Macario Luviano Ruiz y una familia musical
Hoy nos conduciremos por el sendero del amor, el cariño y la gratitud por Tecpan, para reconocer humildemente la obra de un hombre que tuvo como vocación y pasión musicalizar las notas de la naturaleza y de la sociedad, ofrendando su mágico talento musical a las perlas del sonido rítmico, armonizado, medido y lleno de alegría.
La extensión artística alcanza la inspiración de toda su familia, para orgullo de Tecpan, y es su hermano Francisco Luviano Ruiz, quien sencilla pero orgullosamente, revela los secretos familiares.
Y en Paco Luviano, como lo llaman sus amigos, dejamos las indelebles y hermosas huellas de la vida…
“La raíz artística de mi familia vienen desde mi abuelo Cornelio Ruiz, que fue violinista destacado y tocó magistralmente el acordeón.
La influencia musical ha sido amplia, y gracias a Dios, muy profunda entre los miembros familiares; mis padres: Isaac Eleno Luviano Ortiz de Michoacán y Flavia Ruiz Abarca de Tecpan tocaban la guitarra de manera apasionada y entonaban las canciones de su tiempo, dejándonos marcada el alma con tal noble actividad familiar.
Al tocar el tambor de manera insistente, mi hermano Macario, nacido el 25 de junio de 1936, empezó a mostrar sus inclinaciones musicales y a detonar su vocación artística, pues lo hacía con verdadera pasión infantil.
De esta manera, mi padre se dio cuenta de que su hijo mayor sentía un gran amor por la música, y de forma visionaria, lo metió a estudiar de manera particular, al mismo tiempo que iniciaba la escuela primaria, aquí en el mero corazón de Tecpan.
Después le llega una marimba que hace las delicias de mis padres, al escuchar percutir a su hijo más grande; y con Carlos de la O hace su aparición en el conjunto musical “Los Rumberos”, adonde enseña sus habilidades con el bongó, para convertirlo en el alma de la armonía musical.
Pero las coordenadas de la vida cruzaron sus dones para que mi papá enviara a mi hermano a la ciudad de México, bajo la tutela de mi tía Clementina Romero, cuya bondad se reflejó cuando envía a Maco a la escuela de piano que dirigían los maestros Ema Villagrán y Pascual Guiú, que fue padre de la connotada artista Emilia Guiú, adonde cimenta sus conocimientos iniciales de la música, y a la vez, cursa sus tres últimos grados primarios.
Cuando cumple los 13 años tiene que regresar a las tierras tecpanecas con el alma empapada de música y con nuevos bríos artísticos, para formar junto a sus amigos de la juventud, un primer conjunto denominado “Son Clave Azul”, sobre la vicisitud comunitaria de no encontrar el nivel secundario para continuar su preparación académica.
Mi papá busca y encuentra el remedio, cuando en 1952 lo envía a estudiar a Chilapa, hermoso pueblo indígena de la sierra baja guerrerense, donde lo tutela musicalmente el maestro Valle, titular de la materia, que descubre su facilidad para interpretar la música y encontrando en Macario al alumno ideal que busca todo profesor en toda su labor magisterial.
De esta forma pasa a formar parte de la orquesta escolar que dirigía el Profesor Valle, adonde además de profundizar su aprendizaje en el piano y el solfeo, ahora va integrando su afición por el saxofón y el acordeón, de donde surgen nuevas experiencias que enriquecerán su acervo musical.
Pero el tiempo pasa inexorablemente y los estudios secundarios se ven concluidos, con lo que Maco tiene que regresar a la tierra de Galeana, aunque ya venía con el virus de la música en el alma.
Llega a reintegrarse con suma facilidad al “Son Clave Azul”, pero ahora con más ahínco y decisión y aunque no había mucha instrumentación y casi eran puras percusiones, ninguno de los muchachos se arredra, pues complementaban su osadía con maracas, muchísima alegría y devoción artística.
Así llega bajo el tutelaje del maestro Carlos de la O y de su primo Leonel Valencia, que lo van escalando en su aprendizaje musical y perfilando a ser uno de los grandes intérpretes de Tecpan, de Guerrero y de México.
