MEMORIA DE LA COSTA GRANDE

Los Hermanos Vidales

En una rebelión armada, con las condiciones geográficas, comunicativas e ideológicas como las que se están analizando, nunca se sabe cuándo y cómo van a terminar, y los protagonistas siempre están al acecho o a la defensiva de los circunstanciales acontecimientos que puedan sucederse. 

 Entre estos casos estaba el del maestro tecpaneco Amadeo Sebastián Vidales Mederos, quien junto a su hermanos invertían medianamente su peculio bajo la denominación social de ”Hermanos Vidales”, que multiplicaban sus inversiones entre Acapulco y las poblaciones costeras, sobre todo en la compra-venta de telas, comestibles, semillas y todo lo relacionado con los productos del campo costeño, y aún más, promovían los sembradíos que aun sin terrenos aptos, pero conforme al derecho, se empeñaban en formalizar, arrendar, hipotecar y comprar directamente las tierras de labor necesarias para sus actividades comerciales, y debido a la gran escala en que fueron creciendo tuvieron hasta 17 sucursales vidalistas, ubicando su casa-matriz en Acapulco, lo cual les trajo el acoso y el hostigamiento por parte de las empresas españolas que acaparaban toda la producción comercial, poniendo en juego toda su influencia legaloide para minar los progresos empresariales de la compañía tecpaneca vidalista.
 De forma paralela, Amadeo promueve la justicia social en Tecpan y funda el Partido Obrero de Tecpan, a través del cual logra la presidencia municipal, por el año de 1922, adjuntando un trabajo de gestoría en educación y salud en la cabecera y para los pueblos de su influencia política, tomando en cuenta la situación ruralizada de su entorno.
 En un momento dado, los Vidales participan en la construcción de la carretera México-Acapulco y promueven varias obras de beneficencia en todo el estado, y de forma complementaria, apoyan las iniciativas de Silvestre Mariscal en sus afanes de combatir a los oligarcas en la Costa Grande.
 Pronto se integran al programa y a las acciones del Partido Obrero de Acapulco, adonde trabajan conjuntamente con Juan R. Escudero
 Por su ascendencia en las propuestas obregonistas y recibiendo su apoyo, inicia su participación armada en contra del Delahuertismo, al lado del gobernador Rodolfo Neri y Valente de la Cruz, de donde salen bien librados y esperando que la política de don Álvaro Obregón los beneficiara con las tierras requeridas y solicitadas, que en primeras consecuencias fue una inútil espera, pues ni con Obregón ni con Plutarco Elías Calles se logró tan anhelado deseo colectivo.
La disputa por el poder sigue su marcha, ya sea enfundados en ideologías caciquiles o enarbolando las banderas del campesinado; en este escenario Juan R. Escudero gana la presidencia de Acapulco a nombre del Partido Obrero, mientras el general Adrián Castrejón gobernaba la entidad bajo los ideales zapatistas, a la vez que del otro lado surgían nuevos cuadros dominantes ávidos de poder y riqueza, como Rodolfo Neri, Héctor F. López, Miguel F. Ortega y Teófilo Olea y Leyva, que entramaban los nuevos escenarios políticos dentro de esta sinfonía política de sonidos y silencios, ante la secuela sangrienta, ruin y dolorosa de la ingobernabilidad mexicana, de 1910 a 1919, conocida como “La Época de los Caudillos”. 
En el mismo sentido ideológico, buscando apoyar y triunfar en las disputas revolucionarias, a la vez que se abrigaban las esperanzas del reparto de tierras, se van integrando nuevos y renovados personajes de la región a favor del obregonismo, así llegan Pilar Hernández Pérez y su hijo Justino, de San Jerónimo destacan Pedro Albarrán, Manuel Navarrete, Melitón y Justino Piedra, Encarnación Navarrete, Abraham Orgániz, Silvestre Juárez, Juan e Israel Rivera y Juan Ochoa; de Corral Falso se integran Gertrudes Patiño, Santiago Ríos y Laurel del Potrillo, de Boca de Arroyo se enfilan Pedro Ríos Radilla, Mariano López Piedra, Tomás y Ascención Herrnández, José y Domingo Mercado, Fabián Radilla, Jesús Orgánez y Juan Cisneros, y a través de Antonio Hernández Rosas llegaron las armas enviadas por Francisco Escudero desde Acapulco, más las que fueron proporcionadas por personas particulares y locales que simpatizaban con los agraristas, que se fueron concentrando entre el paraje del Cuajilote y El Ticuí, adonde se le unieron los contingentes de Francisco Pino “El Tejón”, Zacarías Martínez y sus hermanos y Alberto Téllez de Atoyac, que todos juntos sumarían 200 elementos.
 Para el 21 de diciembre de 1923 atacaron la fábrica de hilados del Ticuí, pasando por encima de los guardias blancas de los españoles, quedando muertos en el lugar el contador Mariano Mesino y el jefe de personal Benito Gómez, así como el español Federico Homachea, de donde y por lo cual los agraristas se remontan a la sierra atoyaquense, una vez que terminó la escaramuza.
