ni de la Villita. Se buscaban las partes más bajas o donde hubiera un vado y había dos barcazas con sus remos, a los cuales les ponían cueros de res amarrados a las mancuernas y una persona de cada lado conducían el barco. Por el peso y el número de las vacas no pasaban en los barcos, pues en ocasiones eran 15 o 20 reses las que se llevaban y, pues en las barcazas era complicado hacerlo, pero la gente y los asnos si alcanzaban a pasar en ellas. Perdíamos un día, ya que las vacas salían mojadas y debíamos continuar hasta que se secaran del pelo y del cuerpo, por el bien de la venta… les dábamos de comer en una mezquitera que había allí, y al otro día a segurle… De esta forma íbamos pasando por Santa Rosa, Zoyatán, Tres Palos, El Zapote, Ometepec, El Limón y Coahuayutla adonde descansábamos un ratito. De ahí nos íbamos por el campo y caminos de herradura ¡puro Tierra Caliente! adonde había muchísima gente pintita y como no había quien nos diera de comer, ya llevábamos talegas de totopos y harto pinole, que mi mamá nos había preparado. ¡Ya adelante sacábamos esa comedera, los 8 días comíamos puros totopos y en la noche un atolito de pinol! – afirmaba este hombre casi centenario, con una lucidez que cautivaba el alma. Por ahí nos iban vendiendo agua, que tenían en unas pochas con cal por fuera… eso sí, pasábamos por la agüita en un bulito, para ir tomando por el camino. Y ahí nos íbamos deteniendo en los campos de zacate para que pastara el ganado. Continuábamos nuestra travesía y así veíamos pasar La Higuerita, El Zopilote, El Pinzanar, Paso de las Vacas hasta llegar a Colimilla y, ora sí, arribábamos a Ario de Rosales, y ahí, ya nos estaban esperando los compradores mientras nos hospedábamos con un señor Francisco, que tenía un hotelito, con unos cuartitos y unas habitaciones sencillas, con catres cómodos. Al llegar a Ario - ¡órale! - Luego luego nos íbamos a la plaza a comer harto chicharrón sancochado, carnitas de cerdo y unas cazuelitas llenas de tortillas y chiles serranos… ahí comíamos y nos desquitábamos del hambre y de tanta mal pasada de 8 días. ¡Ja, jaaa, jaaaa! – se escuchaba su risa relajante. A veces teníamos que irnos hasta Santa Clara del Cobre y, todavía más, hasta Erongarícuaro, que estaba poblado de indios de aquellos originales… a llevar las vacas. Ya de regreso comprábamos hartas cazuelas, ollas, cántaros y pilones de azúcar, frijol, arroz y ropa para todos y para vender también. Al regresar a la tierra, nuevamente a trabajar con el ganado y a comerciar en la tienda que teníamos. Coahuayutla era muy bonito, más con sus barrios que la rodeaban como El Limón, El Rosario, Galeana, Potreritos, Encinitos, La Vainilla, todo eso… Santa Rosa, San Cristóbal, todos pertenecientes a Coahuayutla… ¡Yo fui siete años comisario municipal en mi tierra Nueva Cuadrilla y dos años comisariado, más tres años de juez civil!… ¡Cubrí todos los servicios comunitarios y le serví a mi pueblo de rodillas! Levanté 3 escuelas y cuando se ponía feo con los maleantes, le entrábamos todos… aunque hubo una ocasión en que ya no se podía; y pedimos al gobierno ayuda, por lo que llegó el Sargento Luis Siria Hernández y… acabó con “los maletas”… ¡mató a todos los maleantes! Ya con seguridad, se quedaban todos los arrieros en los portales, libres, ¡pacífico estaba todo! Platiqué y conviví mucho con él, pues yo era el comisario; luego traía presos y algunos eran mis amigos, que no tenían cuestiones… entonces le decía: -¡Sargento, con todo respeto, pero a éste me lo suelta, por favor! ¡Son amigos, éstos no se meten! -¡Sí, pero los hallé con arma! -¡Está bien, tiene razón, lo que pasa es que aquí todos traemos armas! Y los soltaba por mi palabra. A nosotros nos daban una tarjeta para traer la pistola fajada y la escopeta colgada. Salía a los recorridos y nos decía: -¡Quiero a la gente armada, para cuidar el cuartel! -¡Si mi sargento, aquí estamos, para lo que usted diga! Ponía un Comandante o vigilante de su confianza y se iba, mientras en las noches yo me metía con los demás al cuartel a dormir, mientras nuestra gente se quedaba afuera, vigilando. Después de dos o tres días, ya llegaban ellos y entregábamos la seguridad. Teníamos que cuidar y dar cuenta de sus familias… ¡a los maleantes si les hacía justicia!