LAS HUELLAS DE LA VIDA

Por Raúl Róman Róman
Los primeros pobladores en la costa grande Guerrerense

El tiempo pretérito del hombre, como ser genérico y dentro del espacio mesoamericano, se vislumbra y se palpa como una organización tribal, adonde predominaban las acciones y actividades de recolectores, pescadores y cazadores que a través del tiempo fueron alcanzando un mayor grado de desarrollo cultural y una concepción del mundo, que ante los condicionamientos de la vida y del medio ambiente, fueron transformando su visión espacio-temporal y de sus formas de convivencia, a tal grado, que sus organizaciones políticas y sociales se hicieron cada vez más agudas en el sentido de la supervivencia y la percepción social.
El esfuerzo del hombre por armonizar con la naturaleza era en la búsqueda de agua dulce para su sobrevivencia y establecimiento; así mismo, las cuevas naturales o artificiales servían para extraer minerales y para cumplir rituales funerarios y/o expresiones religiosas que sustentaran sus creencias y actos de fe; en algunas ocasiones, los cerros eran terraceados para crear espacios planos que facilitaran su estancia temporal y les permitiera protegerse de las circunstancias naturales, como el sol, la lluvia y el viento, así como el arribo de animales silvestres.
 Los primeros hombres en estas regiones fueron semi-nómadas, que basaban su alimentación en los ríos, esteros y el mar, de donde obtenían caracoles, moluscos y una pesca ribereña que les redituaba una despensa de carne marítima para varios días, que era complementada con actividades de cacería menor como aves, reptiles y mamíferos y la recolección vegetal basada en raíces, tallos, flores, hojas y frutos de cada planta.
  Con una estimación de entre 5000 y 8000 años, aproximadamente, se empezaron a establecer los primeros grupos humanos en las márgenes de lagunas, ríos y playas, buscando las mejores condiciones y formas de sobrevivencia a través de una vida más sedentarizada y teniendo como base los trabajos de la incipiente agricultura, primero con el teocintle, que se considera el grano que antecede al maíz y bajo una división del trabajo familiar y comunitaria totalmente delineada entre varones, mujeres, jóvenes, niños y niñas.
Todo el panorama de sus espacios y tiempos se encontraba bajo el común denominador de la religión, primero como actos de hechicería, magia y curaciones soterradas y después en ritos y ceremonias en los que adoraban a los dioses naturales como el sol, el agua, el viento y la tierra, entre otros, hasta llegar a las construcciones de centros ceremoniales y templos de rudimentarios altares para desembocar en construcciones que vuelven majestuosa la ceremonial y ritual adoración de sus divinidades, bajo sus creencias politeístas.
A esta altura de la historia se tendrán que valorar las influencias socio-culturales que tuvieron algunas culturas sobre los residentes en la costa, a saber… La influencia Olmeca fue determinante en la concepción “del mundo”, con una estructura política, cultural y religiosa más perfectible y explicable, pues su capa sacerdotal se encontraba más compenetrada en su cosmovisión, como la adoración del sol, el jaguar y el hecho inobjetable del juego de pelota, visto como un ritual de integración social.
  Al paso del tiempo, al igual que otras evoluciones del ser humano en diferentes latitudes terrestres, el hombre aumentó sus conocimientos y dominios de la naturaleza y sus recursos de sobrevivencia, así, aunque pasó muchísimo tiempo contado en centurias y consumió varias generaciones humanas, fue aprendiendo el cultivo del maíz, del frijol, la chía y la calabaza, inicial y principalmente, y de esta forma práctica pasaron a ser de hábiles recolectores a activos productores de alimentos, con lo que también se modificó la relación del hombre con la naturaleza, y a la vez, con los mismos hombres. Así, lo que hoy conocemos por la costa guerrerense se fue convirtiendo en un corredor y paso de culturas mesoamericanas, que fueron diseñando, implícitamente, la influencia cultural de pueblos desarrollados en las ciencias naturales y sociales para el beneplácito de sus moradores.
De esta forma fueron desfilando y definiendo su presencia diversos grupos culturales como los Cuitlatecas, los Ocuitecas, Matlazincas, Tolimecas, Chumbias, Tepuxtecos y Pantecas, a lo largo de la costa y de los actuales territorios guerrerenses. A la vez, se dice que los orígenes de los Cuitlatecas se encontraron al sureste de Michoacán y que los desplazamientos sociales y geográficos que tuvieron obedecieron a las presiones que fueron ejerciendo los Purhépechas, que entre 2500 a 1500 a. de C. lograron expulsarlos de sus tierras de origen, lo que había venido sucediendo desde siempre entre las culturas dominantes y dominadas, lo que provocó que se internaran hacia la tierra guerrerense, específicamente por Zirándaro, Coahuayutla, La Unión y Zihuatanejo y hasta Coyuca de Benítez, al pasar el tiempo…