Ante estas vivencias, Macario comentaba:
-¡Leonel es un músico muy inteligente, hábil y con una magia inigualable!
Y tenía razón, pues con él aprendió mucho más y en concordancia con su juvenil edad, los esfuerzos del alumno y de los maestros se facilitaban en el arte para que sintieran un explicable orgullo entre ellos.
Con esta formación se va integrando a la orquesta de “Los Hermanos Orbe” de donde se desprende una amistad perenne con Nayo, Fabián con quien llegan a ser compadres, con Nico, Amancio y Eleno, entre otros, mientras sigue conviviendo en diversos círculos musicales espontáneos y de ocasión, para darle rienda suelta a su auténtica vocación, ya sea con el violín, la trompeta y el saxofón, ante el orgullo que sentía toda su familia, sobre todo cuando los miembros del Club Rotario tecpaneco le pedían, atentamente, que amenizara sus reuniones y convivencias.
Y se llega la hora del cambio y la migración, pues Carlos ya trabajaba para el “Conjunto Acapulco”, por lo que Maco le decía:
-¡Carlos, yo tengo ganas de irme al puerto!
A lo que su mentor contestó:
-¡Pues vente conmigo y allá trabajamos!
Así se cumplieron sus deseos, pues inmediatamente se integró a esta organización musical con el éxito asegurado, gracias a sus dotes innatas en la música.
Pronto se relaciona con toda la banda musical acapulqueña y poco a poco se va inclinando, visible y vistosamente por el jazz, que era uno de los ritmos internacionales más atrayentes del momento, allá por los años 60´s y 70´s, mientras intercambia experiencias y amistades con Tacho Torres y Carlos Ramos, que comulgaban con las mismas ideas musicales.
Nuevamente las oportunas coordenadas espacio-temporales se cruzan favorablemente en su destino, pues Acapulco era visitado por infinidad de artistas renombrados y por centenares de turistas norteamericanos que muy pronto se enteraban de las aptitudes de Macario, que ya tocaba por su cuenta en hoteles, bares y centros nocturnos, cuando el hermoso puerto vivía su época de oro y recibía la visita de lo más granado del mundo.
Con estas relaciones y el sonado prestigio musical que esculpía diariamente, lo invitaron a ir a probar suerte a los Estados Unidos, a lo que raudo y veloz prepara sus instrumentos más queridos y ¡váaaamooonoooooossss!…
Su base residencial la toma en Chicago y haciendo presentaciones particulares, sin afanes comerciales, ameniza las reuniones familiares y de amigos con el ritmo en boga… ¡el jazz!
De esta manera empieza un devenir pintoresco, pues visita Flint, Nueva York, Detroit y Pontiac.
Ya cuajado como artista regresa y organiza varios grupos musicales, de donde destaca “La Kiyumba”, que le da la proyección definitiva y consolidada y ahora incorporando a su repertorio y talento el ritmo afroantillano, que le va redituando las puertas del firmamento artístico, pues con verdadera alegría y satisfacción trabaja en los arreglos musicales para connotadas orquestas, como las de Pablo Beltrán Ruiz, Armando Manzanero y Pepe Turón, a la vez que es llamado, de forma privilegiada, para acompañar los cantos angelicales de Pedro Vargas, Marco Antonio Muñiz, José José, María Victoria y Trini López, lo que le orilló a practicar y disfrutar los ritmos del cha-cha-cha y el danzón, a la vez que acompañaba a Celia Cruz, Celio González y Bienvenido Granda, entre los cantantes más reconocidos del momento…
Como complemento ideal, Macario coincide artística y amistosamente en los escenarios con un portento del arte, que en ese momento cantaba con su grupo musical en portugués y que acompañaban a una artista brasileña llamada Roxana, que más tarde sería el famoso e inolvidable “Príncipe de la Canción” José José, que sin ambages, declaraba abiertamente que debido a la tan vasta versatilidad, dominio y capacidad musical de Maco, éste era su ídolo, y en forma de broma, una vez que se encontraron se desarrolló este diálogo:
-¡Hola Macario! ¿Cómo estás?
-¡Muy bien! ¿Y tú?
-¡Aquí, haciéndole al José José!
