MEMORIA COSTEÑA


PASEANDO POR LA SIERRA DE PETATLÁN

(En memoria de don Adolfo Lara, de su amigo de siempre)
La amistad es una bella melodía que se canta con cariño, respeto y admiración hacia las personas que portan en su ser los valores de la humildad y la sencillez; por estos motivos, es imprescindible dedicar esta obra a nuestro entrevistado, que ha dispensado al escribiente el valor más grande que pueda tener cualquier ser humano en la tierra... su amistad sincera.
Acomodados en sendas hamacas, la historia de la parte serrana de Petatlán versó así…
“Mis padres fueron doña María Garibo Domínguez y Anselmo Lara Árciga… mi abuela fue doña Germana Árciga y como tenía un hijo viviendo en Ocote de Peregrino, a la vez que se dedicaba al comercio, cada 3 o 4 meses tenía que trasladarse a esta población petatleca.
En ese tiempo y cuando yo tenía entre 11 y 12 años y me llevaba con ella para ayudarle a transportar, distribuir y, sobre todo, a cargar la mercancía que ofrecería a sus clientes sierreños.
Por los motivos expuestos, muy de mañana ensillábamos los 2 burros que llevarían lo que se vendería… pronto llegábamos a El Arenoso donde mi abuelita saludaba a sus amistades, ya de años… en cuanto platicaban, hacían planes y echábamos un taco, nos íbamos a La Otatera, de ahí al Sesteadero y a La Piedra de Beleano, donde visitaba a la familia García y en cuyos sitios ya había empezado la vendimia de ropa, telas y vestidos, con la promesa de cobrar y/o intercambiar productos al regreso…
 Casi era mediodía cuando arribábamos a Murga y Sandoval, para llegar a El Ocote de Peregrino a comer, con un hambre ya bien hecha y adonde vivía el hijo de mi abuela; entonces nos daban cecina de venado casi siempre y después de descansar, o al otro día, torcíamos hacia la izquierda del camino para visitar El Anonal y El Cacado, con las mismas actividades comerciales, hasta llegar a La Cocalmeca, de ahí al Salto y, finalmente para nosotros, estar en La Tigra, de donde había que regresar cobrando, comprando, fiando o intercambiando una cosa por otra.
 Eso sí ¡nomás sales de la costa y hace un frío!… en cada lugar nos ofrecían amablemente agua y podíamos comer carne de res o de cerdo, queso de canoa o aro, leche caliente y una riquísima nata acompañados siempre de un aromático y riquísimo café de olla.
Fíjense ustedes que en varias ocasiones pudimos participar en “Los Combates”, que eran cuando el dueño de la finca invitaba y juntaba a todos los campesinos de la región para desmontar, sembrar, cultivar y, siempre en las pizcas, cuando se levantaba la cosecha de maíz, café o ajonjolí, y más en los cortes de caña adonde se llegaban a juntar hasta 50 o 60 hombres y mujeres del campo.
Generalmente se hacía en un día o hasta dos, cuando había más trabajo; los varones, machete en mano, se iban a los cañaverales a tumbar la zafra, todo el día, mientras las mujeres, chicas y mayores, se dedicaban a asear la casa y a preparar la comida en grande, pero pensando en la fiesta que en la noche se haría entre todos.
Entonces se elegía el patio más amplio, se barría y se regaba y ya estando bien liso se hacían los hachones de puro ocote, que es una madera resinosa del pino que se rajaban en trozos y se sacaban “las tiras” que aguantan mucho tiempo alumbrando, entonces se ponían y se prendían cinco o seis alrededor de la pista y en cada esquina adónde iba a ser la fiesta.  
Después de las actividades de trabajo y domésticas, todo mundo a bañar al río y a llevar la comida y la bebida al lugar del baile…
¡Ya venía “La Topa”! El “Capitán”, que era el vigilante y el que reportaba que el trabajo se había realizado, avisaba al patrón de lo que se había hecho, así como las circunstancias que habían pasado y, a su vez, el dueño autorizaba el inicio de la parranda, claro, sin tanto formulismo o chocantería, y ora sí, a darle a la bailada…
Las mujeres ya arregladas con vestidos o faldas largas muy bonitas y el pelo lleno de moños, mientras que los hombres de cotón de manta o pantalones de ocasión, portaban sus huaraches de cuero y baqueta y algunos todavía con el pelo del animal y, sobre la cabeza, el infaltable sombrero de palma, símbolo eterno del campesino.
