LAS HUELLAS DE LA VIDA


“El Cerro Viejo” “Donde Cantan Las Cigarras”

La cita fue a las ocho de la mañana en el edificio que alberga al ayuntamiento azuetense, se visitaría el “Cerro Viejo”, la elevación más visible, callada y legendaria que tiene el puerto de Zihuatanejo; de entrada, la invitación era agradable, sincera y relajante…

 La mañana era incitadora: un viento fresco recorría la ciudad, el cielo estaba nublado, con algunos rayos solares en el lejano horizonte, el descanso nocturno reforzaba la idea de caminar entre la vegetación serrana; el guía era Valente Melchor, ex marino que conserva la fortaleza del carácter y viejo luchador social de las filas izquierdistas, que como gran conocedor de la zona, guiaba el paseo.
 La entrada fue por la parte del “Calechoso”, ese antiguo paraje que conocen los lugareños y que abre una de las puertas naturales hacia la elevación geográfica referida.
 El “Cerro Viejo” se yergue majestuoso y altivo, por sus laderas se encuentra bañado por  ligeros cauces hidrológicos adornados por una hermosa y variada vegetación, que en estos momentos se convierte en un vergel; su historia lo hace grandioso, en el se refugian muchas especies animales, vestidos de reptiles de escamosa piel, de aves canoras, de mamíferos silvestres y... un hermoso concierto de los cantos de las cigarras: estruendosos, abiertos, libres, alegres  y ensordecedores, un sinfónico recital de la naturaleza serrana.
 Mientras esto sucede, el cerril senecto mantiene su callada y estratégica posición; ha sido testigo fiel de la historia costeña, porque desde su cima todo lo ve, todo lo contempla, todo lo sabe... la inmensidad del océano Pacífico se extiende con su grandeza, belleza y cadencia; en el fondo se unen el cielo y el mar, como eternos enamorados... ahí están los morros de Potosí y el aeropuerto, que como fieles soldados resguardan el firmamento… las playas “Larga” y “Blanca”, y más para acá, se dibuja tenuemente la silueta incomparable de la bahía de Zihuatanejo, con sus bordes curvilíneos: “Las Gatas”, con su alfombra coralina y su cortina precuauhtémica; “La Ropa”, con su preciosa leyenda del naufragio del barco que transportaba telas y ropa; “La Madera”, que sirvió de embarcadero de maderas preciosas; la “Playa Principal” donde “Cheque” Cisneros compuso la mundialmente famosa melodía: “Cerca del Mar”;  desde la cúspide se observa el muelle y la laguna de las Salinas, con sus últimos mangles, como exposición de museo; allá está el recuerdo de la playa del “Almacén”, convertida en unos particulares muros y paredes de piedras y cemento, donde el testigo natural cierra sus ojos discretamente para disimular su vergüenza; las rocas de “Contramar”, donde las olas arrecian su fuerza ante la impávida actitud de sus laderas filosas, antiguo depósito de crustáceos y moluscos arrasados por “el progreso”. Ixtapa hermosa se abre a sus visitantes, con sus cuidados prados y limpias conexiones, con su marina altanera y exclusiva, de hecho y de derecho, que contrastan con las modestas construcciones del centenar de colonias de Zihuatanejo; y las playas más placenteras y cadenciosas, que por “su  quietud y su lindura” encabezan los carteles de turismo; ¡la casa de Oliverio Maciel¡ el emblemático “Rey Neptuno”, amante de las ballenas y de las tintoreras, amigo fiel de los tiburones y los tritones; el Posquelite y Mata de Sandía, La Puerta, San José y San Juan Ixtapa, La Salitrera, Pantla y Buenavista marcan los límites municipales y, para la orientación del norte, ¡aaaahhh¡ se contempla, altiva y majestuosa la insurrecta Sierra Madre del Sur, barrera natural e infranqueable por donde vive y alumbra el “Lucero atolero”, viejo amigo de los pescadores… y las cornisas serranas con sus filos mayores y depresiones interminables, madre paridora  y orgullosa, única e indomable.
 Ya se había caminado como dos horas, entre pochotas, cuachalalates, camuchinas y “pegahuesos”, observando que Valente es gran amigo de este cerro, pues se reconocen amistosamente.
 El “Cerro Viejo” había cobrado el precio de su escalada, la respiración se agitaba, se inhalaba el aire con mayor fuerza y rapidez, la garganta se secaba y el sudor cubría el cuerpo...
   -Y esto para qué?- habían preguntado.
   -¡Para colocar un cristo monumental! - contestaban con atención.
   -Y ¿por qué aquí?- insistían.
   -Para que se vea de cualquier punto del puerto y nuestra comunidad sea testigo fiel y en nombre del cristianismo - reafirmaban
 Era la hora de regresar, así lo afirmó Valente, que en todo el camino sinuoso, pedregoso y semivertical no había ingerido agua, para no agitarse y evitar el “dolor del caballo”.
 El regreso fue igual de placentero, observando los mantos de cactáceas, ortigas y especies de zonas desérticas, con huicumos, clavellinas, bonotes y “lomos de lagarto”, este último, con un fiel y verdadero parecido a la piel del saurio; cortan “tecatas” de cuachalalate... para todo mal y, también, para todo bien, lo que me hace recordar las costumbres y medicinas de “La Chata”, mi  ser más amado y adorado en la tierra, por los siglos de los siglos...
  Una hora después, llegamos a tierra pareja y conocida; la aventura había sido un éxito, pero más que un logro, en el ambiente quedó el sabor, dulce y grato de haber invertido bien el tiempo, y de que Zihuatanejo siga progresando en la convivencia sana de sus generaciones actuales y venideras… así sea, en nombre del Cristo monumental. Y las cigarras seguían cantando.
Desde el hermoso “lugar de mujeres”. Raúl Román Román.

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