-¡Al José José¡ ¡Qué gusto! ¡Yo soy Macario-Macario! ¡Ja, jaa, jaaa!
Terminando la plática con un fuertísimo abrazo y sellando una amistad eterna.
Tiempo después y con estas cualidades se teje y se firma un contrato para que vaya a trabajar a Hong Kong y deleite con su música en Japón, para la cadena del Hyatt Hotel, bajo el sello majestuoso de su saxofón, el serio pero infaltable bajo eléctrico, la magia de su guitarra, el alegre clarinete o la belleza de su trompeta, en todos sus géneros y variantes.
A su regreso, se engancha para grabar sus primeros discos, primero bajo la producción del auténtico Manzanero y para la disquera “América”. Y se dispone para ir a pasear sus dones a la ciudad de México, adonde alterna y trabaja al lado de Tino Contreras en El Señorial, pero que creen… a pesar de que siempre cumplió responsable y alegremente, su estancia en México no era de su completo agrado, pues extrañaba la vida nocturna acapulqueña… y allá viene… a grabar discos de cha-cha-cha, danzones y mambos, así como su gran obra dedicada a la Sonora Santanera, titulado “Santanereando”, bajo la marca “Odissa” que patrocinaba su gran amigo Pérez Villanueva, mejor conocido como “El Puma”, y con el mismo gusto acapulqueño.
De forma complementaria tuvo que cumplir con sus responsabilidades sindicales, una vez que fue electo como uno de sus líderes, mientras seguía tocando en bares y yates, de forma especial en “El Ciclaud”, que era de un hijo de la tía Menche, con la que había vivido en la capital mexicana, cuyo nombre era Evencio Iturburu, a quienes les unía una entrañable amistad y parentesco.
Así le llegó el tiempo de formar una familia propia y lo hizo eternamente con la hermosa novia que tuvo en Chilapa, en sus tiempos de adolescentes: Ernestina Silva Ortega, con la que dieron vida a Paco, Rodolfo, Macario, Cecilia y Martha Laura, a quienes amó con todo su corazón, y a la vez, les fue heredando su gran amor por la música, tanto así que Paco formó un grupo junto a sus hermanos, llamado “Moni”, durante su paso preparatoriano. Más tarde, Paco y Rodolfo se fueron a estudiar a Canadá, quedándose el mayor a trabajar en la misma escuela en que se formó y Rodolfo regresó para ser invitado a trabajar, por un tiempo, con Los Yonic´s, adonde desarrolló una excelente participación, y en otro tiempo de receso, lo conoció Marco Antonio Solís “El Buki”, y se lo llevó como músico, para que una vez que el cantante se independizara, se vuelve a jalar a Rodo y ahí anda, componiendo, tocando y con algunos arreglos musicales para Marco Antonio.
De forma paralela, los hermanos hemos participado en varios proyectos y realidades artísticas, por ejemplo: mi hermano Fito, que ahora es profesor de música en la Secundaria “Moisés Sáenz” y en un jardín de niños, es un requintista de excelsitud inigualable, con una sensibilidad para la guitarra muy exquisita y junto a Macario y un servidor formamos un trío familiar que nos llevó a grabar un disco colectivo auspiciado por el Instituto Guerrerense de la Cultura, con el tema “Después de la Tormenta”, con los arreglos concertados con el director artístico, el señor Bringas; Fito tiene una gran amistad con Marco Antonio Muñiz, con Juanito Neri primera voz y requinto de “Los 3 Ases” y con Gabriel Polanco cantante de “Los 3 Caballeros”, de quien es su compadre, y formó parte del trío cuando Leonel se independizó, cantando y tocando juntos con Rubén Ruiz.
También y aunque no se dedica de lleno a la música, mi hermano Hugo da clases de guitarra y de órgano.
A mí me tocó irme a la ciudad de México y ahí formé parte del orfeón, trabajé para el ISSSTE durante 20 años, de los cuales 12 fueron como parte del coro y los demás para el equipo de basquetbol.
Ya en Acapulco, junto con mis hermanos grabamos un tema de Pedro Flores recordado como “Obsesión” y mi hija Roxana Luviano de la O tiene su grupo conocido como “Bohemia”, adonde es la primera voz.