Ya pronto salían los músicos, que a falta de luz eléctrica sacaban las guitarras, el violín y el arpa, mientras se tiraba en medio del patio la tarima de pura madera de la buena, bien tallada y lisita… y a “toparse”… de pronto, un varón le brincaba a “la tabla” ya zapateando… e instantáneamente aparecía la figura femenina, siempre hermosa y lucidora, ya adelantándose en el zapateado redoblado, pespunteado, valseador y vibrador, ante la algarabía, los gritos y la alegría de todas las familias:
 -¡Vooooy pollaaaaa!
-¡Vooooy pollooooo!
 -¡Te va a chingar!
Mientras las parejas bailaban alrededor de la tarima y esperaban ansiosamente el turno para subir… los varones, ya verijones, empezaban a asediar a las muchachillas acercándose y repegándose hacia ellas, tratando de encontrar las bromas más simpáticas para agradar, ante la mirada vigilante y alerta de los papás de las muchachas, que discretamente también pelaban el ojo sobre el pretendiente…
Ya para este momento salían los bules con el mezcal y el aguardiente, con la tuba hecha de la palma del coacoyul, bebida exótica y exuberante, legendaria en la sierra y en la costa guerrerense, aclarando que entonces esta palmera se daba al por mayor en nuestra tierra.
Y aquí hay que tejer fino… porque el proceso parece simple pero es cuestión de saberle: se elige y se tumba la palma y del cojoyo se hace una “canoíta” por donde sale el jugo y, a los tres días y ya fermentado, se saca con un pocillo y embudo hasta que se va juntando la tuba y se mete en bules o guajes, que son como las guías de las calabazas que cuando están sazones se cortan, se les hacen los hoyos y cada día se le están sacando “las tripas” ,hasta que quedan así… bules… y sirven para echar y mantener bien fresca el agua, la tuba y todos los líquidos bebibles para el hombre.
  Y aquí pegamos otro brinco, cuando una vez mi abuela me jaló y me dijo:
-¡Vámonos… nos vamos a salir de aquí… se va a poner feo!...
Y sí… a media noche sacaron a un fulano haciendo como que iban a orinar y ahí le metieron el machete y lo degollaron, mientras más allá se oía como se cruzaban y tronaban los machetes al atacar y defenderse con toda la rabia, la habilidad y el coraje de los macheteros rivales… al otro día, a curarse las cortadas, los dedos partidos y a velar al muerto. Y así, tiro por viaje.
Ya de regreso, o bien nos contaban y también los vimos, se observaba a lo lejos el paso del tigrillo, los jabalíes, tejones, mapaches y ¡onzas! que se distinguen porque no tienen cola sino una mota desde la cabeza hasta todo el lomo, con una cinta oscura de pelo.
Hacía mucho frío, llovía y los ríos venían crecidos; ya traíamos maíz, frijol, latas de manteca, cera y cueros de chivo, para dejarlos con doña Chepita Valdeolivar en Petatlán, que tenía la tienda más grande en el pueblo y también daba el servicio de la luz… en cada esquina del zócalo se ponían unos faroles y ahí se jugaban cartas y dominó y cuando se daban los tres apagones, luego luego cada jugador corría para su casa.
 Los comerciantes petatlecos también eran los Martínez, Odilón Espino, los Ruiz Sánchez, Abel Martínez, los Solís, los Romeros junto a doña Apolonia Martínez que también hacía las veces de curandera… y aquí, el recuerdo es con sangre, pues desde niño tuve “frenillo” en la lengua y no podía pronunciar la rr... decía “pedro” en vez de perro y “budro” en vez de burro… luego entonces mi madre me dijo:
-¡Adolfo, te voy a llevar con doña “Polonia” para que te corte el frenillo y puedas hablar bien!…
¡Y allá vamos!…
Ya doña Pola que me revisa, piensa un poquito y que saca la tijera y .que corta… ¡los sangrales! Corrí y corrí para la casa, se me quitó esa forma de hablar y le agradezco, pero después ya no quería ni pasar por su casa. 
En aquellos tiempos, las calles de Petatlán eran de tierra y todas las casas tenían corredores por donde uno caminaba, hechos con horcones, morillos y teja fresca… hasta que un muchacho del pueblo se fue a estudiar a Chilpancingo, y al regresar, llegó a ser presidente municipal, fue cuando Israel Hernández Ramos mandó derribarlos para hacer más anchas las calles.
