Memoria De La Costa Grande

Guerrero a la salida de la revolución

Ahora, México ya se regía por una constitución desde 1917, pero en Guerrero las sublevaciones, los movimientos armados y las manifestaciones sociales siempre han estado a la orden del día y en posición de ataque… no cesaban y si entorpecían los avances políticos, pero la razón se esgrimía bajo una política popular. Los resabios porfiristas, la reciente revolución armada, la anarquía galopante y la eterna desconfianza en los gobernantes permeaba la estabilidad estatal.

 Los hijos de los antiguos terratenientes revolvían la alquimia político-electoral para mantenerse en el gobierno estatal, unos tratando de sobrellevar las normas constitucionales y la mayoría encumbrada defendiendo y ampliando sus ya extensas propiedades, disfrazados con discursos confusos y demagógicos, con prácticas depredadoras, voces falsas y conductas reaccionarias.
 Entre las presidencias de Álvaro Obregón y Manuel Ávila Camacho se fueron sucediendo una infinidad de programas sociales y políticos que estaban supeditados a los gobiernos federales, de los cuales dependían totalmente las gestiones estatales.
Sólo el as de oros del gobierno de don Lázaro Cárdenas del Río vino a darle un respiro social a la gente de las capas marginadas, como se señalará en entrelíneas posteriores.
 Por esta influencia cardenista se empezaron a trazar y a mantener, primero la columna vertebral de la carretera entre México y Acapulco, y a partir de ahí, decenas de caminos rurales y troncales aceleraron la dinámica poblacional, en que la ruta de Acapulco hacia las montañas y las costas fueron las últimas en estimarse, entre este mosaico cultural que han sido las regiones guerrerenses, desde las Sierras del Norte y la Montaña hasta la Tierra Caliente y Las Costas Grande y Chica, pasando por la concentración de poderes en Chilpancingo y la plataforma económica del paraíso de Acapulco, con una base rural mayoritaria que reproducía algunas prácticas porfiristas, hasta el arribo de los principios cardenistas.
 La historia institucional de nuestro estado cruza sus coordenadas con la 2ª guerra mundial, y ante esta emergencia y conflagración, la costa suriana empieza un nuevo capítulo de su historia, pues de manera formal y sistematizada se empieza a producir el cocotero, se intensifica el cuidado del ganado que iba a abastecer los rastros del Distrito Federal y de Puebla, entre otros, aparecen los plantíos de cafetales que viven su auge entre los años 30´s y 60´s para dejar una estela de grata productividad del “grano de oro”, la industria forestal aparecía entre Tecpan, Papanoa, Petatlán y Zihuatanejo y las fábricas textileras de aceites y jabón abrían y reabrían sus actividades en Coyuca, El Ticuí, Atoyac y Tecpan, de forma esperanzadora.
 La política cardenista repartía y promovía los trabajos agropecuarios, ganaderos, forestales y turísticos, entre las sierras, los ríos, arroyos, lagunas y mares costeños que proveían sus recursos naturales lujuriosamente ricos.
 Entre los “negros en el arroz” se notó el latifundio más grande en Guerrero a nombre de The Guerrero Land, empresa extranjera que dominaba y usufructuaba 150 000 hectáreas, sin llegar a conocer sus límites con precisión, entre los municipios de la Tierra Caliente, La Unión, José Azueta, Petatlán y Tecpan, con recursos forestales y yacimientos denominados “cerros de fierro”.
 Otra de las grandes propiedades correspondió a la familia Fernández, que se fueron apoderando de tierras agrícolas desde Acapulco hasta Atoyac y Tecpan, hasta contar 60,000 hectáreas, con zonas e inversiones algodoneras junto a Uruñuela y Alzuyeta y Cía., que hicieron de las costas sus feudos y de los campesinos sus siervos, que imponían las políticas y economías regionales, adueñándose del comercio, los transportes y sus vías de comunicación, así como de los servicios derivados en gran escala comercial.
 También se encontraron las Maderas Papanoa que fueron explotando gran parte de la floresta costeña; en Zihuatanejo, las haciendas de Inguarán, de españoles sin presencia, desde el arroyo de Los Llanos hasta sus límites con Agua de Correa, con poco más de 18 000 hectáreas, y la de los Nogueda, desde este punto hasta el río de San Jeronimito, adonde colindaba con la hacienda de los Rodríguez de Petatlán.
Las haciendas de La Providencia y de la Sierrita para los descendientes de los Álvarez, muy cerca de Acapulco con 28 000 has. y en Atoyac bajo la propiedad de Elisa García de Mariscal de 26 000 has.
En el vuelo de la historia, la lucha de clases cumple su presencia ideológica en la costa, como se contraponen en todas las regiones geo-políticas en el mundo, entre opresores y oprimidos, entre oligarcas y los pueblos, entre latifundistas y “los sin tierra”, entre terratenientes y campesinos…
 En el caso de la costa suriana se sucedió más temprano que tarde, como se fue desarrollando en todo Guerrero y en todo México… en el ejemplo que sigue se ilustra un molde social de cómo fue este proceso de adjudicación, toma de posesión y los filos comunitarios que tuvieron que pasar en esta constante fricción ideológica, pero sobre todo de disputa por la tierra, ya sea en interminables debates, en demandas y contrademandas, con los arbitrajes al son de las influencias más determinantes y en último término: ¡todos a las armas! Como nos lo narra don Luis Hernández Lluch… 47 en su crónica magistral…
