LAS HUELLAS DE LA VIDA

Por Raúl Roman
Reseña  histórica de la vida del Tte. José Azueta abad
La historia de México registra en sus capítulos cronológicos, pasajes verdaderamente heroicos y fascinantes que en ocasiones tocan la fantasía y la leyenda, por los actos de valentía, estoicismo y el amor a la patria que sus hombres y mujeres han demostrado, ya sea en la defensa de su territorio soberano, de sus vidas o de la libertad humana. El ejemplo vivo de amor al suelo mexicano y patriotismo fue el que desarrolló el ilustre acapulqueño: José Azueta Abad, que habiendo nacido el día 2 de mayo de 1895, fue hijo del Comodoro Manuel Azueta Perillos y de doña Josefa Abad.

 A los once años de edad, José Azueta junto con su familia tuvieron que trasladarse al puerto de Veracruz; cursó la instrucción primaria en la escuela “José Miguel Macías” de ese puerto, con una conducta adecuada y distinguida aplicación y, poco a poco, el niño fue interesándose por la vida militar por la influencia paterna, por lo que en su momento ingresó a la Escuela Naval Militar de México, de sonado y comprobado prestigio nacional y a la cual su padre dirigía acertadamente. Bajo ese manto paternal y una motivación adolescente, solicitó el ingreso a la máxima institución naval de nuestro país, en el que conoció con aciertos demostrables los secretos de la disciplina oficial militar durante el tiempo que permaneció en ella, teniendo un comportamiento acorde con la vida castrense.  
 Como parte de sus estudios navales realizó su primer embarco a bordo del velero “Yucatán”, el 18 de junio de 1911. Más tarde, en la Batería Fija de Veracruz a la que ingresó y llegó con el grado de Teniente Táctico de Artillería, de donde se distinguió por su sentido de la lealtad, la honestidad y la valentía, agregando a su hoja de servicio el siguiente texto: “Este oficial es de buena capacidad, desempeña los servicios que se le encomiendan con exactitud, con valor por acreditarse”.
 En esos momentos, en el México de la revolución cruzaban aires políticos difíciles y embarazosos; Porfirio Díaz acababa de sucumbir ante las embestidas armadas de la mayor parte de la población mexicana y se trataba de resurgir con nuevos cuadros de gobernantes que desfilaban efímeramente, además de que no había un orden que le diera rumbo político, económico y social a nuestra nación. Las atrocidades de Victoriano Huerta devastaban al país; de manera externa, los Estados Unidos de América participaban de forma arbitraria desplazando barcos de su armada por las aguas oceánicas mexicanas por el lado del Atlántico y, específicamente en las ciudades y puertos de Tampico y Veracruz, durante el año de 1914, para evitar que le llegaran armas a los soldados huertistas, portando abiertamente, nueve buques, divisiones de torpederos y embarcaciones varias con características eminentemente bélicas y, del lado del Pacífico, ya circulaban otras tantas unidades de guerra con la que se contabilizaban varias decenas de embarcaciones para la invasión final.
 Los días pasaban y con una serie de maniobras marítimas y bélicas, los barcos extranjeros tomaban posiciones estratégicas frente al puerto de Veracruz, que desguarnecido, quedaba sólo con los elementos de la Escuela Naval, el personal del Arsenal Nacional y doscientos elementos del 19º Batallón de Infantería. Todas las acciones eran de provocación para que en determinado momento las fuerzas norteamericanas tuvieran el pretexto de que fueron atacados y, entendiéndolo así, las fuerzas navales mexicanas se aprestaron a la defensa de su soberanía.
 El combate fue fragoroso y desigual; de pronto, José Azueta entró al patio de la escuela y dirigiéndose a su padre le mostró la orden donde le comunicaban la resolución de reconcentrarse en los Cocos, lugar y espacio fuera del puerto, por lo que recibió del Comodoro la grave pero valerosa respuesta de un padre patriota y ejemplar.
-¡Ve a cumplir con tu deber, que yo quedo aquí para cumplir con el mío¡- le incitaba paternal y enérgicamente.
Y así fue el desenvolvimiento de cada uno: heroico y audaz; con la mente y el espíritu templados en el fragor del combate. José Azueta Abad trataba de evitar el desembarco enemigo luchando con ferocidad y con verdadero arrojo, hasta que las balas de ametralladora lo llegaron a herir en una pierna y, aún así y apoyándose en la otra, seguía disparando valerosamente, poniendo a su vida y a su sangre guerrerense un precio superlativo y heroicamente alto; pronto fue herido en la otra pierna, y aun más, recibió un tercer impacto que hizo que en medio de la calle se fuera desangrando, bajo el auxilio de Juan Castañón, que a duras penas lo trasladaba a un sitio más seguro, entre las balas de los invasores. El 10 de mayo de 1914, en que en un estado crítico de salud recibe el ofrecimiento de una atención médica por parte de las fuerzas enemigas, en la persona del Almirante Fletcher, el Teniente Azueta exige al oficial norteamericano que saliera de esa sala inmediatamente, puesto que...
 -¡De los invasores no quiero ni la vida!- remarcaba con admirable nacionalismo y acendrado heroísmo, para que no se profanase ni su casa ni su cuerpo, prefiriendo morir a ser curado por un enemigo de su patria.
De este sensible fallecimiento, el cónsul norteamericano William W. Canada, informó lo siguiente al padre del héroe:
 “... con profundo dolor anuncio a usted que ayer a las cuatro y diez minutos de la tarde, falleció su hijo José. El entierro se efectúa esta tarde. Acompáñole en esta hora de supremo dolor...”
 En este mismo mensaje el cónsul ofreció al comodoro Manuel Azueta las garantías y seguridad de entrada y salida de Veracruz, a fin de que asistiera al sepelio de su hijo, ofrecimiento que fue declinado oportunamente.
 A la última morada de José asistieron más de diez mil personas pertenecientes a todas las clases sociales del puerto. Cuatro días después, su nombre figuraba en El Escalafón General del Ejército, entre los que han muerto en defensa de la patria.
 El día 24, por disposición del presidente de la república, el teniente José Azueta Abad fue ascendido al grado superior inmediato como capitán segundo, después le fue concedida la condecoración Segunda Invasión Norteamericana, medalla de oro y, posteriormente, La Cruz de Tercera Clase del Mérito Militar por haber mantenido a raya a las fuerzas invasoras en su marcha hacia la escuela naval. Y así, cumpliendo valerosamente con su deber, la gloria cubre de honor al Tte. José Azueta Abad. Actualmente, los restos del Tte. José Azueta descansan al lado de los de su padre en el mausoleo erigido en su honor en la ciudad y puerto de Veracruz y con este pasaje de la historia a la Escuela Naval Militar se le declara oficialmente heroica y cubre de gloria el suelo mexicano.

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