También en el Barrio de la Hoja, adonde estaba la casa de don Pedro Valdovinos estuvo una escuela, y luego se cambió adonde ahora está el ayuntamiento, de puro adobe y corredores a los dos costados… por ahí vivía don Hilario Peregrino y esa casa la derribaron para hacer nuestro edificio municipal.
Allá, por el Arroyo de la Imagen, adonde se apareció Padre Jesús, había una piedra bien grande y ancha con un hoyo ancho en medio, y cuando se tenía un machete nuevo íbamos ahí a darle filo, por lo que se le llamó La Piedra de Amolar.
En el 43 reventó el volcán Paricutín y se cayó casi toda la iglesia… nomás veíamos como las torres se iban y se venían hasta que se cayeron, y ahí se enracimaron y se trenzaron, pero que creen: se cayeron las través y los pilotes sobre el altar mayor, pero sin que “Papá Chucho” fuera ni siquiera tocado… ¡no le pasó nada a la imagen!
Luego, por la fe y porque no llovía lo sacaban rumbo al arroyo por donde se apareció, también hacia el río, y al regreso… ¡empezaba la lluvia!
Otra vez, cuando lo quisieron sacar de la parroquia por la puerta grande, pues no se pudo, la puerta nunca se pudo abrir, por lo que interpretaron que “Papá Chuy” no quería salir… y cuando llegó el padre Goyito, el pueblo volvió a construir la iglesia.
Entonces, yo trabajaba con los Martínez y nos mandaban con las carretas a dejar la copra. Salíamos como a las 3 de la tarde un montón de carreteros… traíamos coco y ajonjolí, así pasábamos por “La Loma del Toro”, pues había un aguaje adonde descansábamos un ratito, luego llegábamos a Los Achotes donde desuncíamos los bueyes, les dábamos rastrojo, todos tomábamos agua y otra descansada, después cambiábamos de lugar a las bestias y nos íbamos a seguir en el camino. 
Lenta pero cumplidamente pasábamos por El Coacoyul, por Agua de Correa y nos metíamos por la cañada, pegados al cerro, por donde ahora está el canal, mientras los bueyes se forzaban y los chicoteábamos para que avanzaran.
Hasta que llegábamos, entre 6 y 7 de la mañana, a lo que ahora es el mero centro de Zihuatanejo, a las bodegas que eran o administraba don Salvador Espino, allí nos las recibían y las embarcaban a las barcazas que se llevarían las mercancías, que eran “El Oviedo”, “El María Martha” o “El Tecoanapa”.
Nos pagaban a 2 y hasta 3.50 pesos por viaje y con bastimento; al regresar traíamos pepsicola, algunas hortalizas y lo que se ofreciera…
Ya en Petatlán había una casa que le llamaban “La Pintada”, ahí estaba un molino que era una despepitadora de algodón.
Jugábamos a la “Pítima”, hacíamos trompos de cirián y de guayacán, y preferíamos de esta madera porque el trompo zumbaba bien bonito sobre los pisos de ladrillo, se capeaba en la mano, lo volvíamos a “jondear” y nos los echábamos a la uña… había muchachos buenos para el trompo.
Los domingos nos íbamos a bañar al río, a las pozas, abajo del puente estaba la de “La Piedra Ancha”, más arriba “La Poza de los Guayabos”, donde nos tirábamos desde el paredón, ¡que ya no existe!… caminábamos y se encontraba “La Poza del Tío Mingo” y de ahí nos veníamos montados en troncos hasta el pueblo, brinco y brinco en el agua, y te volvías a trepar.
Acarreábamos el agua en bules y cuando había travesuras de niños, con un chile de toro, que era el nervio del animal ya tieso, nos chileaban para castigarnos… aun así: ¡todo fue tan hermoso!”…
La nostalgia era el sentimiento más perceptible en ese momento, pero el amor profundo e inolvidable que don Adolfo tiene por Petatlán estaba a su máxima expresión, volviendo imborrables y preciosos los recuerdos más bonitos y fulgurantes que tiene el hermoso “lugar de petates”.
P.D. Don Adolfo, usted me regaló la amistad más hermosa que hay en la tierra y en la vida… hoy que dio un pasito para adelante en la divinidad para reinar al lado de Dios, le reitero mi amistad eterna, pues así como entregó su corazón, llegue a usted mi recuerdo sincero y eterno. (Foto. Cortesía de Bellezas de Guerrero a través de la página digital Yo Amoo a Peta) (Desde el hermoso “lugar de mujeres. Raúl Román Román, El Indio de Iguala)


