EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ

SOLIDARIDAD

Por Ramón Durón Ruiz
Hay una historia Zen que me encanta: “Un joven dice a su Maestro: — Se habla mucho del amor al prójimo pero no veo nada de eso en la calle. — Hijo, en los tiempos que corren, se habla mucho de todo y hay mucha hipocresía. Todos hacen del hablar su propia expiación, como si de esa manera se borrara su falta de solidaridad y su indiferencia. Todo es superficialidad. El amor al prójimo no lo verás si lo buscas en otros; trata de encontrarlo en ti mismo, y no te apures si no lo encuentras, porque es el bien más escaso del mundo”1

Para el viejo Filósofo que importante es aprender a dejar a un lado los intereses personales, para pensar en la colectividad, bajo el principio de que lo que es bueno para uno, es excelente para todos.
La solidaridad, es un ejercicio básico de convivencia que al sacarte de tu zona de confort, te enseña a confiar en la vida y a abrir tu corazón, a comprometerte diariamente, a servir al prójimo; es un camino espiritual y un ejercicio que sabes dónde principia, pero no dónde termina; tiene la virtud de dejarte una satisfacción intima incomparable y una reconfortante paz interior. 
Es un ejercicio que sutilmente te lleva a gozar la alegría de compartir, a disfrutar las cosas simples, a saber que tu camino funciona, porque estás comprometido en romper viejos moldes y dispuesto a dar y ofrecer tus dones y poderes, sabiendo que en la medida en que das… recibes.
Los pueblos que tienen como ejercicio diario la solidaridad, poseen un panorama diferente, aún en las adversidades más dolorosas, recuérdese el terremoto de 1985 en México, o el Tsunami en Japón.
La solidaridad es un compromiso personal, que conduce a que tu vida funcione una y otra vez, porque es una forma espiritual de romper viejos patrones y activar las energías del universo a tu favor, su resultado es ganar-ganar, es decir, es un ejercicio en el que no hay vencedores ni vencidos, todos salimos ganado.
HOY, abre tu espíritu al cambio, sal decidido a comprometerte a fortalecer la conciencia colectiva, de la urgente necesidad de ser solidario; es tiempo ya de que nuestros políticos aprendan a dejar a un lado la diatriba, el improperio, la injuria y aprendan las lecciones que da la solidaridad.
El ser humano que es solidario, está lleno de paz y de Dios y por ende, el universo entero se le rinde. Robert Frost dice: “El mundo está lleno de gente dispuesta: algunos dispuestos a trabajar, otros dispuestos a que trabajen”, ante los agraviantes problemas que laceran a nuestra sociedad, tú sé de los primeros; HOY, trabaja en la solidaridad… que tanta falta nos hace. 
Quien vegeta en el odio, el desamor y el mal humor, vive en la casa de la enfermedad, se siente víctima, culpable, en soledad y abandono; mientras que el que se ama a sí mismo, ama a la vida y anda con buen sentido del humor, se recrea de los bienes espirituales, vive en la casa de la salud, está lleno del sentido de la responsabilidad, de respeto a sí mismo, de solidaridad, de compromiso con su existencia y de un amor incondicional que, parafraseando a Gabriel García Márquez: “[…] hace la vida más llevadera”.
Para el viejo Filósofo, el humor además de ser una actitud sana y una filosofía de vida, es una forma de solidaridad: de usted para conmigo al leerme, y de mí para usted al compartirle historias, sueños y mensajes llenos de picardía.
A propósito “un lisiado paseaba por un circo en su silla de ruedas, era empujado solidariamente por un
amigo. En eso, un niño travieso quita la tranca de la jaula del león, mismo que empuja la puerta y sale rugiendo furiosamente. Todo el mundo corre despavorido: los vendedores, los payasos, el malabarista, el amigo del inválido, produciendo un alboroto en el circo. 
En eso, un hombre –mientras corría−, se da vuelta y ve al lisiado muy atrás, dándole desesperadamente a su silla de ruedas, con el león prácticamente encima. El tipo se apiada y empieza a gritar: 
— ¡El de la silla de ruedas, el de la silla de ruedas! 
Mientras corren varias personas se dan vuelta y también gritan a coro: 
— ¡El de la silla de ruedas, el de la silla de ruedas!
El de la silla de ruedas, que viendo de cerca la muerte continuaba dándole con todas sus fuerzas a la silla, y mirándolos con furia les grita: —No sean ‘abrones... ¡DEJEN QUE EL LEÓN ESCOJA!

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