LAS HUELLAS DE LA VIDA

La floresta azuetense orgullo costeño
(Raúl Román Román)  
La Sierra Madre del Sur es una conformación natural impresionante y bellamente estructurada, que amalgama un espectro de bondades naturales y de una belleza extraordinaria e impactante, adonde se alojan una colorida muestra de aves canoras, mamíferos variados y reptiles salvajes, que hacen el orgullo de la tierra mexicana, y  un sinnúmero de insectos de todas las magnitudes y vuelos, que en ocasiones, alzan un sinfónico sonido natural; además, cada espacio geográfico siempre va enriquecido con cauces y cuerpos de agua, como ríos, arroyos, lagunas y manantiales de curso permanente y grandes exposiciones de pastizales y horizontes hermosos y fértiles… sobre todo este conjunto ecológico vive la más grande exposición vegetal, plena de texturas, colores, olores, formas y tamaños, que se convierten en un vasto emblema de nuestras cordilleras surianas.

 En ellas se depositan los retos más grandes para las comunicaciones y transportes del ser humano, que en su vértigo contemporáneo, necesita de estos menesteres para su desarrollo natural, eco-sistémico y actual. Así mismo, desde tiempos inmemoriales se halla convertida en una barrera natural que parte el tránsito entre el sureste y el centro mexicano.
 Una gran parte de la zona serrana sureña le pertenece al municipio de Zihuatanejo de Azueta, organización geo-política guerrerense que ha vestido de orgullo a nuestro estado. 

 El suelo azuetense se encuentra en un riquísimo mosaico de ecosistemas naturales, como lo son el bosque tropical, las partes selváticas ribereñas, con su preciosa, espaciosa e inigualable Llanura Costera del Pacífico, todo-paridora, sus enormes planicies adonde se asientan las principales poblaciones como San José y San Juan Ixtapa, de viejo cuño comunitario, Pantla, adonde estuvieron, hipotéticamente hablando, la cultura Panteca…  Buenavista, Coacoyul derivado etimológicamente como “lugar de culebras” y de coacoyules, y nuestro honroso puerto de Zihuatanejo, con su versión etimológica que se deriva como “lugar de mujeres”, complementado con la opinión mundial, a los que se les puede poner los adjetivos calificativos de bellas, sencillas, valientes y seductoras.
Y aquí es donde se detiene el tiempo en el  inicio de estas Huellas de la Vida, puesto que raudo y veloz, el Maestro  Silverio Méndez Blanco, en su natural y magisterial inclinación para la investigación, la indagación y la publicación de sus expectativas, nos interesó en rescatar esta raíz comunitaria, en franca y desventajosa competencia con las especies centenarias de la floresta azuetense, que complementada con las alturas y depresiones naturales pasan a ser un entramado serrano a macro-escala ecológica.
 La cita fue en su centro de trabajo académico-comunitario, al borde de la plaza pública, en el mero corazón de Agua de Correa, que la historia resalta como “Agua del Correo”, como decía don Chucho Olea, “porque ahí se paraba Constancio, para darle “máiz” a la mula, en el “ojo de agua” de esta legendaria colonia costeña.
Caía la tarde, típicamente costeña; y el profe inició su monólogo, con sus sentidos en alerta permanente y bajo una visible euforia personal.
Silverio cita que algunas de sus afirmaciones han sido rescatadas por el arte mágico e impetuoso de la tradición oral, que se aplica para este ejercicio. Entre sus fuentes se encontraron y encuentran: don Alberto Blanco Valdovinos, que fue un hombre de los más longevos en esta bendita tierra; don Narciso Reglado, jefe de una gran dinastía humana, don Juan Ayvar, de historia rica comprobada, y de su padre, el señor Ismael Méndez Quintana, entre otros, y al pasar decenios de convivencia diaria o temporal.
 Nuestro amigo citó oportunamente que los pueblos pre-cuauhtémicos hicieron un camino empedrado desde el cerro de La Cuchara hasta Zihuatanejo, resaltando que dicha elevación se encuentra como a 60 kms, de este lugar de cabotaje, rumbo a Vallecitos, y que se toma  el flanco izquierdo hasta llegar a la actual población del Perú, adonde se encuentra una parte serrana de donde mana agua que se escurre por sus laderas, y que al cruzar los rayos del sol provoca una plateresca visión que simula una cuchara, de fácil identificación.
 A la vez y cruzando su información, cita que en Agua de Correa existían grandes y frondosos árboles, allá por los lejanos años 20´s del siglo pasado. Asimismo, explicaba que se encontraba una vasta floresta de cedro rojo, roble y, en menor proporción, caoba y encino, que daban vida natural y recursos madereros a los lugareños. 
 Estas especies se dieron de forma lujuriosamente serrana en “La Vainilla”, adonde se plantaron y aprovechaban esa magnífica, olorosa y sabrosa planta, desde los tiempos coloniales y donde están unas pozas azules de preciosura  inigualable, con enormes platanilleras, entre presencias de tigrillos, jaguarundis, tejones, mapaches y otros “animales de uña”, que bajaban al agua y esperaban pacientemente a que los terneros y animales silvestres fueran cazados; y en este mismo sentido, también existen impactantes horizontes ecológicos en  El Calabazalito, El Zapote, Los Duendes, La Palapa y El Sandial, que han sido enormes zonas boscosas de gran producción forestal.
En esas estábamos, cuando Silverio se acuerda y nos lleva con un nuevo personaje, como lo es don Gonzalo Otero Reglado que da nuevos datos y refuerza los que habían sido citados.
Entre los dos siguen refiriendo que en el corte de la madera se utilizaba la famosa sierra voladora, que era el instrumento cortante, con dos manerales en cruz, que utilizaba la experiencia y habilidad de dos cortadores... uno arriba del árbol por derramar y talar y el otro abajo para dirigir el corte, todo de manera sincronizada y precisa, en una paulatina y paciente labor obrera. Y aquí surge el nombre de Higinio Oregón, como el hombre de mayor fuerza y habilidad para estos menesteres, que era el que siempre se encaramaba a los cedros enormes con sus bases de tres por tres metros de grosor, como regalo de la madre naturaleza.
De pronto, el señor Gonzalo rememora que hace como sesenta años llegó don Luis Cordera y Jesús Posadas, empresarios de oficio y  con sus aserraderos que hoy son historia, pero que en La Vainilla aún se pueden ver las maquinarias ya desvencijadas que utilizaban para el trabajo forestal, en acuerdo por lo debajo, con los comisariados ejidales, que fueron dando cuenta de cientos de hectáreas que contenían la floresta azuetense, y que en burro y en yuntas, a través del arrastre transportaban  las trozas, en horcones y/o tableadas con destino directo para Acapulco y México, de donde se exportaban a otros países europeos.
Los rostros de estas inolvidables personas evidenciaban una emoción genuina y gratificante que hizo reafirmar su amistad con Silverio y adquirir la sabiduría de un hombre que ama esta tierra, siiiii,  de este hermoso “lugar de mujeres” que fue tierra paridora de las mejores maderas de nuestro suelo mexicano, en la floresta azuetense.

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