3 comentarios:

  1. QUE BONITA REMEMBRANZA EN HONOR DEL SR. ADOLFO LARA GARIBO A QUIEN TUVE EL GUSTO DE TRATAR HASTA SUS ULTIMOS MOMENTOS DE SU VIDA, ACOMPAÑANDO A SUS HIJOS E HIJAS ASI COMO A SUS FAMILIARES, PERSONAS MUY HONORABLES Y RECTAS, A QUIENES SIGO ACOMPAÑANDO EN SU DOLOR DE HABER PERDIDO A SU SER QUERIDO EL DIA 29 DE DICIEMBRE DEL 2015, DIA EN EN QUE DON ADOLFO PARTIO DE ESTE MUNDO Y QUE AHORA DESCANSAN SUS RESTOS EN EL PANTEON DE BARRIO VIEJO (SAN JOSE IXTAPA)EN DONDE FUE SEPULTADO EL DIA 31 DEJANDO MUCHA TRISTEZA EN SU FAMILIIA Y AMISTADES QUE LO ESTIMABAMOS, TUVE EL HONOR DE HABER ESTADO EN SU ULTIMO CUMPLEAÑOS (93) Y ESE DIA LO DISFRUTO COMO SI FUERA EL ULTIMO, CONTAGIANDONOS DE SU ALEGRIA Y ANIMOS DE VIVIR, GRACIAS DON ADOLFO EN DONDE ESTE GRACIAS POR AVERME DADO SU AMISTAD FRANCA Y SINCERA.

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  2. TODO MUY BONITO YO SOY DE SANJERONIMITO Y SON BELLOS RECUERDOS GENERACIONES QUE TENIAN VALORES HUMANOS.
    SI LAS GENERACIONES NUEVAS NO RECUERDAN SU PASADO NO TENDRAN VALORES EN SU FUTURO

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  3. Que tiempos donde habia un comercio entre la comuna, segun me comento la Sra Garcia viuda de Enriques ya fallesida, en las noches muy tranquilas en Petatlan se podia oir la bufa de la piedra de Taqueyunque, en fin bonitos comentarios, Solo que el verdadero significado de Petatlan Es : Lugar entre las esteras o junto a la estera. En el actual estado de Sinaloa esta el rio Petatlan donde habitaba una tribu nomada que caminaba todo el rio Desde El actual estado de Durango hasta Sinaloa y sus tiiendas para dormir eran de Petate por eso Petatlan en Sinaloa Es Lugar de Petates.

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