… ¡Los mataba! ¡No dejó ni uno vivo! Había una pandilla que asesinaba mucha gente. Se levantó un acta de 30 personas muertas por ellos. En los escritos, se ponía el nombre del muerto en una lista, al lado el nombre de la esposa y en la siguiente la de los hijos y nos íbamos a México a buscar justicia. El presidente de la república mandó una orden y así se vino un batallón. Ellos exigieron al Sargento… ¡Ése quedó! era de Tixtla. Fue cuando ya no podíamos nosotros. Pero todo se arregló y todo quedó tranquilo y en paz. De la luz, ya no me tocó de autoridad, ésa la llevó mi compadre Gilberto, él fue quien se entendió de la luz y mientras llegaba, la gente se alumbraba con aparatos de petróleo y con plantitas… ¡había unas huertitas de coco, allá abajo, y ya tenían sus plantas de luz. Las huertas las fueron plantando Salvador Gutiérrez, los Zapienes y los Heredia. Mi compadre podía con eso, era millonario… ¡muy buen hombre para ayudar a la gente! ¡Lástima que murió, y de muerte natural! Ya para entonces acababa de pasar la revolución y había un corrido que mentaban a los Heredia y a los Flores, yo fui ahijado de ellos y me contaban todo, como había estado. En el cerro del Paracatal, ahí pelearon, allí se puso feo. Los dueños del pueblo de Coahuayutla eran los hacendados y pelearon contra los que se rebelaron. La hacienda de ganado de Teodoro Flores contra un grupo de unos Torres, que quisieron meterse a la brava y se levantaron en armas en un lugar que le decían El Corongoro, y empezaron… Tenían playitas para sembrar, eran unos regadillos y al empezar a quitar la gente, se levantaron en armas y se rebelaron, pero los hacendados no se dejaron… entre ellos, Luciano Serrano de acuerdo con mi compadre Gilberto… acabaron con todos con ayuda del gobierno. Los que no se mataron, los mató el gobierno o se fueron a huir. Ya después les repartieron unas tierritas comunales, para que se defendieran, y más tarde vino el ejido. ¡Entonces hubo luz y carretera y pusieron el cuartel enfrente de la placita que estaba ahí, en ese tiempo. También, había sacerdotes, de ahí mero era el cura Herrera… salió de Coahuayutla y volvió ya de sacerdote. Tocaba la guitarra muy bonito y cantaba mucho la canción de “La Negra”, ¡tomaba y fumaba! Siendo nativo de ahí, sabía las costumbres. ¡Era muy gallo el padrecito! ¡jaa, jaaa, jaaaa! Y a Nueva Cuadrilla llegó un sacerdote y buscó quien le ayudara a levantar las actas de los niños. -¡Yo, padre! ¡Yo soy el comisario municipal! Me hizo una ramadita afuera de la iglesia… él adentro les echaba el agua y yo por fuera les levantaba las actas… esa iglesita que paramos entre todos. ¡Él los mojaba y yo los apuntaba! ¡ja, jaaa, jaaa! ¡Puros recuerdos bonitos, de aquella antigüedad! Así convivía muy bien con la gente de los pueblos y me obedecían; una vez llegó un Teniente y me dijo: -¡Comisario, necesito la gente de su pueblo! Entonces yo hacía recaditos y los mandaba a una población y a otra: hasta Las Lomas Blancas, Santa Rosa, Potreritos, Encinitos, Valle Grande, Colmeneros, y ya las personas se recalaban ahí… ¡los sabía tratar, pues! Ahora, cuando venía a La Unión, también hacía un día de camino. Pasaba por Las Juntas hasta Chancarrero, Colmeneros, El Naranjo y La Unión. Comerciábamos con burros cargados de mercancía, animales, cueros, Había 3 changarros en Nueva Cuadrilla y se surtían; eran unas señoras y yo les daba la carta-poder para que les dieran mercancía en Coahuayutla, mi compadre Gilberto se las daba por mi palabra, yo estaba bien con él. De esta forma, también había parteras… lo sé porque una de ellas atendió a mi esposa con mis