En el curso de esta exposición se puede citar a Fray Juan de Torquemada que afirma 1 que… “Pegados a la mar del sur (se hallan) los Cuytlatecas, provincia que corre de oriente a poniente, más de ochenta leguas, cuyos pueblos fueron muchos y de mucha gente…” Y como su centro de irradiación social en Mezcaltepec, población hipotéticamente encontrada entre las serranías de Atoyac. Según las investigaciones de Elizabeth Jiménez García y como un imaginario espacio-temporal lógico y natural, la evolución climática siempre será un factor que condiciona los cambios medio-ambientales y su consecuencia agrícola se vislumbró sobre estas latitudes costeñas, pues dentro de los hallazgos y estudios de diferentes muestras en museos, colecciones privadas y estudios varios de polen y de maíz, la acumulación de conchas acuáticas, de los caparazones de percebe, las tenazas de cangrejos y jaibas, los diferentes moluscos que se adaptaron en este medio así como los huesos de cocodrilos, venados y patos, entre las márgenes de ríos, lagunas y mares, fueron encontradas y clasificadas entre 800 y 500 a. de C. De esta manera se han venido estudiando las evoluciones que modificaban el entorno natural, y consecuentemente, el medio social, pues eran las condiciones por las que tenían que pasar los grupos humanos en referencia, ya que 500 años d. de C. el clima cálido-seco vuelve a condicionar a la costa guerrerense, pues ante las sequías y las altas temperaturas sub-tropicales, como ha sucedido múltiples ocasiones en la época contemporánea, la producción pesquera baja sus índices de captura y se da el efecto que aumenta el crecimiento del mangle, que siempre ha sido la vegetación adonde se inician varias y valiosas cadenas alimentarias. De forma paralela, los trabajos de agricultura complementaban la alimentación de los pueblos originarios y ante la disyuntiva de intensificar estos trabajos en el campo, se van abriendo una red de canales de riego y acequias, lo que es una innovación sin precedente en la culturización del hombre, como ser genérico, y con su manera lógica pero innovadora de adaptarse y acomodarse a la vida, usa hábilmente recipientes como cucharones hechos de madera, bateas, jícaras y bules como medios para regar, a la vez que va implementando la técnica de los humedales sobre la tierra arcillosa de los márgenes acuáticos, lo que permitía tener más de una cosecha al año y que aplicado a nuestra tierra contrajo la concentración poblacional sobre el río Balsas, Papagayo y Amacuzac, así como en sus lagunas costeras y en la desembocadura de las corrientes fluviales hacia el mar. Como un complemento alimenticio en la Costa Grande se consumían el jabalí, del que se aprovechaba su abundancia, la piel y la carne, el venado cola blanca, ahora en vertiginosa extinción y los conejos que eran cocidos, asados y horneados y señalaban las habilidades femeninas para ablandar sus alimentos. De los productos marítimos se puede aventurar que se consumían significativamente almejas roñosas, burras, chocolatas y rojas, mejillones, caracoles y madre-perlas, como se hace en estas fechas, cazaban y pescaban con flechas, arcos, lanzas con puntas de proyectiles hechos de obsidiana, sílex y piedras punzo-cortantes, con anzuelos de huesos, espinas y navajas, raspadores y perforadores que permitían y facilitaban los cortes de carne y otros productos de relativa dureza y manejo.
 También se dice sobre los hallazgos de cuentas redondas y esféricas, pendientes zoomorfos, pulseras, brazaletes, pinzas, espátulas, hachas, aros, cascabeles, anillos y alfileres en poblaciones como Villa Rotaria, San Luis de la Loma y Petatlán, principalmente, con una incipiente forma en cobre que tallaban a través de técnicas de martillado, repujado, vaciado y con estilos muy curiosos al fabricar con cierto sentido artístico, también de los primeros ensayos de alambre recocido, templado, de falsa filigrana que doraban y plateaban, sacados de las minas locales de Potrerillos, El Real de Guadalupe, La Unión y Zacatula, pasando siglos ensayando y definiendo nuevas formas de vida y aplicados en avances técnicos, utilitarios y suntuarios.
Una vez que tuvieron que residir por tiempos más prolongados en espacios identificados y elegidos intencionadamente, el hombre tuvo que buscar los medios para protegerse con mayor seguridad y comodidad de las inclemencias del tiempo y de los pueblos rivales, logrando estilizar en mayor o menor medida, habitaciones cuadradas de palma y bajareque, cercadas, al transitar del tiempo, con piedras y muros rudimentarios, sobre lugares altos y en prevención de las inundaciones. Los techos tenían caballetes cubiertos de palma y/o zacate, llamados xacalli (de donde se deriva el vocablo jacal) en cuyos tapancos se acomodaban los complementos domésticos y de labor, como la cestería, los petates y la cerámica en general. En la exposición cultural, se sabe que los vestidos eran confeccionados a base de algodón e ixtle, a los que les entretejían pelos de conejo y/o las plumas de las aves cazadas en la región, especialmente de los patos, como se cita a continuación: “El hombre vestía un braguero (maxtlatl) que era una tira larga de tela pasada entre las piernas y ceñida a la cintura, con los extremos colgando delante y detrás, llevaban además, una manta (tilmatli) anudada al frente o al hombro.
El calzado no era de uso constante y lo portaban principalmente los hombres, con sandalias (cactli) de cuero o de ixtle (ichtli)”. Había una gran variedad de tocados y adornos que indicaban rango social o ceremonial: bezotes, orejeras, brazaletes, ajorcas y pintura en la cara o en el cuerpo. El vestido de la mujer era como el de varios grupos indígenas: el enredo (cueitl) sujetado como una faja como falda y el huipil o quechquemitl, para el busto”.

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