 Dentro de las circunstancias, ya que se supo de los arteros asesinatos de Juan, Felipe y Francisco Escudero, ejecutados el 21 de diciembre, en el lugar denominado como El Aguacatillo, cerca de La Venta acapulqueña, el odio creció, primero para sus victimarios que fueron el Coronel Crispín Zámano, el Mayor Juan S. Flores y la compañía de lacayos criollos que servían a los hacendados españoles, y posteriormente, para perfilarse con más ahínco en las filas del agrarismo. 
 En las páginas de lucha al lado de Silvestre Mariscal, destaca un joven de 19 años con el sobrenombre de “El Ciruelo”, por haber nacido en esa población de la costa. Silvestre Castro toma parte en las batallas de Acapulco, Atoyac y San Jerónimo El Grande, sobresaliendo en el encuentro militar de Zumpango, adonde pierde la vida Heliodoro Castillo, así como aquella batalla ganada sobre el ejército de Rómulo Figueroa, que derrotado se retira a San Jerónimo.
 Bajo las consignas de ¡Viva el supremo gobierno! ¡Viva Álvaro Obregón! ¡Viva la ley agraria! “El Ciruelo” y los hermanos Cortés se pronuncian en Cacalutla al frente de 500 campesinos, el 15 de enero de 1924… ante la presencia intempestiva de un emisario revolucionario, es que se tienen que trasladar rumbo a Petatlán para ir a encontrar al profesor Valente de la Cruz, que por la ruta de La Tierra Caliente transportaba el armamento y las balas para darle continuación y sostén a la lucha armada.
 Al mismo tiempo, el sistema de espías que tenían “Los Verdes” de Rosalío Radilla y del Mayor Flores, les llevaba la misma información, por lo que deciden atacar Petatlán persiguiendo a las columnas humanas de “El Ciruelo”.
 Una vez que los campesinos se parapetaron y se reforzaron en el suelo petatleco, comenzó la refriega violentamente, desde las cinco de la mañana hasta como a las cuatro de la tarde que dura el sitio, el 25 de enero de 1924 en el centro de la población, bajo un encuentro encarnizado y teniendo bajas humanas de uno y otro bando… el saldo rojo: mueren Justino Hernández Gordillo, hijo de Pilar, Ismael Otero, Marcos Solís Radilla y Miguel Frías, entre otros; y es prisionero Rubén Flores Quintana, oriundo de Atoyac.
 Así es como Rosalío Radilla y el Mayor Flores salen derrotados hacia San Jerónimo mientras los agraristas levantan y sepultan a todos los fallecidos, sin distingo de partido.
 Días más tarde, los de la defensa agrarista se trasladan a Atoyac adonde son recibidos con honores el 30 de enero, entrando por la calle principal Rodolfo Neri, gobernador en turno y reconocido por los mismos, Valente de la Cruz, Silvestre Castro, Pilar Hernández, Alberto Téllez, Francisco Pino “El Tejón de la cinta baya“, Jesús Pinzón, Adrián Bello Galeana, siendo recibidos por Amadeo y Baldomero Vidales y Feliciano Radilla que resguardaban la población atoyaquense.
 Pasados estos sucesos y ya en la ciudad de México, el general Francisco Serrano, en calidad de Secretario de Guerra y Marina, dio órdenes a Silvestre Castro de salir a recibir a los jefes Delahuertistas Crisóforo Ocampo, Javier Chavarría y Tomás Toscano que solicitaban el indulto, al igual que más tarde lo hizo Rómulo Figueroa y otros jefes opositores, al tiempo que Rosalío Radilla salía huyendo hacia los Estados Unidos y Adolfo de la Huerta se refugiaba apuradamente en Tabasco, con lo que terminó la reyerta Delahuertista. 
Pero los encuentros y desencuentros ideológicos, militares y estatales parecen no acabarse nunca, pues las trifulcas se sucedían una y otra vez ante la displicencia del momento, con eventos de pillaje, asaltos y robos; por estos motivos, Silvestre Castro decide indultarse por medio del general Fortunato Maycotte y trata de retirarse a una vida más tranquila en su tierra natal; pero tiempo después es invitado nuevamente por los jefes del agrarismo a seguir la lucha que beneficiara a los campesinos de Guerrero, que sin pensarlo más, le hace que le hierva la sangre, por lo inmediatamente vuelve a integrarse a las disputas armadas. Ante este nuevo panorama, la respuesta oficial no se hace esperar, y una vez que sale a combatir para Ayutla, por medio de una invitación disfrazada, no alcanza a maliciar que esta celada estaba dedicada para su muerte, pues Claudio Fox y Henríquez Guzmán lo acribillan por la espalda sin miramientos, para cegar una vida más de los guerrerenses costeños, en pie de lucha. (Desde el hermoso “lugar de mujeres. Raúl Román Román. El Indio de Iguala).

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