 Ante el cambio de gobierno federal, entre que Álvaro Obregón le entregaba la estafeta del poder y las instituciones socio-políticas a su paisano Plutarco Elías Calles, el reparto agrario era la prioridad más inmediata y urgente en este momento histórico, pues era el motivo ideológico toral y la secuela más seguida de la reciente lucha armada.
 Para marzo de 1925, los agraristas de San Jerónimo empiezan a organizarse y convocan a una asamblea los señores Andrés Serna, Hermenegildo Rivera e hijos, Julián Navarrete, Domingo Luna, Miguel Noriega, Vicente Arteaga, Marcelino Juárez, Juan Estrada, Refugio Severiano, Silvestre Juárez, Justino Efigenio, los hermanos Navarrete Valle, Justino Ávila, Feliciano de los Santos, Juan Cabrera, Facundo de la Cruz, Adrián Escalera, Juan Suástegui, Jesús Hernández Albarrán, Crisanto Alarcón, Reimundo García, Manuel Escalera Mauleón, Isabel Tandí, Raymundo Romero, Tomás Magdaleno, Macario Escalera,  Cenobio Esquivel y hermanos, Pedro Castro e hijos, Pilar Hernández, Félix Piza, Francisco Abarca, Miguel Navarrete, Ambrocio Félix, Tránsito Rivera, Isidro Radilla, Pedro Albarrán, Refugio Navarrete, José Ma. Sotelo, Marcial Gordillo, Agustín Campos, Pomposo y Emilio Rivera, Agustín Bello, Isabel Serna, Rafael Juárez, Pomposo Olea, Víctor y Emilio Rivera, Paula Efigenio viuda de Piedra y Francisco Pomposo.
 Esta reunión se llevó a cabo en la “Constiturial”, espacio acostumbrado para estos eventos sociales, que además servía como centro para la escuela de niñas.
 Con esta proyección se elige el comité agrarista que quedó integrado por Hermenegildo Rivera como presidente, Ambrocio Félix como secretario y Vicente Arteaga en la tesorería, y después de debatir, reflexionar y tomar decisiones se acuerda que una comisión se traslade a la ciudad de México para presentar su estructura comunitaria e iniciar la gestión pertinente, que empieza por elegir a un topógrafo que deslindara justamente las parcelas ejidales, cuya responsabilidad recayó en el ingeniero Manuel Sotelo Salas, que más tarde envió la información de que ya estaba reconocida la resolución definitiva conocida como: “La Provincial”, y que pronto se harían los estudios necesarios para recibir el decreto presidencial que legitimara su plan y sus programas.
 Una vez que jurídicamente se aceptó la reestructuración agraria, fueron afectados los terrenos de la hacienda de San José, propiedad de Vargas y Galeana, pero que residían en Guanajuato, también los terrenos del terrateniente Germán Gómez, de Antonia Galeana viuda de Galeana y del señor Ignacio Severiano, entre las personas y familias más reconocidas y enriquecidas, a lo que inmediatamente los hacendados se movilizaron, pero ya con un esfuerzo inútil, pues el decreto presidencial se hallaba sancionado y aplicado, teniendo como base el artículo 27 de la Constitución Política, destinado a la entidad agraria, y que después de los estudios topográficos integrales y legales se aplicaron en San Jerónimo, en el año de 1928, afectando 2,666 has. de terreno para dotación y 1,333 has. para la ampliación ejidal, adonde empezó el cultivo de las palmas de cocotero que fueron inundando, para bien, toda la Costa Grande de Guerrero.
 El tiempo pasa y los brotes de rebeliones empezaron a apaciguarse, ya que los momentos de paz eran más repetitivos y constantes, cuando una figura comunitaria viene brillando en el firmamento político regional, que con sus antecedentes escuderistas-vidalistas y nacido en Boca de Arroyo, dentro del circuito poblacional inmediato a Atoyac, lidera el ideal campesino… Feliciano Radilla recoge la estafeta revolucionaria de la lucha social y popular en La Costa Grande, pues tenía el arraigo necesario y exigido entre sus familiares, amigos y compañeros, el carisma idóneo para encabezar un renovado movimiento comunitario que consolidara el viejo sueño campesino de la posesión de la tierra.
 A la vez que dirigía la cooperativa agrícola en Cacalutla, llegaba a ser diputado federal y promovía el desarrollo laboral de la Liga Regional de Obreros y Campesinos “Juan R. Escudero”, quienes se empecinaban en disputar, palmo a palmo, cada pedazo de tierra y en acalambrar constantemente a los inversionistas agoreros y ventajistas, y que bajo la convocatoria, el apoyo solidario y palpable de don Lázaro Cárdenas del Río, concentraban a todas las ligas agrarias del país en el recién transformado Partido de la Revolución Mexicana (PRM), de renovación cardenista, que venía a sustituir al PNR callista y que de forma institucional organizaban una vasta y amplísima base nacional, con el programa de la Confederación Nacional Campesina (CNC), cuyos representantes costeños llegaban a ser Feliciano Radilla y Nabor Ojeda. De esta manera, la política y las medidas institucionales y enérgicas del cardenismo iban sujetando y subordinando cada sector poblacional del México institucional hacia las políticas renovadas y acordes con el tiempo que les correspondió vivir. 
Y hasta aquí se cierra un telón revolucionario costeño, que a pesar de que costó sangre, sudor y lágrimas dejó una página encendida de rebeldía y dignidad hasta 1930, pues desfilaron sus hombres y agrupaciones llenos de incuestionable valor cívico, que fueron respondiendo a los llamados de la justicia y de la equidad, que enlutaron irremediablemente a los hogares guerrerenses pero que dejaron la indeleble huella de la vocación humana hacia el progreso de sus poblaciones del sur. (Desde el hermoso “lugar de mujeres. Raúl Román Román. El Indio de Iguala).

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