El recuerdo para mi hermano es de gratitud eterna y fraternal, porque cuando yo me fui a México a estudiar… él se hizo cargo de todos mis gastos estudiantiles… y esa bondad jamás se me olvidará.
Como Macario había vivido en la colonia Narvarte y por la cercanía con el parque de beisbol “Delta”, de aquellos tiempos, se volvió apasionante aficionado al “Rey de los Deportes”, por lo que siempre que se podía me invitaba y nos íbamos a ver el juego de pelota al “Parque del Seguro Social”, que quedaba por ese rumbo, pues este deporte, de verdad, fue una gran pasión para él.
¡Macario era un dulce con toda la familia! Por lo que pueden ver, la familia siempre ha tenido esa vena artística… dicho con toda la humildad y la modestia, como buen tecpaneco.
Ahora y enfatizando la obra de mi hermano, Macario llevaba en la sangre el amor por su familia, a quienes amó por siempre y por el bendito suelo de su Tecpan querido, y aun más… le brotaba de sus venas el fervor por la fiesta patronal de San Bartolo, ya que cada año y con su mágico violín trinando entre sus brazos, acompañaba a los danzantes durante su recorrido, haciendo de su puntual asistencia anual una hermosa costumbre familiar y comunitaria.
Sólo en una ocasión, que fue cuando se encontraba en el extranjero, decía con verdadera pesadumbre:
-¡Chin, este año no voy a poder estar en la fiesta de San Bartolito!...
Y como estaba muy pendiente de los cambios de horario, reafirmaba:
-¡Híjole, ahorita debe estar la procesión, y yo aquí, tan lejos!
Conociendo profundamente las siete partituras tan preponderantes para su tierra, a su regreso nos fue instruyendo sobre el legado invaluable y el valor espiritual tan importante que representaba este tradicional festejo social, religioso y pagano del santoral… decía que esta herencia cultural debería preservarse y cuidarse con toda la conciencia y la sensibilidad de que fuera posible, pues los acompañantes iniciales y continuados iban a ir muriendo y, Dios no lo quisiera, se iba a ir perdiendo su originalidad, por lo que se dio a la tarea de hacer un archivo que posiblemente le entregó a alguno de sus amigos más apreciados… por ahí deben de andar.
Mientras tanto, los reconocimientos a su talento, constancia y amor a la música le fueron llegando en cascada… así, El Sindicato Nacional de Músicos lo distinguió al entregarle “La Lira de Oro”, cuyo reconocimiento se les da a los músicos más destacados del país; en el mezzanine de la sede existen una serie de caricaturas de gran presentación y por ahí quedó una de sus representaciones muy cómicas.
Después se vienen los homenajes en Chilapa, Atoyac, Tecpan, La Sabana, San Jerónimo y Acapulco, quienes entregaron medallas de oro, pergaminos, reconocimientos escritos, gráficos, y sobre todo, eminentemente humanos y emotivamente sentimentales.
En Tecpan, fue la licenciada Virginia López la promotora de esta iniciativa, que fue respaldada inmediatamente por el presidente municipal Felipe Abarca Herrera, pues los aportes culturales que hacía Macario a su tierra nativa, a Guerrero y a México, eran invaluables… y con toda justicia.
Así fue la vida y la obra musical de mi hermano Macario, llena de alegrías y felicidad, con ritmos, canciones, sonidos cadenciosos, acompasados, rítmicos y armoniosos, que en sus manos se volvían notas celestiales, a veces románticas, otras nostálgicas y las más de las veces bullangueras y pachangueras.
Pero vino una bajada existencial, pues la salud de mi hermano empezó a estar quebrantada y la visita a los médicos fue inminente…
Finalmente y por cuestiones renales Macario fue a acompañar a Dios y a tocar a la gloria eterna un martes 7 de abril de 1998, dejándonos el recuerdo perenne no tan sólo de un maravilloso músico sino también de un ser humano extraordinario y hermoso”.
La magia de la entrevista y de la comunicación humana, una vez más cumplían su cometido, para eternizar la grata evocación del más talentoso e irrepetible músico que ha parido el suelo de Guerrero. (Desde el hermoso lugar de mujeres. Raúl Román Román. El Indio de Iguala)
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