hijos, se llamaba Casimira Ortiz. Una de las hacendadas era Hermelinda Torres, que era bien rica, riquísima… tenía ganado brioso que no conocía, bestias silvestres que no llegó a conocer ella. En el tiempo de referencia, se hacía una especie de feria que duraba 8 días, se montaba un pequeño palenque para los gallos de pelea y había jugada de toros, pero puro toro muy bueno, de reparo… 8 o 9 toros diariamente, con el pretal adelante, no atrás, y el jinete se entendía con el pretal y las espuelas. Los capotes eran: Martín Gómez y Agapito Gallardo y toreaban unos animales muy valientes de doña Hermelinda. Para esto, los jinetes pertenecían a la palomilla que les decían: “Los Hermilos”, uno de ellos era hijo de Roque y otro de Rafael y esos amigos jineteaban en todos los pueblos de Coahuayutla; ¡les daban plaza libre, llegaban con su gente y todo les iban dando: la comida y la bebida, libre pues! Cuando llegó el Sargento Siria, empezó a hacer carreras de caballos. En ese tiempo había un campo de aviación, en el que bajaba una avionetita y caía ahí, pero cuando el militar iba a hacer su función y en el pueblo estaba la fiesta, ya no venía por esos días, pues su campo estaba ocupado para las competencias de caballos… se hacían hasta 8 o 9 carreras diarias. Después de los toros, gallos y caballos, venía el baile y las muchachas se amanecían bailando con la música, con los padres atrás, vigilándolas. Primero era con música de cuerdas; había un músico de violín que se llamó León Torres, ¡muy bueno para tocar! Pues ambientaba la fiesta. La tamborcita, el cajón o la tapa la llevaba su hermano Antonio y un viejecito, papá de ellos, le rascaba a la guitarra… era una guitarra blanca, no era una séptima… se llamaba Irineo Torres. A la tambora le daban con unos “bolillitos” así, que hacía que se oyeran bien bonito. Se hacía la fiesta de tarima… se tumbaban y se cortaban unos palos y los hacíamos canoa, y ahí se subían a bailar las mujeres y le brincaban los hombres, recio, a zapatearle. ¡Era muy bonito ver esas fiestas! ¡Yo tuve mucha vida ahí! ¡La gente me quiso mucho! – reiteraba nuestro gran amigo Elpidio, con la emoción reflejada en su rostro. Todo el día había harta comida y en la noche se hacían enchiladas, que preparaban las mujeres, se mataban reses, cocinaban picadillo, caldo de res y venía gente de donde quiera… se imaginan ¡ocho días de fiesta! Y se amanecían las muchachillas ¡ja, jaa, jaaa! Y los papás ahí pegados; entonces les dábamos harto aguardiente, para que dieran permiso de bailar. La bebida la hacían en Santa Rosa, ahí estaba la fabriquita; lo curaban con salvado, que era un polvo que traían de Ario y luego le echaban el dulce de panocha… ya el alambique empezaba a gotear, ya era puro aguardiente. Más adelante y cuando el tiempo pasó, llegaron unos tocadiscos de chireta, con unas bocinillas que llevaban bien la fiesta. Hubo mucha estimación para mí, ya llegaban los ganaderos y los cucheros a la casa de todos ustedes; se presentaba el presidente municipal, los policías con su comandante y yo los recibía a todos… tenía una casa de 12 metros construidos; ahí los recibía y en todo el corredor les ponía unos catres para que durmieran y, eso sí, con los potreros listos para las bestias y mucha comida. Cuando venían las familias que eran amigas de nosotros, a mi esposa yo le ponía 2 cocineras para que le ayudaran y nos dieran de comer… ¡regalado todo! Íbamos a ordeñar unas 10 u 11 vacas y tenía queso, crema, jocoque, sin faltar los frijolitos y el caldo de pollo. Salíamos a cazar y había mucho venado ¡pero mucho! Salían jabalís y, a pelarlos. Traían víbora y se la comían en polvo, porque es buena para el cáncer. Después se tostaba, se molía y se la echaban a las pilas del agua del ganado, ahí se pudría y se la tomaban las vacas, era rebuena para curarlas. También había pesca; cuando se venía la semana santa, a cual más se iba al río a pescar la mojarra pinta, de esa mojarra chopa que tiene un fleco y una espina, con lisa o trucha que le llaman y mucho camarón… íbamos a bañar al río y al regreso ya traíamos la ensarta de pescado, para tenerlo seco y comer en los días santos, que no se trabajaba. Había iguana, pero esa no se comía por allá. Y todos andábamos en bestia; para mí, lo mejor es la mula, ese animal es bueno, ventea a un fulano lejos, o a un animal luego lo siente. Mi padre siempre fue autoridad, todo el tiempo, y yo lo seguí porque aprendí de él. En el año 30 fue muy difícil… no llovió y hubo harta sequía. Por esto, mi papá mandó unos burros y unas mulas para Rabo de Iguana, arriba de Petatlán, creo… ahí tenía una troje llena de maíz, para repartirla entre los paisanos más pobres, y les decía: -¡Órale, llévense maíz y lo revuelven con plátano y con el “corazón“ de la mata… también échenselo con camote… y así mi padre apartaba maíz para los tiempos secos. De la misma forma, yo tenía a los maestros en la casa de ustedes; ahí les daba un cuarto para la señorita y otro para el maestro, ella era de Tixtla y se llamaba Concepción Valadez Galán y el profe era Rufo. Ellos hacían las fiestas del “Día del Niño” y del “Día de las Madres”. ¡Todo muy bien hecho, la gente participaba y se divertía mucho viendo a sus hijos bailar, cantar y declamar! El centro de Coahuayutla tenía una plaza con su kiosko y una iglesia adónde íbamos a orar. De toda la calle principal, seguíamos y nos llevaba a la salida para El Limón y al Rosario… rumbo a la sierra. Ahí iban a comprar y a vender de todo. La señora me dio 3 potreros para trabajar y un rincón para meter a los animales; tenía un cafetal, mis suegros me dieron esos terrenos y ahí sembré 4 000 palos de café. Lo fui cultivando y me llevaba el puro “oro”, era pesado eso, se lo vendía a mi compadre Gilberto. Se lo llevaba a Coahuayutla a lomo de 5 o 6 burros, 6 kilos cada bestia, 3 de cada lado… llegaba, me abrían el zagúan y se lo tiraba ahí… se pesaba y luego me lo pagaba a 12 pesos el kilo… le decían “el grano de oro”, pero no nomás echaba un viaje, eran muchosos, andaba vuelta y vuelta, en la casa tenía más; mi compa agarraba todo el que le llevaban... Ya él se lo llevaba México, a Uruapan y a Morelia, por su cuenta. Mis hijos empezaron a crecer y allá no había maestros suficientes ¡Por eso resolví vender todo y venirme a Zihuatanejo. Aquí estamos todos: Jesús, Juvenal, Guillermina y Eloísa. Me vine, y aquí tengo muchos amigos, me respetan; vienen mis paisanos y se quedan a dormir aquí. ¡Yo le serví mucho al gobierno y más a mi pueblo! ¡Viví un tiempo muy hermoso! ¡Toda esta vida yo la pasé, la viví, lo hice y lo disfruté! Comprendimos que don Elpidio había vaciado el alma, con un corazón lleno de amor y satisfecho de los servicios que dedicó a su gente. El nudo en la garganta no se podía deshacer, pero el hombre bueno mantenía una mirada apacible, hermosa y contagiante, haciéndonos sentir muy orgullosos de su persona, de su obra y de su herencia moral y espiritual. ¡Gracias, muchas gracias don Elpidio!

2 comentarios:

  1. Gracias don Elpidio por su arduo trabajo en Nueva Cuadrilla,municipio de Coahuayutla,en favor de la gente más necesitada de ese lugar que Dios lo bendiga abundantemente yo soy hijo de una de esas señoras que tenían los changarros como usted les dice en su narrativa y ala vez nieto de León Torres que por desgracia no tuve la oportunidad de conocer,ahora mismo vivo en el estado de Washington Estados Unidos,y me goce en gran manera con todas esas anécdotas que usted contaba en su crónica .gracias
    Una vez más y que Dios le de muchos años más a usted y a su fam.

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  2. Mi familia los Flores Heredia son de ese pueblo deCOAHUAYUTLA,yo nací en la Huacana Michoacán y vivo en Poza rica Veracruz,jubilado de Pemex saludos a la familia de este gran señor cronista de ese pueblo,

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